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Zaira

Logro llegar a la entrada y bajar un escalón antes de que Owen me alcance. Su mano me rodea el brazo con fuerza y mi respiración se agita por la excitación que me produce su cercanía.

Sus pupilas dilatadas y la expresión cazadora en su mirada me causan un hormigueo y le sonrío.

—Tú no escuchas —gruñe.

—Te escuché perfectamente —intento soltar mi brazo, pero no me deja. Podría pelear si fuera una situación de peligro real, pero la forma brusca en la que me arrastra al interior de la casa produce todo menos miedo.

En el trayecto a la habitación, recoge mi bolso y, cuando llegamos al cuarto, lo arroja a la cama.

—Los condones —señala—, y luego me aseguraré de que no puedas escaparte.

Miro hacia atrás, sonriendo.

—¿Por eso tienes una cama con barrotes? ¿Qué sigue, esposas o cuerdas?

—Decírtelo haría que se pierda la magia —murmura. Me mira mientras dejo la tira de condones en la mesa de noche. Luego, estira su mano para tomarme del cuello y acercarme a él.

No respiro.

Él sonríe.

Sin decir nada, lleva las manos al borde de mi camiseta y lo sube. De nuevo, mi ropa interior es funcional, no bonita, pero Owen me mira como si me hubiera envuelto en la ropa más preciosa.

Sus ojos brillan con maldad, lujuria y deseo. Tiene una expresión sádica que pronto se traduce en su comportamiento. Creo que apenas arañamos la superficie de lo que nos gusta, todas las veces que estuvimos juntos tanteando el terreno, pero tengo la sensación de que hoy va a presionarme.

Y yo quiero que lo haga.

Cuando me quita la camiseta, le sigue el sostén y los pantalones. Solo me quedan las bragas cuando decide que es momento de llevarme a la cama.

Su boca está sobre la mía y mis manos tironean de su playera cuando caemos sobre el colchón. Somos un enredo de extremidades, las mías intentando desnudarte, las suyas intentando dominarme.

Me muerde el labio inferior y suelto un chillido, empujando su hombro.

—¡Salvaje!

Sonríe. De nuevo, la burla y el sadismo brillan en sus ojos.

—No me golpees, Zaira —retiene mis muñecas entre las suyas, alzándolas hasta el cabecero de metal—. O te ato o te quedas quieta y dejas de causarme problemas.

—¿Problemas? Jamás te causan problemas.

Ladea el rostro.

—Atada será, entonces —murmura, todavía sujetándome con una mano. Estira la otra hasta dar con un cinturón olvidado en el suelo. Lo usa para crear dos cavidades en las que encierra mis manos y se asegura de que no apriete tanto como para dañarme. Con el excedente, lo asegura a uno de los barrotes.

Podría soltarme, pero quiero ver qué tiene planeado.

Arrastra su mano entre mis pechos. Baja sus dedos por mi abdomen, hasta engancharlos en mis bragas, pero no las quita. Pasa sus dedos por encima de la tela, tocándome con un patrón circular.

Su mirada y la mía parecen obligadas a permanecer en la otra. La plata compite con el marrón de los míos.

—Estás callada —comenta.

—¿Qué se supone que diga? Estoy disfrutando de la forma en la que me tocas.

Inclina su rostro, besándome de nuevo. La forma de hacerlo cambió mucho. Ya no se contiene como al principio. Da más de él. Sé que no es todo, pero las cosas están más equitativas.

Morfina | SEKS #6Donde viven las historias. Descúbrelo ahora