Capítulo XXXVIII. Una trampa para un escorpión.

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Ruyman.

- "No me gusta, ¿Por qué te empeñas siempre en ponerte en peligro?"- le dije a la maldita Andrómeda que en todo momento se negó a quedarse en casa, si yo iba al encuentro, con el supuesto espía.

- "Da igual lo que me digas, lo importante, es que yo no me voy a quedar en casa mientras tú te arriesgas a quedar con una persona que perfectamente te pude estar engañando, o ser una trampa. Tu no conoces ese mundo, yo viví en él varias semanas, la mayoría drogada, no entiendes a lo que te enfrentas."- aun así, por mucho que tratar de explicármelo aún no lo entendía.

- "Y si es una trampa ¿qué diferencia hay entre que estes, o que no estes? Sabes perfectamente que la condición para que puedas venir y no te quedes en casa, es que no te bajas del coche, puedes ver lo que sucede en la tablet. Así que contéstame a la pregunta ¿qué diferencia hay?"- ella me miró, con cara de que tenía que pensar mucho lo que me iba a decir, o habría grandes posibilidades de que se quedara y no fuera.

- "Te prometí que pasara lo que pasara no me bajaría del coche, y lo pienso cumplir..."- la interrumpí.

-"Principalmente porque tienes la dichosa manía de correr hacia el peligro, cosa que yo aún no he entendido."- ella hizo un gesto de disconformidad, con sus labios, era extraño, desde hacía tiempo, me había dado cuenta, que Andrómeda, se siente muy relajada a mi lado, y esa precaución que sentía cuando estábamos juntos, al principio, se ha esfumado, dejado a una mujer mucho más relajada, más libre, más desinhibida, y hasta hace gesto infantiles y graciosos, que la hacían ver una mujer aún más atractiva y sensual.

- "No siempre es así, yo no tengo culpa de que las cosas alrededor mío se descontrolen, yo sólo intento ayudar."- el mohín de sus labios se profundizó, y mi cuerpo reacciono a eso.

- "¿Desde cuándo era sensual, atractivo, y hasta tentador ver a una mujer justificarse mediante gesto que podrían muy bien hacer una niña de siete años cuando se porta mal? ¡Dios estoy enfermo!" Decidí acabar con la conversación ya que si seguía así esta mujer me iba a terminar convenciendo para entrar al restaurante y sentarse a mi lado.

- "Esta bien mientras no te bajes del coche, no me des ninguna explicación. Además, voy a avisar a tus escoltas que no te dejen salir del coche bajo ningún concepto."- dije caminado hasta la puerta de entrada donde nos esperaba el Audi que nos iba a llevar a la cita.

- "¿Qué pasa es que no crees en mí, por eso me dejas perros guardianes para controlarme?"- la oí quejarme detrás de mí, sabía que por su tono de voz la diosa esclava estaría con una mirada molesta, que los haría que el color de sus ojos se volviera más oscuros, como oro viejo, y en su expresión, se reflejaría, un gesto de enfado mal disimulado. Continue caminado sin mirarla, sin reflejar en mi expresión que me afectaba sus enfados, esto tenía como siempre una consecuencia, se solía enfadarla más.

En el fondo esa mujer se volvía horriblemente tentadora y sensual cuando se enojaba. Enfadada era toda una tentación para cualquier hombre, incluido yo.

- "De quien no me fio es de tu instinto de conservación, que tiende siempre a pensar en los demás, antes que en ti misma. Y deja de hacer gestos con la boca como si fueras una cría, o te quedas aquí"- le dije intentando que mi auto control me ayudara a dominarme, o comenzaría a besar a la diosa esclava hasta que esos gestos de disconformidad se transformaran en otros, de puro placer. Eso, en este momento, no me ayudaría centrarme en hacer lo que tenía que hacer.

No sé cómo reaccionó Emi a mis palabras porque el resto del trayecto ni me miró, se dedicó a mirar por la ventana como intentando hacerme ver que me ignoraba.

Cuando llegamos al restaurante fue el único momento en que ella me miró y me cogió, de la mano, mirándome muy seria, cuando yo fui a salir del coche sin decirle nada.

Comprada por la mafia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora