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El poblado Metcayina era un hervidero de noticias, reencuentros y llantos ante pérdidas de seres queridos. Pero una cosa destacaba entre el bullicio. 

La paz. 

Las familias se ayudaban las unas a las otras, cansadas pero con la sonrisa tranquila en el rostro de quien sabía que la tormenta por fin había pasado. Fuimos recibidos por la familia de Neteyam con euforia. Especialmente de Lo'ak que no paraba de gritarle a todo el mundo que su hermano era el mejor guerrero de toda Pandora. Sus padres lo estrecharon entre sus brazos mientras Tsyeria charlaba conmigo y me preguntaba por mi recuperación. 

Se me encendieron las mejillas al recordar los momentos tan placenteros que había experimentado nada mas levantarme. Y todo gracias al chico al que ahora arropaba su familia en una mezcla de lágrimas de alegría y tristeza. 

Clavé mi mirada en ellos. 

Su padre y su madre que se estrechaban el uno al otro mientras acunaban a todos sus hijos entre sus brazos. Lo'ak, igual o mas alto que su padre, tenía retenido a Neteyam contra su cuerpo. Su madre le abrazaba también del otro lado mientras Kiri se aferraba a su padre y por defecto, a Lo'ak, quien también sujetaba fuertemente a su padre con el brazo libre que le quedaba. Tuk, aun que echa toda una guerrera, quedaba en el medio de la familia, con una amplia sonrisa abrazando a todo el mundo. 

Neteyam rió ante algún comentario de su hermano mientras su padre derramaba algunas lágrimas, superado por la situación pero sin borrar la sonrisa de su rostro, dedicada a su hijo menor. Neytiri cabeceó en desaprobación al oír las palabras de su hijo, aun que con una ligera sonrisa. 

- Esta vez te has pasado, hermano. - le dijo Lo'ak. - Ya sabíamos que eras el mejor de todos nosotros pero no hacía falta recibir un tiro para darte la razón. - dijo poniéndo los ojos en blanco aún abrazando a su hermano. 

La familia rió, con ganas, aun que todavía con el susto en el cuerpo. Sonreí también, ahora sola entre todas aquellas familias, feliz de que hubieran podido reunirse, al completo. 

Neteyam fijó su mirada en la mía y se hizo hueco entre su familia para extender un brazo, teniéndome su mano. 

- ¿Qué pasa? - me dijo con una media sonrisa. - ¿Te da miedo que te aplastemos? - dijo con un brillo rebelde en sus ojos. 

Cabeceé ante sus palabras y me dejé envolver por el abrazo de la familia, entre risas y anéctodas. Jake y Neytiri se alejaron, dejándonos solos, en una conversación casual y totalmente fuera de contexto para estar viviendo los días de luto que pasaban los Metcayina. 

- Lo'ak por fin ha conseguido ganar a Ao'nung en una carrera. - comentó Tuk mientras caminábamos hacia la hoguera, en donde todo el pueblo se reuniría para darnos la bienvenida, de nuevo. Neteyam asintió, orgulloso, mostrando su aprobación. 

Sin embargo, Lo'ak hizo un mohín, malhumorado. 

- No era... - intentó, pero fue interrumpido por un chico de pelo rizado, recogido en un moño y tatuajes por su pecho y parte de su rostro. 

- Y aun así ganó porque me tropecé. - dijo Ao'nung con una sonrisilla divertida. 

- ¿Como puedes tropezarte con un ilu? - pregunté yo, confundida. 

Ao'nung se echó a reír, con ganas mientras Lo'ak cada vez estaba mas azul. Parecía estar desesperado por aclarar la situación. 

- ¡Que va, fue en tierra firme! - dijo él. Neteyam y yo nos echamos a reír con ganas, mientras Kiri trataba de apoyar a su hermano, sintiendo algo de pena por él. 

Entre bromas y todavía teniendo presente lo que había pasado, nos reunimos todos en torno a la hoguera para compartir historias. 

Bailé junto a los Metcayina durante toda la noche hasta que Neteyam me apartó de allí para escaquearnos hasta una pequeña cala en la que se podía ver la hoguera, unos metros mas allá. No pasó mucho tiempo antes de que comenzaran a aparecer rostros conocidos. Primero fue Lo'ak con Tsyreia, que buscaba un sitio tranquilo en el que pudieran... pasar tiempo juntos. Después llegaron Kiri, Rotxo y Tuk, que planeaban nadar un rato antes de irse a la cama. Y después apareció Ao'nung con una chica muy guapa llamada Rey'lla. La mujer con la que planeaba unirse no dentro de mucho, según me confesó Tsyreia. 

Cuando nos dividimos para encontrar cada uno nuestra privacidad, comprobé que Neteyam parecía demasiado seguro para estar dando "un paseo casual" según lo había llamado. 

- ¿A dónde vamos Neteyam? - pregunté con una sonrisilla. 

Él dio un respingo y comenzó a mover la cola, nervioso. Se llevo una mano a la nuca y fingió que se la rascaba distraídamente. 

- A ningun sitio en especial. - dijo mirando hacia su alrededor. 

- Mhm - asentí, sin querer saber hasta donde me conducía. Me enternecía saber que había estado planeandolo para nosotros. 

Caminamos durante un rato mas, bajo un flujo de conversación tranquilo. Tal y como las olas llegaban a la orilla, con calma y una agradable promesa que las incitaba a volver hasta la arena. 

Me encantaba sentir la arena tan fina entre los dedos de los pies. La noche era preciosa, también, creando un ambiente de ensueño. Las estrellas brillaban en el cielo y la aldea cada vez quedaba mas lejos. 

- Hemos llegado. - dijo Neteyam en medio del silencio, apartando algunas hojas del tamaño de nuestras cabezas para dejarme pasar. 

Así lo hice, sintiendo como Neteyam se pegaba a mi espalda para tomar mi mano y obligarme a seguirle entre la oscuridad de la vegetación. La humedad y el dulce olor de las flores tropicales era un perfume que nublaba mis sentidos. 

- ¿Qué es...? - quise volver a preguntar, pero Neteyam volvió a callarme, con un sonoro: 

- Shh, las despertarás. - me dijo guiándome hasta un claro, en el que su rostro fue bañado por una luz rosácea en cuanto puso un pie en el musgo que cubría el suelo. Un poco mas allá había un gran charco, probablemente fruto de un acuífero. En realidad, era algo mas que un charco. Parecía un pequeñísimo lago. 

Elevé mi mirada hacia arriba, sorprendida por las palabras de Neteyam. Estuve a punto de soltar un chillido de alegría cuando cubrí mi boca con mis manos, enseguida. 

- Por la Gran Madre, eso son... 

- Dragones brillantes. - completó Neteyam asintiendo con la cabeza. 

Los Dragones Brillantes era una especie que variaba de la mariposa y se caracterizaba por su cuerpo alargado con tres ojos a cada lado de la cabeza y sus alas brillantes. Por el día estaban llenas de colores, pero por la noche, el pigmento luminiscente de sus alas se iluminaba, como cualquier otro animal. 

La diferencia estaba en su color. Cada uno era diferente y único. No había dos dragones con la misma luz o el mismo patrón. Los insectos eran difíciles de encontrar porque vivían en ambientes de mucha humedad y poca comida. Es decir, sitios deshabitados. 

 Pero aquello... Aquello era un milagro. 

El espectáculo de luces y colores nos meció durante horas hasta que me quedé dormida entre sus brazos, oyéndole respirar y vigilando con un ojo entreabierto como las estrellas desaparecían y el sol comenzaba a asomar entre la vegetación. 

Sintió como su cuerpo dejaba de ser suyo, para flotar hacia otro lugar, muy muy lejano. 



Guerrero del VientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora