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Los adoquines de aquella calle no colaboraban con sus altos tacones y la brisa helada atravesaba aquella campera de cuero que su amiga le había insistido en elegir. Cloe normalmente se limitaba a escoger que color de remera vestiría con sus anchos jeans. Grises, verdes, celestes y en algunas contadas ocasiones un escandaloso azul eléctrico, que guardaba para cuando se levantaba más triste de lo habitual. Ni faldas cortas, ni pantalones ajustados; menos aún vestidos rojos como el que llevaba en ese momento.
Sin embargo, si había algo que le gustaba menos que aquella ropa, era decepcionar a las personas y la mirada de Amaya se había vuelto tan luminosa al verla dentro de aquella prenda que no encontró la manera de negarse. Al fin y al cabo, en pocas horas era su cumpleaños, irían a un lugar de moda, en el que seguramente no conocería a nadie, bailarían un rato y regresaría a su vida de zapatillas bajas y jeans anchos.
O al menos eso pensaba.
Entraron luego de aguardar pacientemente la fila que sorprendentemente para Cloe, llegaba casi hasta la esquina, y comenzaron a caminar entre la gente. La música sonaba retumbando en los oídos y el roce de brazos desconocidos lograron que Cloe se sintiera arrepentida de haber aceptado aquella invitación, sin embargo, continuó caminando detrás de su amiga, con una fingida expresión de bienestar.
-¡Ay! No puedo creer lo lleno que está este lugar. No me equivoque al decir que iba a ser una noche inolvidable, amiga. ¡Venga, que me pareció ver a Pedro! ¡Vamos a mover estos cuerpitos! - le dijo Amaya con su habitual modo de contagiar a quien la rodeaba.
-¡Vamos! - le respondió Cloe, intentando mantener su rol de cumpleañera con ganas de divertirse, aunque por dentro deseara bajarse de aquellos incómodos tacones y no lograra dejar de tirar de su vestido para cubrir un poco más su cola, la cual siempre había creído que era demasiado grande, pero allí mismo, con aquella tela roja pegándose a sus curvas, se sentía como un camión con acoplado entre diminutos automóviles deportivos.
Saludó a Pedro con una sonrisa, iba acompañado de su novio, o al menos el último al que llamaba así. Pedro era divertido y libre, disfrutaba de la vida siempre que podía, no le temía a cambiar de empleo, de pareja o de ciudad. Vivía con su madre en la villa desde su regreso de la gran Nueva York, donde había estudiado moda e incluso trabajado con diseñadores de renombre.
Según él se había cansado de la falsedad y la búsqueda de sobresalir sin importar a quien se dejaba en el camino, solía decir que odiaba vivir de noche y dormir de día, asistir a fiestas en cualquier día de la semana y beber vinos que costaban más que su sueldo. Eso era lo que decía y aunque Amaya y Cloe sospechaban que algo más había ocurrido, elegían creerle. Era un chico adorable que aún cargaba con la pena de saber que su padre se había ido de este mundo sin aceptar su realidad y eso era demasiado doloroso.
-¡Ay Dios mio! ¡Qué me caigo y me levanto! ¡Por Dios Cloe, como nos privabas de semejante cuerpazo! - dijo al verla, en un tono demasiado alto, mientras la tomaba de la mano y la hacía girar sobra sí misma.
-No hace falta que exageres Pepi, son cosas de tu amiga Amaya, si por mi fuera me robo aquella cortina y me la ato a la cintura ahora mismo.- le respondío entre divertida y avergonzada, mientras volvía a tirar de su vestido para intentar bajarlo.
-Pero que cosas dices, Cloe, si te queda divino, pretty, spektaculãr, schön... y super sexy, pero en el buen modo, nada vulgar. Creeme te lo dice alguien que de esto sabe un poquito. - le dijo Pedro con exagerada fanfarronería mientras le guiñaba un ojo. Cloe en verdad estaba muy hermosa. Era una joven de mediana estatura, cabello castaño oscuro y ojos almendrados que nunca se había creído especial y sin embargo al sonreír podría conquistar hasta al hombre más frío del mundo.
Bailaron y bailaron hasta que Cloe se convenció de que la estaba pasando bien y cuando no pudo aguantar el dolor en los dedos de sus pies, suplico un respiro y se apartó hasta la barra más cercana, dejando a sus amigos eufóricos en aquella pista de baile.
-Disculpe, buenas noches. ¿Podría darme una botella de agua, por favor? - dijo en varias oportunidades sin lograr llamar la atención de ninguno de los dos atareados cantineros. Incluso se inclinó un poco sobre la alta barra y sin embargo ninguno parecía escucharla. Sabía lo que era atender clientes y por eso no quiso insistir, pero necesitaba tomar algo de liquido luego de semejante sesión de baile.
Iba a intentarlo una vez más cuando un joven alto con una gorra gris, algo rídícula para usar en aquel lugar, se puso a su lado y dándole la espalda, que por cierto parecía enorme, alzó su mano mientras emitía un sonido similar a un chiflido que logró que el cantinero se le acercara.
-Buenas noches ¿Podría traerle una bebida a la señorita por favor? - le dijo en un alemán tan perfecto como el que solía oír en sus ejercicios del instituto.
-¿Qué le traigo? - le preguntó el cantinero a una Cloe que aún estaba sorprendida.
-¿Señorita?- volvió a insistir el joven con impaciencia.
-Eh.. agua por favor.- respondió sin lograr ver a aquel extraño que no se dignaba a voltear.
-Gracias, pero no hacia falta hacer tanto escándalo, ya me iban a atender. - le dijo cuando por fin pasó del momento de sorpresa al de indignación. Ella no necesitaba que nadie la ayudara y menos si ese alguien ni siquiera se dignaba a mirarla.
Entonces por fin lo vio. Era tan alto como lo había aventurado, tenía el cabello claro y unos ojos tan celestes que prácticamente podía ver a través de ellos.
-Escándalo es lo que estaba haciendo usted con ese vestido.- le dijo en un tono grave, demasiado cerca, en ese perfecto alemán que comenzaba a perturbarla.
Cloe notó como sus mejillas se ruborizaron e instintivamente volvió a tirar de su falda mientras cerraba sus ojos y arrugaba sus labios. Tenía tanta vergüenza como furia ¿quién se creía para hablarle así?
-No se avergüence señorita, ese vestido en verdad le queda demasiado perfecto.- volvió a decir aquel desconocido, mientras esbozaba una mueca parecida a una sonrisa, pero que no llegó a completar.
Cloe abrió sus ojos y lo vio todavía más hermoso. A pesar de aquella arrogancia y seriedad aquel rostro parecía perfecto.
Iba a responderle, pero un grupo de bailarines desbocados empujaron a los que estaban en la barra y casi se cae al suelo para completar la cuota de vergüenza de aquella noche.
Y sin embargo no cayó. Aquel atractivo extraño la había tomado de la cintura para evitar su caída. Ahora también sabía que olía demasiado bien.
Hubiese querido prolongar aquel contacto durante toda la noche, pero se obligó a si misma a reaccionar.
-Gracias por.. eh fue muy amable.. eh...tengo que volver con mis amigos.- dijo demasiado dubitativa.
El joven la soltó y permaneció inmóvil, como si estuviera conteniendo lo que en verdad quería. Cloe percibió aquel segundo en el que perdía su seguridad y volvió sobre sus pasos.
-Igual hubiese podido comprarme el agua yo solita.- le dijo y antes de esperar la respuesta se alejó lo más rápido que pudo sobre aquellos altos tacones, con su respiración agitada y su corazón latiendo demasiado rápido.

Una foto realDonde viven las historias. Descúbrelo ahora