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Editorial; ven a conocer un poco a la señorita Slavinikova

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Editorial; ven a conocer un poco a la señorita Slavinikova

          Un mes después, las cosas solo siguieron su cause, o, ¿era que el río buscaba su rumbo? De cualquier forma, de la noche a la mañana, nadie era capaz de detener y evitar lo inevitable.

          Esa misma tarde de viernes llovía, y sin saber cómo o cuándo se habían descuidado, Rilina y Fyodor corrían de vuelta al auto del muchacho para volver a casa, sin embargo, no molestos por el clima, sino riendo como nunca antes cuando notaron que se resbalaban por la acera debido al agua.

          Era así como sus días compartidos se tornaban una y otra vez, porque sin verlo venir, ya autografiada su copia de Crimen y Castigo, comenzaron a salir sin pactarlo.
          Fyodor le recogía a veces al salir del trabajo, iban a tomar algo o simplemente le llevaba a casa, esto en minoría, porque sí, incluso el escritor comenzó a conducir para más practicidad; otras veces le acompañaba en su hora de comida o el mismo llevaba el almuerzo para que comiera en la oficina, que eran casi tres días a la semana. El muchacho sin duda era muy atento y eso para nadie era un inconveniente, de hecho la secretaria comenzó a estimarlo en demasia porque se lo merecía.

          —Cuidado... —Antes de poder avisar, el azabache ya le había atrapado de un resbalón.

          —Estos zapatos... —apenas dijo la joven en una queja.

          La lluvia siempre traía buenas cosas, era así como lo veían algunos y no se equivocaban, porque gracias a ello, aquellos dos terminaron muy cerca al evitar un accidente.

          —¿Estás bien? —inquirió el muchacho nervioso.

          Apenas notando que le tomaba de la cintura, pues Dunia se miraba el tacón roto y necesitaba ayuda con su equilibrio. Por supuesto, quería soltarle al sentirse invasivo, aunque cuando la joven volvió su atención a él, no se le vio para nada disgusta. De hecho, su corazón latió como un demente y sus orbes se abrieron al pensar en las posibilidades que nunca antes se había planteado, no obstante, sus gafas empañadas obstaculizaron la vista al escritor y este terminó por soltarle.

          —Menos mal no son tacones altos o de aguja —celebró la dama para volver a esa comodidad, pues por un segundo el nerviosismo del muchacho le hizo callarse.

          Fyodor retrocedió no mucho después recordando que seguían en la calle, en ese parque cerca de la vivienda de la secretaria y junto a la acera en donde pasaban los autos. Por supuesto, temía verse afectado, así que en un movimiento rápido, cuando notó como la lluvia caía sobre la cabeza de su acompañante, solo se quitó el abrigo y lo colocó sobre esta.
          Rilina se vio sorprendida con el hecho, aún así, supo exactamente su cometido y lo aceptó; él era un caballero después de todo, se lo había demostrado en más ocasiones, pero aquella la sintió más especial.

The Editorial | Nikolai Gogol 🎪Donde viven las historias. Descúbrelo ahora