"Matías Bennett"

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Matías se encontraba en el paraíso afilando su lanza, estaba de mal humor, todos los ángeles no querían acercársele por miedo y respeto. Estaba así desde que Mel desapareció hace dos semanas, y todo había ido de mal en peor desde ese día, había discutido horriblemente con Macarena, se había desquitado con ella después de lo que le confesó, seguía molesto con ella, lo admitía, pero por supuesto que la perdonaba. A pesar de eso aún no había vuelto a verla en persona.

Con el resto del grupo no hablaba, ni si quiera se veían, o más bien con las chicas, ya que él era el único chico, y sabía por qué. Por la ausencia de su prima. Ella siempre fue la conexión con todos, fue por ella que dicho grupo existía y sin ella se desmoronó todo.

Y con Jennifer, su novia, las cosas no estaban tan bien tampoco. Desde que supo que era un ángel las cosas han estado muy tensas. Por supuesto se apoyaron con lo Mel, fue como si todo lo demás hubiera desaparecido, pero cuando el shock desapareció esa tensión regresó.

Y sus obligaciones como ángel tampoco ayudaban mucho a la situación, las ordenes de Sarmin le gustaban cada vez menos. Esa leyenda del híbrido Ángel-Demonio lo estaba hartando de verdad. Si Sarmin de verdad creía que matando a cada ángel caído en la tierra iba a ser la solución, estaba muy equivocado, eso era todo lo contrario a lo que creían los ángeles, era lo que los hacía diferentes a los demonios. Matando a los suyos así de forma despiadada no los hacía diferentes a ellos, los hacía iguales y eso era lo que le molestaba a Matías.

No quería matar a más de los suyos. Si, eran caídos, y si eran caídos era porque se lo habían ganado, pero eso no era una razón válida para matarlos así. El destierro era suficiente castigo, incluso para la mayoría de los ángeles era mejor la muerte que ser expulsado. Realmente se sentía fatal por lo que estaba obligado a hacer. Y para empeorar, él dirigía a los soldados que hacían el trabajo.

¡Realmente era una mala época!

— ¿Cómo va la misión? — preguntó Sarmin.

— Bien, señor, vamos lo más rápido que podemos, ya hemos cubierto casi la mitad del planeta —dijo Matías.

— ¿Cuántos muertos?

Eso tensó al menor.

— Más de trescientos señor — le amargó el día decir eso, trescientos ángeles muertos por su propia gente, se sentía repugnante. Había más de mil ángeles caídos en la tierra, era un genocidio.

— Hay que seguir. ¿Alguna pista del híbrido?

— No, señor —pensó un momento — Señor, disculpe, pero ¿realmente cree que matándolos a todos se va a solucionar el problema?

Sarmin lo miró serio.

— ¿Por qué la duda, soldado?

Matías se mordió el labio.

— Digo, no es necesario matarlos, hay otros métodos para encontrar al híbrido.

— ¿Cómo cuáles? — preguntó molesto.

— Hacer lo que hacemos, pero en vez de matarlos revisarlos a cada uno para saber si alguien es mitad demonio y problema resuelto. Esa clase de doble sangre no se puede ocultar.

— Dime algo, Matías, ¿y si por casualidad ese híbrido estuviera protegido de alguna manera, como por una bruja? No lo sabríamos — comentó Sarmin.

Luna Negra: Lo que nos uneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora