"Ciudad Marina"

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Ahora empezaría con los poderes más complejos, el control del clima. En este tiempo Mel y Zac pasaron mucho tiempo juntos, se habían unido bastante. Al igual que con Neptina y Acuata, se habían vuelto muy buenas amigas.

Un mes había pasado y Mel no podía dejar de pensar en su madre y en sus amigos. Se había distraído tanto que casi no pensó en ellos. Pero ahora los extrañaba más que nunca, y le preocupaba lo que estuvieran pensando de ella, el qué le había pasado. Se sentía mal, muy mal. Pero no era su culpa que la convirtieran en sirena. Solo esperaba que, al volver, pudieran perdonarla.

Era luna llena, y según le habían explicado, la luna llena hipnotizaba a las sirenas que no tenían control. Con practica y entrenamiento podían resistirse a ella. Excepto a la luna negra, nadie se resistía a ella, ninguna especie. Pero Coral y las sirenas que habían participado en la transformación de Mel pudieron resistirla gracias a unas pociones especiales, y algunas joyas con piedras mágicas especiales, impregnadas con el poder del mismo Egón. Siempre y cuando no miraran a la luna fijamente. 

Mel estaba nerviosa, reposando en una roca, disfrutando el viento, había extrañado la sensación. Estaba observando el horizonte con una lágrima en su mejilla. Allí, en alguna parte a cientos de kilómetros, estaba su casa, su familia, sus amigos, y ella estaba ahí, lejos de ellos.

— Como los extraño — dijo con la voz rota. Especialmente ese día se sentía muy triste, porque recordó el día de chicas.

¿Cómo la habrán pasado Tania y Antonella? ¿Cómo estarán? ¿La perdonarán algún día? ¿Y su madre? ¿Sus estudios? ¿Su vida? ¿Qué pasó con todo eso? Eran preguntas que le invadieron la mente.

— Mel.

Ella volteó, era Zac. Inmediatamente secó sus lágrimas. Pero Zac subió a la roca y tomó una de sus manos.

— ¿Por qué estás llorando?

— Extraño a mi hogar, a mis amigos, a mi familia. ¿Entiendes eso?

— Puedo imaginarlo, yo yendo a vivir en tierra, alejado de casa, de mis amigos, de mi vida entera, con piernas. No quiero pasar por eso. Así que podría decirse que te entiendo Mel. He vivido noventa y nueve años, y no me imagino viviendo en otro lugar que no sea el océano.

— Tengo a mi madre, ¿sabes cómo debe estar? ¿Sin saber nada de mí?

Zac asintió.

— Yo daría lo que fuera por tener a mi madre conmigo, ella murió hace veinte años. Solo tengo a mi padre.

Mel observó sus manos unidas y presionó, luego llevó su vista a sus ojos.

— Me alegra haberte conocido, Zac.

Él le sonrió.

— No tienes idea de cuanto me alegra a mí, tú eres especial, Mel, lo noté desde el primer momento en que te vi. Eres hermosa, y quiero ayudarte, quiero animarte, no me gusta verte triste — acarició su mejilla — Mel, tú me gustas mucho — confesó.

Ella se ruborizó.

— Tú también a mí, Zac.

Zac se armó de valor y se acercó a su rostro, el corazón de Mel latía rápidamente, sin más el tritón la besó. Ese era el primer beso de Mel.
La luna llena fue demasiado complicada, y no pudo resistirse a ella, pero de eso se trataba el entrenamiento, un par de lunas llenas más y no caerá bajo su control.

Luna Negra: Lo que nos uneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora