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Alguien estrechaba mi mano. 

Alguien estrechaba mi mano. 

Abrí los ojos como si acabara de despertar de una pesadilla y traté de incorporarme, asustada. Me aferré a lo primero que encontré, asustada de volver a aquella oscuridad. Asustada de volver a sentir que el aire escapaba de mis pulmones.

- Tranquila. - dijo una voz grave a mi lado. Era el mismo portador de la voz que me rodeaba con sus brazos, sin saber muy bien que hacer. Con mirada preocupada.

- Kovu - susurré. Mis labios se sentían ajenos al resto de mi cuerpo, así como mi voz. Ajena, desconocida. Como si hubiera pasado demasiado tiempo.

Necesitaba recordar sus nombres. Necesitaba sentir como la voz salía proyectada gracias al aire en mis pulmones, creando aquel nombre de dos sílabas. Ko-vu.

Kovu. Mi amigo. Mi hermano. Un chico dulce, atento, inteligente, atractivo, carismático...

Kovu, que siempre había estado ahí cuando yo más lo había necesitado. Kovu, que había insistido en que me entrenara para ser la guerrera que era ahora. Kovu, que nunca había dudado de mi. Kovu, que con una sola mirada sabia que algo no andaba como debería.

Dejé escapar un sollozo y me lancé a su cuello, atrayendo su cuerpo al mío. Sintiendo su calor, sus brazos familiares rodearme...

- Creía que te perdía - susurró contra mi oído. A continuación, sus manos se aferraron a mi piel, bebiendo de mi esencia. Noté como inspiraba una bocanada de aire contra mi cuello antes de separarse con los ojos acuosos. Su mano viajó hasta mi mejilla y enjuagó una lágrima. - Ni se te ocurra volver a ir sola. - me dijo. Un par de lágrimas se resbalaron por sus mejillas y de nuevo, me sorprendió aquel brillo en los ojos que no había visto cuando miraba a otras personas. Ese brillo que algunas personas insistían en nombrarlo. "Deberías unirte a él" decían. Y yo siempre sacudía con la cabeza. 

Aparté la mirada y negué con la cabeza, sabiendo que no podía sostenerle más la mirada.

- Iré a avisar a Madre. - dijo antes de posar un beso en mi frente y abandonar la tienda.

Y de nuevo, me enfrente a la oscuridad. Esta vez era distinta. La oscuridad familiar de una tienda. Las sombras eran distintas, menos densas, mas... amigables.

Dirigí mi mirada hacia un extremo de la tienda en donde la luz entraba fragmentada en haces de luz gracias a las tiras de cuentas de madera pintada que separaban el exterior del interior.

Me llevé una mano a mi pecho para sentir el latir de mi corazón, rítmico y potente. Para nada débil, al igual que en mis sueños. ¿Y si había sido todo un sueño? ¿Y si Neteyam y su familia nunca habían llegado en realidad al poblado?

Me llevé una mano hacia el hombro para comprobar que había una herida. Una herida de bala.

El dolor que me atravesó el cuerpo partiéndome en dos, por el escaso tiempo de cura que había pasado desde que había recibido el impacto, fue casi un alivio.

No había sido un sueño, como los que tendía a tener. Casi siempre salía Neteyam y estaba conmigo, volando y riendo, y...

La Tshaik irrumpió en la habitación con una ráfaga de viento. Alguien la seguía.

Sus hijos y el Olo'eyktan. El hombre al que se había unido hace tanto tiempo atrás.

La mujer vino hasta mi y miró mis ojos con expresión seria. Imperturbable. Buscaba algo, comprendí al devolverle la mirada un par de veces y que ella siguiera escudriñándola.

Su expresión se suavizó tras unos instantes y me envolvió entre sus brazos, temblando. Nunca la había visto temblar. Nunca. Ante nada ni nadie.

Ni siquiera cuando Nova contrajo una rara infección hace muchos años y estuvo sin moverse de la cama casi un año entero.

Guerrero del VientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora