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3 años después

-¡Dichosos los ojos que te ven! - exclamó Ángela mientras secaba sus manos con su delantal y se apresuraba a salir de la cocina.

-¡Hola tía! - respondió Cloe desde la puerta de la cafetería, llevaba el cabello más corto y usaba unos lentes de marco oscuro que la hacían ver muy profesional.

-Debo confesarte que cada vez se me hace más difícil encontrar un hueco para venir a visitarte y sin embargo cada vez lo siento más necesario...- le dijo mientras abría sus brazos para recibir ese abrazo que tanto extrañaba.

Cloe llevaba dos años viviendo en Berlin, se había mudado luego de incansables insistencias por parte de todo aquel que la rodeaba, pero sobre todo de sus amigos Amaya y Pedro.

A nadie le había gustado el cambio en su mirada luego de aquel cumpleaños, se había apagado como un fuego consumido del que sólo podían adivinarse sus formas del pasado. Había perdido casi toda sus personalidad, si bien nunca había dejado de ser amable, sin su sonrisa y su mirada luminosa, sus palabras carecían de sentido.

Cumplía con sus tareas en la cafetería, pero parecía estar perdida en otro mundo. Hablaba con sus amigos, pero nada lograba entusiasmarla. Parecía haber caído en la misma soledad de sus primeros días en Alemania y eso entristecía a todo aquel que la conocía. Incluso el señor Hoffman había dejado de asistir a la cafetería, decía que ya no le encontraba la gracia.

Entonces sucedió algo que como una especie de sismo pareció despertarla. Su tía recibió una visita inesperada. Estaban a punto de cerrar el local cuando un hombre de cabello canoso y ojos claros enmarcados por surcos del tiempo abrió la puerta y se quedó inmóvil con su mirada clavada en Ángela.

Cloe no entendía de quien se trataba pero a juzgar por la expresión de su tía, tenía un peso importante en su vida.

-Disculpe estamos por cerrar.- le dijo Cloe al ver que ninguno de los dos hablaba. Pero su tía levantó su mano indicando que podía recibirlo.

-Andá tranquila Clo, yo me ocupo.- le había dicho en un tono bajo, con demasiada carga emotiva.

Cloe pasó las siguientes dos horas dando vueltas por su casa. Necesitaba saber que su tía se encontraba bien, quería saber quién era aquel hombre y por qué había logrado paralizar a su tía.

Tuvo temor. Tuvo incertidumbre. Tuvo demasiado tiempo para pensar.

Cuando creyó que no podía soportar más la espera oyó pasos en la escalera y se apresuró a abrir. Ni bien vio las lágrimas en los ojos de su tía la atrapó entre sus brazos para estrecharla con fuerza. No quiso preguntarle nada, solo quería verla bien, pero entonces ella habló.

-No son lágrimas tristes, Clo. En verdad estoy muy emocionada.- le explicó tomando asiento sobre la cama mientras se secaba los ojos con el dorso de su mano.

-Nunca te conté como era mi vida antes de tu llegada. No creí que merecía la pena hacerlo, sobretodo porque conociéndote imaginé que sentirías una culpa que no mereces. - comenzó a explicarle.

Cloe la escuchó con atención. Recordar aquellos días no era sencillo, pero amaba a su tía y soportaría lo que sea por ella.

Angela le contó que el hombre que había visto abajo era su ex esposo. Se habían casado en una ceremonia íntima, cercana al accidente de su hermana. Lo amaba con todo su corazón y había aceptado el hecho de que no quisiera tener hijos, solo para no perderlo. La quería, la hacía sentir amada, se desvivía por ella y ella por él. Se habían mudado juntos a una casa en las afueras del pueblo y disfrutaban de cada minuto juntos.

-Pero entonces llegó la peor noticia de nuestras vidas.- le recordó con lágrimas en los ojos.

-Viajé a Argentina y desde el primer momento en que te vi, sentada sobre tus talones, abrazándote a vos misma sin saber cómo continuar tu vida, supe que quería cuidarte, demostrarte que no todo era dolor y sobre todo volver a verte feliz. Hablé con Andreas y para mi sorpresa no estuvo a la altura de lo que yo deseaba. Una cosa es no querer tener hijos y otra muy distinta es negarse a cuidar a quien yo amaba, a quién me necesitaba. Fue muy decepcionante pero a veces la vida se encarga de mostrarnos las prioridades. - le dijo acariciando su mejilla con dulzura.

-Nos separamos sin gritos ni discusiones. Fue una separación silenciosa que dolió aun más que cualquier golpe. Me mudé aquí con vos y no hay nada de lo que me arrepienta menos. Puedo asegurarte que tenerte en mi vida fue lo más hermoso que me pudo haber pasado. - le dijo secando las lágrimas de los ojos de su pequeña con cariño.

-Fue mi decisión, vos no tenes nada que ver con ella, quiero que te quede claro que yo soy responsable de mi vida y mis elecciones y estoy muy feliz con todas las que he tomado. - le dijo con un tono firme, sabiendo que su sobrina podría sentirse mal al escuchar aquella historia.

-En fin... Le llevó mucho años pero regresó. Y regresó a reconocer lo mucho que se había equivocado. Lo que más lamentaba era lo necio que había sido y la forma en que había desperdiciado su vida. No se si era lo esperaba, en nuestra sangre no hay lugar para desear el mal.- le dijo alzando su mentón para que la mirara a los ojos.

-Pero en verdad me gustó volver a verlo.- le confesó con una tímida sonrisa.

-Clo, si algo ofrece la vida son lecciones gratuitas. Toma la mía, preciosa. No dejes pasar tu vida. No merece la pena llegar a viejo con arrepentimientos.- le había dicho su tía deseando recuperar a la sobrina que llevaba casi un año sin ver.

Cloe no supo exactamente que de todo lo que le había dicho su tía, había sido el combustible necesario para volver a empezar. Sólo supo que de repente, tenía deseos de intentarlo. Su tía había resignado su propia felicidad por ella, aunque quisiera que no lo vea así, así había sido. Merecía algo más que un alma en pena deambulando a su lado.

Y así fue como Cloe paulatinamente comenzó a enterrar el recuerdo de la mejor y la peor noche de su vida para centrarse en su futuro. Juntó dinero para comprarse una nueva cámara, comenzó a participar de concursos de fotografía, inició una pequeña sociedad con Amaya y Pedro y dos años más tarde tenían su propio estudio en Berlín. Habían obtenido varios premios y por fin podían darse el lujo de elegir en qué proyectos participar.

-¡No me digas que a mi no me has extrañado, tía!- gritó Amaya desde la puerta con su habitual alegría y buen humor.

Ángela la abrazó también y comenzó a llenar la mesa en la que se sentaron de comida.

-¡Qué delgadas que están!- señaló con falso reproche.

-¿Acaso no hay comida en Berlín?.- les dijo mientras cortaba otro trozo de su famoso pastel de almendras.

-No tan rica como la tuya, tía.- le dijo Cloe a modo de broma.

Entonces el teléfono de ambas sonó al mismo tiempo.

-¡¡Pepi...!!!- respondieron casi al unísono la videollamada de su amigo.

-Estamos juntas, ¿Para qué nos llamas a las dos?- le reprochó Amaya sin vueltas, como solía hablar.

-Bueno, bueno, bajate los humitos que después de lo que te cuente vas a querer besarme los pies.- le respondió haciéndose el importante.

-Vamos, tío, lárgalo ya que yo a ti no te beso ni el meñique.- le respondió Amaya a modo de broma.

-Nos acaban de contratar. ¡Es algo increíble! - dijo alzando sus puños en el aire como si festejara un gol definitorio.

-Vamos, Pepi. ¿Quién nos acaba de contratar?.- le preguntó Cloe impaciente.

-No, que esto no lo van a poder creer.- dijo sin poder evitar sonreír con alegría.

-¿Qué?- preguntaron las tres mujeres al otro lado de la pantalla con exasperación.

-¡Es que seremos la agencia oficial de producciones de la mismísima familia real!- anunció mientras golpeaba sus dedos contra la mesa a modo de redoble de tamblor.

-Chicas, preparen sus cosas porque nos mudamos a un palacio. -dijo para escuchar el grito de celebración de sus mejores amigas y socias. 

Una foto realDonde viven las historias. Descúbrelo ahora