сорок три | 43

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ditorial; el curioso que murió ahogado en las coincidencias


           Ese día, dos después de la gran cena en la que Rilina no pudo quedarse, había llegado muy temprano al trabajo llevando consigo la caja de regalo que contenía el vestido de colores blancos y negros; y no era que fuese una irresponsable con el horario -sin obviar que había faltado el día anterior-, pero Nikolai y Osamu ya se encontraban en la oficina.

          —Buenos días, te extrañé ayer... Y pido disculpas de una vez, pero, ¿qué es lo que llevas ahí? —saludó y cuestionó el admistrador cuando la vio llegar. Salía de la oficina del mayor cuando la observó y no pudo deshacerse de su curiosidad, en especial por su imagen aquel día.

          —Buenos días —respondió la dama y pausó por algunos segundos para ver la caja, luego continuó—: Es algo sin importancia; algo que debe volver a su dueño lo antes posible.

          No tenía sentido para el castaño, pero después de mirarle por algunos segundos con confusión, miró hacia atrás y comprendió.
          Había pasado un tiempo desde que los dos no hablaban de situaciones personales, incluso si antes la secretaria no había sido muy abierta con él, en esa ocasión se sentía mas lejano de lo que ya se sentía naturalmente. Pero ahí estaba el motivo, muy claro para variar, por ello se hizo a un lado y no forzó más la situación.

          —No te quito más tu tiempo, iré a trabajar. Con permiso —se despidió un tanto nervioso. Lo único que quería era no ser más un estorbo en los planes de la joven, y logró su cometido al marcharse nada más dijo.

          El rostro y la apariencia de la señorita Thomashevsky, fácilmente apreciados por todos, era algo que llamaba la atención sin lugar a dudas.

          Rilina andaba por ahí con las ropas que le hacían ver cómo una descuidada en esa sociedad exigente, exactamente ese tipo de cambio que se escoge sin pensar, pero que era conocido por los que la vieron antes andar por ahí, es decir, ese pantalón normal y suéter sin chiste, acompañados por unos tenis genéricos.
Sin embargo, quizá eso no era lo peor para algunos, porque llevaba el rostro cansado, como si no hubiese dormido en días y ni siquiera parpadeado; sus orbes oscuros parecían más bien grises, y sus labios agrietados mostraban que tan bien hidratada se encontraba, por no decir que su cabello no estaba peinado, sino solo suelto y destramado.

The Editorial | Nikolai Gogol 🎪Donde viven las historias. Descúbrelo ahora