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Si la felicidad pudiera medirse en monedas, Cloe hubiese sido la mujer más rica sobre la faz de la tierra.
Si la noche de su cumpleaños había sido una noche soñada, la que había pasado en aquel antiguo edificio le quitaba el primer puesto por lejos. Franz se había mostrado en todas sus facetas, incluso algunas que no conocía. La había escuchado con atención, la había abrazado con ternura, pero la había abordado con pasión a la vez. Ya no sólo le gustaba su cuerpo, su rostro; también encontraba hermosa su compañía. Sus palabras dulces y sus ardientes provocaciones a la hora de exigirle las más lujuriosas posiciones.
Se había dejado llevar, pero no sólo durante el sexo. Se había mostrado tal cual era durante toda la noche. Ni siquiera se había molestado en elegir un atuendo especial, enfundada en sus enormes pijamas él había logrado hacerla sentir deseada.
No quería comenzar a hacerse ilusiones, apenas habían tenido una noche juntos. Pero su corazón comenzaba a advertirle que aquel juego del sexo sin compromiso podía resultar doloroso.
Demasiado cansada para razonar en ese momento, comenzó a buscar sus lentes en su bolso. Ya estaba lista para la sesión con Friedrich, pero no había logrado dar con ellos al despertar. No era que no pudiera ver sin anteojos, pero estaba tan acostumbrada a usarlos que sin ellos se sentía desnuda.
Llegó a la sala preparada para la sesión y se encontró con un joven de unos 16 años, con anteojos y un traje elegante que parecía algo inapropiado para alguien de su edad. Como solía pasar con cada integrante de la familia real, la sala estaba llena de asistentes. Su mayordomo personal, su instructor, algunas mujeres que sostenían bandejas con vasos y jarras de agua y hasta un adiestrador, ya que un pequeño cachorro Beagle intentaba destrozar una de aquellas mullidas alfombras mientras el hombre lo reprendía.
Cloe miró al joven príncipe luego de hacer su reverencia y no pudo ver más que a un niño desganado y algo triste.
-Buenos días, soy Cloe, la fotógrafa. - se presentó a sí misma, mientras comenzaba a sacar su cámara del bolso.
El joven se limitó a alzar su mano en señal de saludo y continuó viendo por el gran ventanal hacia el jardín.
Cloe supo que sería difícil lograr una de las fotos que ella solía tomar y comenzó a pensar alguna estrategia.
En ese momento su teléfono sonó y se apresuró a buscarlo, había olvidado ponerlo en silencio y por ello notó la mirada de todos lo que estaban en aquella sala con algo de reproche.
Iba a apagarlo pero un mensaje de Sin Fotos ganó su curiosidad.
Era una foto de sus anteojos sobre lo que parecía su irresistible torso desnudo. Se llevó una mano a la boca para ocultar la risita que escapó de sus labios y se apresuró a responder.
NO JUEGUES CON ELLOS, LOS NECESITO. ¿PODRIAS TRAERMELOS AL SALON EICHE? Le preguntó nombrando aquella sala. Al aparecer en ese ala del castillo los salones llevaban nombres de árboles en alemán.
Franz se alarmó al descubrir que apenas una pared los separaba, había tomado la fotografía en su cuarto al regresar con su botín y ahora escuchaba una aburrida reunión de cazadores junto a su padre. Temió que pudiera cruzarlo y comenzó a pensar una excusa para marcharse lo antes posible. Sin embargo, no quiso dejar de escribirle. Jugar un poco no tenía nada malo, pensó.
TENDRÁS QUE VENIR A BUSCARLO ESTA NOCHE AL CONCIERTO
Escribió deseando compartir aquel momento con ella.
Cloe iba a responderle pero la mirada amenazante del asistente del príncipe se lo impidió. Guardó el teléfono y comenzó a hacer las primeras fotos.
La sesión estaba resultado complicada. El movimiento de los empleados, las travesuras del cachorro y la displicencia del joven príncipe no colaboran en nada.
Entonces suspiró y decidió hacer algo arriesgado.
-Disculpen, disculpe. Disculpe su alteza.- dijo llamando la atención de todos los presentes, quienes no dudaron en arrojarle una mirada de desaprobación.
-No sé si es posible, pero me sería de gran utilidad que pudieran salir del salón por unos minutos para poder completar mi trabajo.- dijo primero segura, pero luego en tono de súplica.
Se produjo un corto silencio y el mayordomo por fin habló.
-Lo siento señorita Fernandez.- comenzó a decir, pero el joven príncipe se puso de pie y entonces todos callaron e hicieron una reverencia.
-Está bien Herr Muller. Puedo estar unos minutos solo, no voy a hacer ningún lío. - dijo sarcástico con una voz que sonó inquietantemente familiar para Cloe.
-Yo no puedo dejar a esta bestia sola.- se apresuró a decir el adiestrador con alarma en un tono muy similar al que utilizaba Pedro cuando algo le producía temor.
Entonces Cloe se agachó y el pequeño animal se acercó a ella para echarse con sus patas hacia arriba implorando unas caricias que estaba dispuesta a darle.
-Unos minutos no serán problema. Puedo ocuparme.- le respondió ella tomando al cachorro entres sus brazos.
-Oh no, no lo alze por favor. Que se va a mal acostumbrar.- dijo el hombre con exagerada desesperación.
Entonces Friedrich se acercó y tomó al cachorro con sus propias manos.
-Ya lo has torturado bastante Klaus, dale un respiro al pobre animal.- le dijo recuperando de a poco la actitud que un joven de su edad se suponía debía tener.
Cloe lo observó mientras una sonrisa de satisfacción asomó a sus labios.
-Diez minutos.- anunció finalmente Herr Muller y golpeando suavemente sus manos desalojó aquel enorme salón.
Friedrich miró a la joven fotógrafa con complicidad.
-Gracias.- le dijo finalmente y ella le respondió con un disparo de su cámara.
-No hay de que. En serio me cuesta creer que deban vivir así todo el tiempo.- le dijo finalmente volviendo a dar un nuevo disparo.
-No siempre fue así.- respondió el príncipe mientras volvía a tomar asiento y acariciaba la cabeza de aquel hermoso cachorro.
-Cuando vivía mi madre todo era diferente. Podíamos ir a la escuela, invitar algunos amigos de vez en cuando, incluso organizábamos excursiones de caza.- le contó el joven con su mirada perdida en un pasado que parecía añorar.
-Lo siento mucho.- respondió Cloe con verdadera pena.
-Creo que lo más duro de perder a un ser querido es dejar esa parte de tu vida que solían compartir. Cuando perdí a mis padres me pasó.- le dijo intentando contener la emoción que le producía hablar de ellos.
-Lo siento, no sabía que...- le dijo el príncipe volviéndose a mirarla.
-Gracias, aunque pasen los años sigue doliendo, pero tu vida no tiene porque quedarse pausada en ese momento.- le dijo cambiando su tono a uno más alegre.
-Vos porque no vivís en esta familia.- le respondió él con resignación.
-No claro, pero estoy segura de que algunas de las cosas que extrañas pueden volver a tener lugar o incluso podrías crear nuevos momentos que añorar. - le dijo mientras continuaba tomando fotografías. El adolescente se había relajado y el resultado era muchísimo mejor.
-Solo debes sugerir los cambios, a veces las cosas se quedan de una manera porque nadie sabe que otro no está a gusto. Creo que tus hermanas disfrutarían muchísimo de asistir a un colegio y ni hablar de invitar amigas. Irina puede parecer fría pero tiene una conexión especial con el arte, allí hay un buen camino para recorrer juntos y a tu hermano mayor no lo conozco pero creo a lo mejor le gustaría acompañarte a cazar alguna vez.- sugirió logrando la primera sonrisa en aquel rostro que continuaba siendo inquietantemente familiar.
-Mi hermano tiene muchas responsabilidades. Intentó cuidar de nosotros por un tiempo cuando mamá murió, pero las obligaciones y las exigencias de mi padre lo volvieron imposible. Mi padre quiere dejarle el trono pronto pero para eso debe casarse con una mujer estirada, una duquesa de no se donde, que lo único que desea es enviarnos a los cuatro a un internado en el fin del mundo.- le dijo el joven con indignación.
Cloe se compadeció de él. En verdad parecía sentirse muy solo.
-Hey, que el fin del mundo tampoco está tan mal. Y te lo digo por experiencia propia, Vengo de ahí - le dijo ella logrando una nueva sonrisa real.
-En serio, no dejes de luchar por lo que queres. Siempre hay un camino posible, solo que a veces cuesta más encontrarlo.- le dijo con una sonrisa de labios apretados.
-Gracias.- le respondió el joven acariciando al animal con cariño.
-Creo que es la mañana más divertida que tuve en meses.- agregó.
-Shhh.- le respondió Cloe señalando al cachorro que se había quedado dormido.
Los dos sonrieron al mismo tiempo que la puerta volvía a abrirse.
La mirada de Herr Muller lo dijo todo y en menos de un minuto el salón volvió a ser tensión y solemnidad.
Cloe comenzó a guardar sus cosas mientras oía las siguientes tareas que el joven príncipe, quién aún cargaba al perrito en sus manos, debía realizar.
-Perfecto Herr Muller, pero primero vamos a buscar a mi padre. Me gustaría preguntarle algunas cosas. - le dijo y al pasar al lado de Cloe le hizo un gesto de complicidad que los volvió a alegrar a los dos.
Satisfecha con su intervención de la mañana comenzó a caminar por el pasillo cuando recordó que debía responder el mensaje de Franz. Entonces se detuvo pero cuando iba tomar su móvil alguien la tomó del brazo y la llevó dentro de otro salón vacío.
-Creo que no podía esperar más tiempo tu respuesta.- le dijo Franz clavando sus ojos en los de ella, mientras su cuerpo la atrapaba entre este y la puerta.
Cloe sonrió y él no pudo evitar imitarla. Había salido de la reunión y había esperado la respuesta pacientemente, pero al escuchar el murmullo de pasillo anunciando que la nueva fotógrafa había pedido quedarse a solas con el príncipe no pudo evitar enloquecer.
En su mente no cabía lugar para una Cloe malvada o ventajera y sin embargo necesitó verlo con sus propios ojos.
Había escuchado todo el encuentro y su corazón no podía sentirse más orgulloso. Cloe era verdaderamente hermosa y tenía esa capacidad de repartir su bondad con quien estuviera dispuesto a recibirla.
Por eso la había esperado, por eso quería besarla ahí mismo. Por eso no podía dejar de sonreír.
-Y yo que creía que los profesores tenían paciencia.- le dijo ella divertida.
Franz se sintió pésimo. Le estaba mintiendo, le estaba ocultando su verdadera identidad a la mujer más transparente que conocía. Todo se estaba saliendo de las manos y lo peor era que cada vez le dolía más la simple idea de no tenerla en su vida.
-Bueno, tampoco tanta seriedad. Justo iba a escribirte que aceptaba ir al concierto cuando me secuestraste a este salón.- le respondió ella sin dejar de sonreír.
Entonces Franz no pudo hacer nada más que besarla.
Esos labios eran los únicos que le devolvía paz a su vida. Ella era aire fresco en medio de una ola de calor, calma en el huracán y bálsamo para su golpeado corazón que extrañaba demasiado los consejos de su madre.
Ella era todo lo que le hacía bien. Ella era todo lo que deseaba.
Feliz de aquel sí por respuesta, abandonó esos labios turgentes para no cometer ningún improperio en aquel lugar tan peligroso. . Tomó los anteojos que llevaba en su bolsillo y se los puso con un movimiento lento que culminó con una dulce caricia en su mejilla. Todo sin dejar de mirarla a los ojos.
-Cloe... No sé qué me estás haciendo, pero no te detengas nunca. - le dijo y abriendo la puerta detrás de ella se marchó.

Una foto realDonde viven las historias. Descúbrelo ahora