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Owen me mira mientras termino de hacer abdominales.

—¿Qué sigue? —le pregunto, tratando de no demostrar dolor por toda la actividad física.

No sé porqué no me sorprende cuando me arroja una botella de agua que por poco golpea mi rostro—. ¡Oye!

—Tienes que hidratarte —dice. Parece divertido con mi expresión —, y tienes que trabajar en tus reflejos, son pésimos.

Idiota.

Algunas gotas de agua caen por mi barbilla cuando bebo con brusquedad, porque estoy sedienta. Cayendo en el suelo, respiro de forma agitada.

—Casi me estropeas la nariz —me quejo, todavía con el agua en la mano.

—De seguro conoces algún cirujano —me tiende la mano y me sorprende el gesto, pero la acepto y me pongo de pie.

Su cuerpo y el mío están cerca. Levanto los ojos y observo los ojos plateados que me miran con severidad.

Mi vientre se aprieta y sé que no se debe a los abdominales.

—¿Qué vamos a hacer?

—Boxeo —responde. Todavía tiene sus dedos en los míos y suspira —. Tendrás tu oportunidad para darme un puñetazo —dice, mientras busca las vendas. Me hace un gesto para que me acerque a él y comienza a enrollar la tela alrededor de mis muñecas. Pongo mis ojos en él, con una sensación inquieta —. Así que no fue una cita.

Sonrío. La idea de la cita parece haberle molestado bastante y quiero entender porqué.

—No, ya te lo dije —responde con un sonido bajo —. ¿Tú tienes citas?

—No.

—¿Por qué no? Eres atractivo —señalo, sin pensar. Mis mejillas se ponen rojas e intento recomponerme —, si no fueras tan gruñón, tendrías muchas citas.

—Seguramente.

—¿O Glock es una gallina celosa? —mi pregunta lo hace sonreír y me quedo embobada mirándolo. Es una sonrisa preciosa, de dientes blancos.

—Glock no tiene motivos para serlo, Zaira —la forma en la que menciona mi nombre me pone nerviosa.

Owen me intimida y me excita. No estoy segura de tener una solución para la primera parte, pero de seguro que algo puedo hacer para aliviar la segunda.

El hombre no me mira mientras busca las vendas y me arrincono, tratando de respirar aire libre de su aroma.

Gruñe mi nombre, llamando mi atención para que me acerque a él y lo hago.

—Dame un respiro —suplico. No lo hace, porque toma mi mano y comienza a enrollar las vendas con lentitud.

No puedo quitar mis ojos de su rostro, tratando de entender mi fascinación por él, cuando jamás me he llevado bien con personas como él.

Detallo la pequeña y discreta cicatriz al costado de su ceja y el color plateado de sus ojos, aunque a veces se tornan del color del plomo. El cabello claro, demasiado corto, le endurece las facciones.

—Deja de mirarme así —sisea, ajustando la venda con más fuerza de la necesaria.

—¿Así, cómo? —pregunto, aunque es evidente para los dos.

—Como si quisieras algo más que unas lecciones, Zaira —señala. Da otro paso hacia mí, pero no retrocedo. Levanto el mentón, todavía con mis ojos en él.

Owen es como un abismo oscuro que no puedo dejar de mirar, sin importar lo peligroso que podría ser caer en él.

—¿Qué pasaría si dijera que quiero más que unas lecciones? —pregunto en voz baja.

Morfina | SEKS #6Donde viven las historias. Descúbrelo ahora