Capítulo XVIII. Camino al palacio de Casiopea.

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Ruyman.

Sabía que tenía que despertar a Andrómeda, ya habían pasado la hora y media de más que le había exigido a las azafatas que le ordenaran al piloto que volara antes de aterrizar en Chicago, y todo y cada uno de esos minutos, había sido bien aprovechado.

En mi memoria tenía grabado cada gemido, cada temblor, incluso cada movimiento impaciente de la diosa esclava. No quería analizar que era lo que me había ocurrido, mientras la hacía mía, pero sabía que no había sido una más, quizás por eso, decidí dejar esas sensaciones encerradas, hasta que estuviera preparado para enfrentarlas.

Pero lo que no podía encerrar, y que ahora me estaba volviendo loco, era el sabor de su piel, el olor de sus senos, la suavidad de su interior, y lo peor de todos, su reacción a mis caricias, a mis besos, a su primera vez, estará como cuando descubres algo que siempre habías deseado, pero ni tú lo sabias.

Me encontré de nuevo mirándola dormir, descubriendo en su blanca y desnuda piel marcas que yo, con mis caricias, le había hecho, sobre todo alrededor de su cuello, en sus brazos y en la parte alta de su pecho.

Me imaginé, que tendría otras partes amoratadas y doloridas, después de las dos sesiones de sexo, casi ininterrumpido, que habíamos tenido desde que prácticamente travesamos la puerta del camarote. Pero descubrir esas partes tendría que descubrir el edredón que nos envolvía, y no estaba preparado para ello.

- "¿Pero qué demonios me ocurre con esta mujer?, cuanto más tengo de ella, más deseo."- pensé nervioso.

Una imagen me asaltó, la de mi hermano Zipi, babeando detrás de su esposa, mientras a la mínima que se ponían de frente, discutían como estúpidos.

- "Ni loco, cruzo yo esa puerta, esto es sólo buen sexo, una excitante, alucinante, e increíble sexo, pero hasta ahí, es la primera virgen que haces tuya, y tu orgullo masculino esta sobre excitado, eso es todo."- le dije razonablemente a mi mente para que dejara de llegar a conclusiones, que nos llevaba a nada.

Me levante y agarré algo de ropa para vestirme, en especial una camisa, ya que la diosa, con su tentación, había hecho que me arrancara la mía, me fui a duchar rápido, para ver cómo iba los planes de vuelo.

Nada más entrar en el aseo unas marcas rojizas y largas, destacaron en mi pecho, en mi espalda y en los hombros.

- "Vaya Andrómeda, sabes cómo marcar a un hombre, y todo desde la primera vez."- no pude evitar sonreír.

- "Mereció la pena, las llevaré con orgullo."- dijo mi conciencia que no dejaba de incordiar.

Tras la enésima ducha de agua fría, que llevaba últimamente, pase por la habitación para comprobar que la agotada Andrómeda, aun dormía.

- "Cuando te despiertes te dolerán sitios que ni sabias que tenías, caprichosa Andrómeda, así que por ahora descansa cuando lleguemos a nuestro destino te sumergiré, en una baño tailandés, para que tus músculos se relajen, y recuperen su elasticidad."- justo en ese momento, me imagine a la diosa esclava, desnuda, sumergida en esas aguas cálidas, que enrojecían sus piel, mientras, su pelo era recogido en lo alto de su cabeza con esa pinzas chinas, que tanto vi en Japón cuando expandí mis negocios por Asia.

Para ser sincero había tenido amantes asiáticas, pero por alguna razón, imaginar a Andrómeda reposar en uno de eso estanques naturales de aguas termales, de uno de esos refugios de montaña, mientras sus ojos dorados me miraban, hizo que tuviera que cerrar los puños, y obligarme a salir de la habitación, o volvería para iniciar de nuevo todo.

- "Mierda, ¿pero que carajo te pasa, Zape?, Estas alelado joder."- me dije a mi mismo saliendo del camarote.

Ya me estaba esperando las dos azafatas que en vez de estar tan solicitas como antes ahora se le veía más profesionales, sonreían, pero sin el toque de sensualidad.

Comprada por la mafia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora