Capítulo XXXIII: Un Perseo descontrolado.

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Emi.

Durante la primera media hora me dedique a gritarle todas la verdades y locuras que se pasaban por la cabeza, si Ruyman Bencomo pensaba que había pagado por una mujer sumisa, que lo hubiera pensado antes, creo que le quedo claro que no me dejo avasallar por nada, ni por nadie, y si no que se lo digan al mal nacido de Forbes.

- "No soy tu propiedad por mucho que hayas pagado por mí, lo sabes, ni siquiera porque tengamos una acta de matrimonio, nunca te sería infiel y lo sabes, soy italiana, eso nunca lo contemplaría, ni te dejaría a ti contemplarlo, tenemos un trato y lo cumpliré hasta el final, no necesito que me reclames como tuya, delante de todos, yo se darme a respetar, por si no lo sabes."- me callé para tomar aire.

Mientras el permanecía serio estático, como una estatua de mármol, sólo conducía y ni me miraba, con sus ojos como rayos láser mirando al frente, en su cara no había ni una mueca de ira, ni de nada, yo alterada gritando como las posesas, y él como si estuviera escuchando música clásica en el salón de su casa, totalmente relajado.

Era desesperante, como puede nadie tener una buena discusión con una persona que podría perfectamente convertirse en pared en cualquier momento. Un perezoso tenía más expresiones en su cara que el maldito Perseo.

Decidí bajar el tono de voz y calmarme, teníamos que nivelar fuerzas, y por ahora tenía la sensación de que él iba ganado la batalla.

- "En serio, llevamos media hora de viaje y pese a todo lo que te he dicho, ni has pestañeado, eres el hombre más exasperante de este mundo. ¿Es que no tienes sangre en el cuerpo?, al menos respóndeme alguna de las preguntas que te he hecho, no es mucho pedir."- sólo me recibió el silencio, así que decidí que ese juego yo también sabía jugarlo. Me giré hacia la ventana, y decidí no volver a hablar con él, hasta que se me quitara el cabreo, y pensaba alimentarlo, para que me durara muchísimo.

Fue justo en ese momento cuando miré por la ventana cuando me di cuenta de que no sabía dónde estábamos, no nos dirigíamos a casa, es más estábamos en una zona boscosa llena de árboles gigantes.

- "¿Dónde vamos? ¿Dónde me llevas?"- exigí saber.

Sabía que no me contestaría, porque lo iba hacer, lleva la última hora como si fuera mudo. No tenía miedo, estaba segura de que él no me haría daño, además sabía defenderme, pero odiaba que me controlaran y que hiciera las cosas sin consultarme, eso Perseo lo sabía, así que lógicamente mi cabreo se retroalimentó.

- "Me da igual donde vayamos, te lo advierto Ruyman Bencomo, no pienso salir de este coche, porque si lo hago, te vas a arrepentir, te lo aseguro."- le amenacé.

Él ni pestañeó. Que hombre más alterante, mis ganas de golpearlo se incrementaron.

De pronto salió de la carretera principal y se introdujo en un camino de tierra, cualquier fanático de los coches, pensaría que lo que estaba haciendo ese hombre con el Lotus, era un crimen, entre los que lo pensaban, estaba yo.

Ruyman Bencomo no se merecía ese coche, y sólo por eso se merecía la paliza que le iba a dar, cuando nos detuviéramos, maldito Zape.

Me senté rígida en el sillón, con los brazos cruzados, y cerré mi boca, ya habría tiempo de hablar, o no, ya se vería.

El coche se detuvo delante de un gran lago, era idílico, todo rodeado de montañas y arboles el sol reluciendo en su superficie, había un embarcadero de madera antiguo, junto a una barca vieja, que flotaba atada a uno de los postes del embarcadero.

En otro momento hubiera disfrutado de la vista, pero ahora mi estrategia a seguir era, esperar lo inesperado, y para eso debía tener toda mi concentración.

Comprada por la mafia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora