Cloe se había retrasado. Al parecer el famoso príncipe había causado tal impresión en Pedro, que el pobre estaba monotemático. Que era impresionante, que nunca había visto a nadie tan bello, que se había logrado acercar para ver el verdadero color de sus ojos. Cloe lo oía sin poder sacar otros ojos de su mente. Frank la estaba esperando, no podía decirle eso a Pedro, por eso se limitaba a asentir con su cabeza y sonreír frente a las exageradas poses de su amado amigo.
-¿Vamos a dormir ya, que mañana es un largo dia? - sugirió Cloe varias veces, pero Pedro parecía preso de una algarabía que no le permitía dejar de hablar.
Cloe le había enviado un mensaje a Franz para contarle su retraso y sólo había recibido un emoticón como respuesta, ese con el pulgar hacia arriba que uno no termina de interpretar si en verdad indica que está todo bien o es una forma irónica de decir hace como quieras.
Cuando finalmente logró echar a Pedro de su habitación, se puso un buzo con capucha sobre el pijama que llevaba para no perder tiempo y salió a escondidas hacia el lugar que le había indicado Franz.
Iba con paso apresurado, casi corriendo. Temía no encontrarlo. Tomó el camino de la puerta lateral y la prisa casi la hace resbalar. Entonces sintió que alguien la sujetaba. Alzó su vista y por fin lo vio. Llevaba una camisa oscura y un saco gris, su cabello prolijo hacia los lados y ese brillo en los ojos que la llevó a sonreír.
-Esto no es justo.- le dijo cuando logró ponerse de pie.
-¿Qué cosa? - le preguntó él sin poder evitar sonreír. Estaba feliz de volver a verla. Su demora lo llevó a creer que a lo mejor todo había sido un sueño. Que no lo había perdonado, que se había arrepentido. Sin embargo allí estaba, como siempre. Con su sonrisa luminosa y su mirada transparente.
-No puede ser que siempre vayas vestido tan elegante. Yo creí que era un encuentro casual.- le dijo arrugando su rostro como si se sintiera avergonzada.
Franz se rió y antes de responderle rodeó su cintura con sus fuertes brazos.
-Cloe, no me importa lo que lleves puesto, siempre que pueda sacartelo. - . le dijo acercándola a su cuerpo para besarla con una ternura que no creía poseer para luego abrazarla.Estaba ansioso por aquel encuentro, lo había imaginado demasiadas veces y sin embargo, allí en la oscuridad, con su cabeza apoyada sobre su pecho, sintió que podría quedarse así toda la vida.
Cloe sonrió y alzó su cabeza para volver a mirarlo.
-Ok, pero la próxima vez vení en pijama como yo.- le dijo, bajando el cierre de su buzo para mostrarle aquella fina tela de la remera de breteles finos y puntilla en el escote que llevaba.
Franz la observó y ni siquiera la penumbra de aquella parte del jardín logró ocultar su expresión. Un deseo irrefrenable lo abordó como nunca antes y sin perder tiempo, abrió la puerta que estaba a sus espaldas para alzarla en el aire y entrar al edificio caminando hacia atrás.
Cloe ni siquiera pudo ver donde se encontraban. Franz la recorría con sus manos con prisa, se había deshecho de su abrigo y luego había hundido sus manos debajo de su ropa para masajear sus pechos con pericia.
La besaba. Besó sus labios, su cuello, sus pezones erectos, en los que se detuvo una eternidad. Ella cerró sus ojos mientras intentaba desabrochar los botones de esa camisa que olía demasiado bien. Recorrió sus pectorales firmes y bajó su mano para apoderarse de aquel miembro enorme.
Franz continuó su camino regando besos por su vientre, alrededor de su ombligo y luego de despojarla de aquellos anchos pantalones de pijama la sentó sobre un mueble alto para saborearla con deleite. Cloe intentó separarse, era la primera vez que se exponía de esa manera y una especie de temor llegó para desestabilizarla, pero él se aferró a sus glúteos y alzó su mirada.
-Cloe, dejame disfrutarte…- le pidió y ella ya no pudo resistirse.
Sobre aquella superficie fría sintió un calor creciente que la llevó a acercarse más. Apoyó sus manos sobre la mesa e inclinó su cabeza hacia atrás mientras su cuerpo comenzaba a moverse casi por voluntad propia. Franz presionaba su lengua en el punto exacto en el que el placer parecía no tener límites. Cada movimiento la hacía sentirse más y más gustosa y sus gemidos no tardaron en inundar aquella antigua habitación. Franz lo disfrutaba tanto como ella, oyó su voz decir su nombre y supo que la cima estaba cerca, aceleró su ritmo y experimentó el momento exacto en que la había alcanzado. Fue glorioso.
Ella abrió sus ojos algo dubitativa, pero al verlo no tuvo más que certezas. Deseaba oirlo gozar, deseaba esos labios hinchados, ese cuerpo tallado, esa mirada de hombre hambriento de la que era dueña, al menos por ese instante.
Entonces lo besó y tomándolo con su mano lo guió hasta su entrada que aún vibraba recuperándose de aquel orgasmo.
-Te quiero sentir…- le pidió en un susurro al oído y Franz no necesito más explicaciones. Olvidándose de todo, la penetró con todas las ganas que llevaba acumulando y aquel primer contacto fue suficiente para que no pudiera detenerse.
Con sus manos rodeando su cintura y las de ella sobre sus hombros, le embistió una y otra vez cada vez con mayor ritmo. Era hermoso.
Sin poder resistirse terminó alzándola en el aire y apoyando su espalda contra la pared cumplió una de las tantas fantasías que había soñado.
Ella gemía, la luz de la luna iluminaba su cuerpo desnudo y cada movimiento los volvía más y más unidos. Otra vez oyó su nombre, ese que no era el real pero sonaba como si lo fuera y con una última estocada se derramó casi al mismo tiempo que ella.
Entonces el movimiento se detuvo, la bajó despacio para que apoyara sus pies sobre el suelo y abrió sus ojos sin poder dejar de sonreír.
-Mejor que en mi sueños. - le dijo sin querer separarse aún
-Mejor que en los míos también.- respondió ella mordiéndose el labio inferior con nerviosismo.
No sabía cómo debía continuar. Nunca tenía sexo sin compromiso. No entendía si debía irse, si podían hablar de algo más. Ni siquiera sabía dónde estaba exactamente. Comenzó a mirar hacia los lados y Franz no tuvo más remedio que separarse. Al hacerlo se dio cuenta que no había usado ninguno de los preservativos que había llevado y se alarmó. Pero entonces oyó su voz y la alarma perdió importancia.
-¿Dónde estamos? - le preguntó ella con inocencia, cubirendose los pechos con su mano.
Franz miró a su alrededor y sonrió. Ni él mismo recordaba en qué parte de aquel edificio estaban.
-Creo que es un depósito ahora. Pero este edificio oficiaba de museo hace unos años y antes de eso, era la residencia de mi…- comenzó a decir y rápidamente se corrigió.
-De un tatara abuelo del rey. El Rey Edmund. Al parecer era un poco excéntrico y había mandado a traer reliquias y estatuas de África y Asia. Por eso más tarde lo convirtieron en museo.- le contó.
Cloe se acostumbró a la penumbra y logró distinguir algunos cuadros acumulados en un rincón varios muebles cubiertos con sábanas y la mesa en la que ella misma se había sentado, parecía un escritorio con cierto valor histórico que la avergonzó.
-¿No me digas que tuve sexo sobre una antiguedad valiosa?- le preguntó divertida mientras recogía su ropa del suelo y la sacudía para volver a ponersela.
Franz se abrochó el pantalón y se acercó a aquel escritorio.
-No creo que al príncipe Arthur le moleste.- le respondió pasando sus dedos por una inscripción dorada.
-”A mi querido hijo Arthur Edmund Friedrich”- leyó divertido.
Cloe se llevó ambas manos a la cara sin poder contener la risa
-¿Cómo sabías de este lugar? Me encantaría venir de día, debe tener miles de tesoros.- le dijo ella terminando de abrochar su buzo.
-Llevo muchos años en el castillo, podemos volver de día. Nadie se acerca por aquí, salvo en el día de la limpieza mensual o si surge algún evento que lo amerite. - le explicó abrochando su camisa con pausa.
Un silencio extraño los alcanzó, no era incómodo, pero tampoco reconfortante. Era el silencio de la expectación. Ninguno de los dos quería despedirse, pero tampoco sabían muy bien cómo no hacerlo.
-Creo que mejor voy volviendo.- Cloe fue la primera en atreverse a hablar y en ese mismo momento Franz supo que no podía dejarla ir.
-Todavía es temprano.- le dijo acercándose lentamente.
-¿Te gustaría conocer el resto del edificio?- le propuso en un intento algo desesperado por retenerla.
Cloe dudó.
-Mmm.. No sé, ¿Estás seguro de que no hay nadie?- le preguntó intentando disimular la alegría que le producía que le pidiera que se quedara.
-Confía en mí. - le respondió Franz y tomándola de la mano caminó hasta la puerta de aquella sala.
Recorrieron el piso inferior, sin soltarse. Él hablaba y ella escuchaba. Era como una especie de visita guiada exclusiva, con un irresistible guía que regalaba caricias y besos demasiado tiernos en cada pausa.
Cloe se sentía en las nubes. Su compañía era tan placentera como el sexo que habían tenido. Disfrutaba de sus dedos entrelazados, de su acento formal y de sus bromas sarcásticas. Ya se sentía capaz de reproducir su perfil de memoria y no podía dejar de tener esa mirada algo tonta de quién está completamente obnubilado.
De vez en cuando se recordaba a sí misma que aquello sólo era sexo, pero aquel recorrido no colaboraba.
Llegaron al salón principal y Cloe se acercó a un cuadro que mostraba lo que parecía una orquesta.
-Es la primera orquesta real.- señaló Franz parándose a su lado.
-Es muy hermoso. Es parecido a una obra que vi en el Louvre. - le respondió ella intentando recordar su nombre.
-¿Fuiste a Francia?- le preguntó él intrigado.
Ella asintió con su cabeza.
-Luego de nuestra charla aquel día de mi cumpleaños, decidí cambiar algunas cosas.- le respondió ella mientras tomaba asiento en un banco alto de madera.
-Me alegro que algo bueno haya quedado de aquella noche.- respondió él bajando su mirada, algo avergonzado por recordar su compartimiento.
-Esa noche fue perfecta. - le respondió ella y en seguida continuó.
-La mañana fue el problema. Como en la vida. A todos les gusta la fiesta pero no todos son capaces de aguantar el día después. Pero no recordemos eso ahora. Centrémonos en lo positivo. Esa noche me di cuenta de que llevaba muchos años en Europa y casi no la conocía. Así que cuando junté el valor, me fui con mis amigos, los mejores del mundo a visitar varios destinos.- le contó frente a su atenta mirada.
-Fui a museos, bares, grandes ciudades y campiñas solitarias. - le dijo recordando con alegría aquellos días.
-¿Te animaste a ir a un concierto? - le preguntó él recordando aquella parte de la charla de hace tres años.
-No, no tanto no. Pero lo disfruté mucho. - le dijo ella con una sonrisa.
-Deberías ir. Te gustaría.- le dijo él con una especie de suspicacia en su mirada.
-De hecho…- agregó tomando su teléfono para chequear algo en él.
-Mañana hay uno ¿Te gustaría acompañarme?- le preguntó, expectante.
Cloe tardó en responder. ¿Qué era eso? ¿No se suponía que lo suyo era sexo y nada más? ¿La estaba invitada a una cita?
-Mmm. Gracias pero no creo, ni siquiera tengo ropa para ese tipo de eventos. Creo que Pedro me consiguió un solo vestido que se supone que debo usar para el Baile de Primavera.- le dijo con inocencia.
Franz se acercó aún más y tomó su rostro entre sus manos.
-A dónde yo te voy a llevar no hace falta ningún vestido. Podrías ir con ese mismo pijama, tan sexy que traes y no pasaría nada.- le dijo bajando su mano hasta el nacimiento de sus pechos que se asomaba provocativo por la delgada tela clara.
Cloe no terminaba de entenderlo pero aquel simple roce la había logrado encender de nuevo.
-¿Tenes algún problema con mi pijama? - le preguntó ella con falsa indignación.
-Sölo que está comenzando a estorbar.- le respondió él y en menos de lo que hubieran aventuraron se encontraban disputando un nuevo asalto, el segundo de los cuatro que se llevarían a cabo aquella noche.
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Una foto real
RomanceCloe es una talentosa y comprometida fotógrafa y sin embargo aún trabaja como mesera en el café de su tía. En la noche de su cumpleaños número 24, motivaba por sus amigas decide olvidar sus rígidas reglas y dejarse llevar por primera vez en su vida...