тринадцать | 13

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Editorial; consecuencias inmedibles               Cómo si fuese el peor animal rastrero de la vida, Rilina comenzó a sacudir el pie para deshacerse del agarre malentendido

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Editorial; consecuencias inmedibles
    
          Cómo si fuese el peor animal rastrero de la vida, Rilina comenzó a sacudir el pie para deshacerse del agarre malentendido. Sin embargo, sin quererlo se puso muy nerviosa y retrocedió, provocando su misma caída al momento de no poder soltarse cómo hubiera querido.
          Su trasero se estrelló contra la alfombra cara de la habitación y apenas hizo un ruidito con la boca, pero para cuando se dio cuenta de lo que sucedía, no pudo retroceder más.

          —Rilina... —masculló molesto y apenas el albino de orbes inconformes. Al verle bien, fue consciente de que no era su prometida.

          Solo verle el rostro desfigurado en una mueca -aunque fuese difícil de creer-, de la que la dama nunca había sido testigo, le trajo los suficientes problemas para arrepentirse de haber corrido en su rescate.

          Él no era una dulce princesa, después de todo, y ella no era su príncipe azul.

          —E-escuché el ruido y me asusté, así que vine a ver que no le hubiese sucedido nada —justificó enseguida la joven, por primera vez nerviosa frente al dueño del editorial. No lo quería, pero estaba segura de que no saldría de esa tan fácilmente.

          Lo que no imaginó, fue ser empujada de pronto con las dos manos del contrario en sus hombros. Había sido tan rápido, que no se dio cuenta del salto que dio el albino para alcanzarle. No fue hasta que lo vio encima de ella, con ese mismo semblante rabioso, que intentó alejarse.

          —Siempre es lo mismo... —murmuró el hombre, casi no se le escuchó y sus ojos fueron cubiertos por sus cabellos despeinados en su frente—. Después de que llegaras... Siempre es lo mismo —habló más alto y apretó los dientes.

          Dunia se mantuvo quieta, tratando de entender a qué se refería, no obstante, cuando la mano del contrario corrió con rapidez a su rostro, pensó que iba a ser golpeada, así que cerró los ojos enseguida y apretó los labios. Mas, lo único que atrapó el magnate, fueron sus lentes, esos que tanto odiaba.

The Editorial | Nikolai Gogol 🎪Donde viven las historias. Descúbrelo ahora