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Zaira

Estoy mareada.

Cuando quiero sacar cuenta de la cantidad de horas que he dormido esta semana, no logro llegar a un número de dos cifras.

El agotamiento mental hace que mis movimientos se sientan a cámara lenta, aunque vaya a un ritmo normal. Llego a la casa de Alexis con los ojos ardiendo de cansancio y bostezo segundos antes de que abra la puerta.

—Estás mal —me toma del brazo y me lleva al sillón—. ¿Qué te ha pasado?

—No he dormido mucho, me he distanciado de Owen y mi madre me ha llamado creyendo que mi padre muerto y mi hermano van a querer un almuerzo tardío. Ya comienzo a dudar de mi cordura.

Alexis se sienta a mi lado. No solemos demostrarnos cariño físicamente. Ella me dice que me quiere cocinando, dejándome pasar algunas noches aquí y ayudándome a cuidar a mi mamá y yo le digo que me importa cuando amenazo a Bruno con matarlo si le hace daño.

—¿Quieres hablar?

Niego.

—Antes necesito dormir —reconozco—. Luego te contaré todo —prometo.

—Katia no está, ve a su cama o a mi habitación —me dice lentamente—. ¿Has hablado con Owen?

Asiento. Intenté no salpicar a Ale con todos mis problemas, pero, de algún modo, se enteró. Bueno, Owen es responsable de eso. Él y Bruno.

—Me quedaré en la habitación de titi —le digo. Me lleva unos segundos que mi cerebro dé la orden de ponerme de pie y mi columna apenas me sostiene hasta el cuarto de mi sobrina.

Allí, me desplomo. No me quito la ropa, aunque debería cambiarme, pero el agotamiento me vence en cuestión de minutos.

—Zai... Zaira... —la suave voz de Alexis desde la entrada de la habitación de su hija me hace parpadear—. No quería despertarte, pero creo que deberías comer algo —añade.

—¿Qué hora es?

—Las dos de la tarde —responde—. María llamó a tu teléfono, respondí porque era ella. Solo quería avisar que tu mamá tomó todos sus medicamentos hoy.

—Qué bien —vuelvo a frotarme el rostro, teniendo que obligarme a que se mantengan abiertos.

—Date una ducha y ven a la cocina, preparé el almuerzo.

Mi estómago ruge.

Me doy un baño con los ojos apenas en hendiduras para no confundir los productos para el cabello. Una vez lista, tomo algo de la ropa que tengo en uno de los cajones de Alexis y me miró en el espejo.

A pesar de que mi piel es oscura, tengo ojeras muy pronunciadas y luzco como un fantasma.

—Ten —mi mejor amiga desliza dos platos de comida en la mesa de la cocina y veo que hay al menos quince recipientes en la mesada tras ella.

—¿Vas a darle de comer a toda la ciudad?

—Es para ti, así al menos no tendrás que pensar en cocinar cuando llegues a casa.

Se me instala una sensación extraña. Alexis solo es mayor que yo por tres años, pero, desde que nos conocemos, ha sido maternal. Puedo ser enfermera, pero ella es la que tiene un millón de analgésicos en el bolso, toallas húmedas y cualquier cosa para solucionarlo todo.

—Gracias —susurro.

Bebe un poco de agua y me observa. Tiene el cabello suelto y le cae en ondas por los hombros, hasta la cintura.

Morfina | SEKS #6Donde viven las historias. Descúbrelo ahora