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Editorial: lo que he ganado

          Cuando el auto estacionó frente a la casa de los Thomashevsky, está vez no hubo una despedida inmediata. De hecho, a diferencia de otras veces que no se decían una sola palabra y Rilina solo bajaba y el arrancaba, Nikolai se vio obligado a bajar para ayudarle con el gran regalo de Catrina.

          —No es necesario, puedo volver a arrastrarlo —dijo la dama cuando lo vio sacar la caja del asiento trasero.

          —A diferencia de las personas en el centro, aquí sí la conocen. Evite hacer cualquier ridículo que pueda exponerla —aconsejó el hombre de buena gana.

          Pasaron la cerca blanca y corrieron a la puerta. En ese momento, el albino estuvo a punto de dejar la cama de perro sobre el cemento, pero el peculiar sonido de Catrina raspando la madera por el otro lado llamó su atención.

          —Solo fueron unas horas, pero al final debí saber que debe sentirse sola —lamentó la dueña de la casa al girar la perilla casi enseguida.

          Moviendo la cola y brincando de felicidad, la de pelaje blanco se asomó nada más la puerta estuvo un poco abierta. Provocó que Rilina se sentara sobre sus rodillas para abrazarla con cariño y al mismo tiempo tranquilizarla, pues el magnate aún debía poner la caja dentro de la casa. Y fue que este entró al menos unos pasos y apoyó el regalo contra la loza, sin embargo, antes de volver a su altura normal después de la agachada, Catrina se escapó de los brazos de la dueña y termino por llegar hacia él con mucho empeño.

          —Oh, no, no me lamas la cara —le regañó, pero no se alejó. En cambio, la levantó en el aire como a una niña—. Has crecido mucho desde la última vez que te vi.

The Editorial | Nikolai Gogol 🎪Donde viven las historias. Descúbrelo ahora