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Suelto un bostezo que pondría al ganador del Récord Guinness de los bostezos en vergüenza.

Ignórame. Llevo más horas despierta de las que puedo contar con los dedos de mis manos y pies y la sensación es como estar ebria. Creo, porque jamás me embriague. Quiero decir, bebí algunas veces, pero jamás me excedí.

Mis rebeliones pasan por otro lado, creo.

Decido ir caminando al encuentro del mencionado instructor de defensa personal y juzgarlo antes de llevar a Alexis. Si logro convencerla, obviamente.

Recorrer la ciudad de día me resulta extraño. Son pocas las veces que logro estar en la calle a esta hora de la mañana y el sol brilla, molestándome. Me cambié en el trabajo, así que llevo puesto un pantalón deportivo con un estampado abstracto y una camiseta blanca. Alexis dice que no conoce una persona con mayor variedad de colores en su ropa y yo le dijo que ella se limita demasiado a los colores terrosos.

Miro mis zapatillas de deporte mientras camino y me detengo cuando llego al cuartel de bomberos donde está el famoso Owen.

Me sorprende ver que no hay ningún camión hidrante y que el único ser vivo que parece estar aquí es una perra dálmata que me observan sin intenciones de acercarse.

—Hola, chiquita —sonrío. Camino dentro del lugar, pero no parece haber nadie —. ¿Hola?

La estancia principal está vacía, así que me adentro, mientras vuelvo a bostezar. Escucho ruidos que provienen desde la izquierda, así que lo sigo. Pensaba que era música, pero no lo es.

La segunda estancia parece un gimnasio. Hay un espacio vacío donde el suelo está cubierto de material acolchado y varias máquinas. Me acerco a la caminadora, detallándola y vuelvo a observar alrededor.

El lugar es mucho más grande de lo que parece y hay otro salón mucho más pequeño donde un cartel indica que están las duchas.

Dándome cuenta de que no hay nadie aquí y sin ánimos de que me acusen de ser una intrusa, retrocedo sobre mis pasos.

—¿Quién demonios eres?

Suelto un chillido, sobresaltada. Vuelvo a girar, encontrando una figura oscura que apenas se ve en el pasillo sin luces que da a las supuestas duchas.

—Yo soy... —me quedo callada. Las palabras se borran de mi boca cuando el desconocido se asoma y me recuerda al momento en el que Bella conoce a la Bestia. Sin embargo, lo que la bestia lo tiene de peluda, este hombre lo tiene en tinta.

Su cuerpo —al menos lo que puedo ver, ya que no lleva camiseta — está enteramente cubierto en matices negros y grises. No hay ni una sola gota de color en su piel y llegan hasta su mentón, donde los tatuajes se detienen. Está lo suficientemente lejos como para que no pueda ver sus ojos, pero noto el cabello corto, casi al ras y su expresión ceñuda.

—Ye hice una pregunta —demanda, dando varios pasos.

Su presencia me pone nerviosa, pero no me achico. Esta vez, yo me muevo hacia él. De cerca, parece incluso más grande. No es que yo sea precisamente alta, porque apenas paso el metro cincuenta, pero él debe acercarse al metro noventa sin problemas.

—Estoy buscando a Owen —le explico con lentitud —. ¿Sabes dónde puedo encontrarlo?

Mi primera impresión de él es que parece un idiota o que, al menos, me odia y no comprendo por qué.

—Yo soy Owen —dice finalmente. No parece más relajado, en absoluto, incluso parece molesto por mi presencia, así que pongo mi mejor sonrisa, la más encantadora, aquella que le doy a los pacientes más difíciles y extiendo mi mano en su dirección.

Morfina | SEKS #6Donde viven las historias. Descúbrelo ahora