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Luego de aquella noche, los encuentros comenzaron a ser demasiado frecuentes. Se veían por las noches en el edificio del museo y durante el día no era extraño que Franz la buscara por los pasillos del castillo para robarle aunque sea un par de besos en algún rincón oculto. 

Pasaban largas horas conversando por teléfono e incluso madrugadas abrazados en la oscuridad. No era raro que los sorprendiera el amanecer obligando a Cloe a entrar a escondidas a su habitación. 

La idea de que aquello fuera un secreto parecía agregarle un condimento especial a sus encuentros, cada vez más íntimos. La prisa del principio fue reemplazada por la necesidad de extender el placer y explorar los límites de cada uno. 

Se deseaba y se lo hacían saber. Como si nada estuviera prohibido, con una entrega absoluta y una necesidad creciente de hacerse sentir amados. Ninguno lo había confesado, pero a veces no hace falta usar palabras para expresar los sentimientos. Estaba claro que la premisa del sexo sin compromiso había quedado lejos. Icluso el sexo parecía en un segundo plano, las caricias, los besos robados, los pensamientos más profundos cobraban una importancia real, sumergiéndolos en un mar profundo en el que solo se atreven a nadar los que aceptan el amor. Y eso era justamente lo que les estaba ocurriendo. 

Se acercaba el final de la estancia de Cloe en el castillo y ninguno de los dos quería preguntar cómo lograrian continuar juntos. Cada vez que alguno sacaba el tema el otro lo interrumpía con besos o caricias. Franz tampoco le había logrado confesar quién era, el temor a lastimarla lo paralizaba y no le permitía continuar. 

Esa tarde se encontraba junto a Ray. Habían salido de incógnito a tomar algo. Franz tenia la idea de comprarle un vestido a Cloe, quería verla en el baile de primavera y que se sintiera tan hermosa como él la veía. 

-Amigo, creo que esto se te está yendo de las manos.- le dijo Ray. 

Estaban sentados en un banco a orillas del río, con una cerveza en sus manos. 

-No te das una idea lo que me pesa, no puedo dejar de pensar que cada minuto que pasa estoy más enterrado. - le respondió Franz atrapando su propia cabeza entre sus manos. Estaba realmente abatido, Ray nunca lo había visto así. Quería ayudarlo pero no sabía cómo. 

-Tenes que decirle.- le dijo apretando sus labios como si supiera que aquello era una obviedad. 

-Ya sé, pero no sé cómo. Se va a enojar y mucho. Deje pasar demasiado tiempo.- le respondió sin poder levantar la vista. 

-Si se lo explicas lo va a entender, creo que ese no es el mayor problema- le recordó a su amigo arrugando su ceño con pesadumbre.

Al ver que Franz no respondió agrego

-¿La duquesa? - le pregunto logrando que un improperio saliera de la boca de su amigo.

-¡No voy a casarme con ella! No importa lo que le haya prometido a mi madre. Ya resigné demasiado por ella y hoy ni siquiera está conmigo. Mi padre tendrá que entenderlo. Tenemos que modernizarnos, la monarquía se cae a pedazos en el mundo y él no quiere entenderlo. Si necesita que esté casado tengo a la persona indicada. Conocí a una mujer íntegra, amable, buena y, hermosa que me hace sentir el hombre más afortunado del mundo. ¿Por qué no puedo casarme con ella? - le preguntó de manera retórica mientras apretaba los dientes con furia.

-No lo sé, pero lo que sí sé es que un vestido no va a solucionar nada. ¿En verdad crees que Cloe es de las que se deja deslumbrar por lo material? Si queres agasajarla deberías pensar en algo más… personal, ¿No te parece? - le sugirió su amigo para sacarlo de aquel lugar de hijo contrariado con su destino.

Franz alzó la vista y apretó sus labios. Sabía que Ray tenía razón. No le obsequiaba un vestido para comprarla, lo hacía porque le apetecía, porque la imaginaba irresistible en él. 

Una foto realDonde viven las historias. Descúbrelo ahora