Capítulo XI. Encadenados una noche.

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Narrador.

El señor Foster miró a su juguete sustituto, derribado en el suelo, totalmente ensangrentado, ni siquiera había supuesto una diversión entretenida para él, simplemente no había parado de rogar, llorar y suplicar, cuando no gritaba de dolor, mientras el empresario "jugaba" con ella.

- "No me has durado mucho, ¿de qué sirven estos juegos y el dinero que recibirá tu familia por ti, si apenas ha pasado media hora, y ya estas rota e inservible?"- le dijo mientras la veía agonizar en el suelo.

Tampoco se podía quejar mucho y lo sabía, sólo había sido un juguete sustituto, a la que verdaderamente hubiera querido tener hoy en su patio de juegos, era a la bruja de ojos amarillos y mirada retadora, a la virgen guerrera que se le escapó, en favor, de otro comprador con más dinero que él.

- "No te lo tomes como algo personal preciosa, sólo has sido el resultado, de mi ineptitud por no poder comprar algo que verdaderamente valía la pena, y no se me dio. Alégrate, tu vida ha servido para que tu familia no pase más necesidades, con eso puedes irte tranquila."- le dijo a la mujer ensangrentada, maltratada, golpeada, y humillada, que estaba tirada en el suelo sin poder moverse, aferrándose a un hilo de vida.

Mientras se colocaba la ropa y se limpiaba las manos de restos de sangre, le sonó el teléfono con la banda sonora de "Psicosis", el tono lo reconoció rápido, era el tono que le había puesto a la única persona que él temía, la persona que en el fondo, pensaba él, era la culpable de que el participara estos juegos, la dueña de su vida, de su empresa y de él.

Cogió presuroso el teléfono haciéndole señas a su juguete roto, para que se callara, ya que sus gemidos de dolor y agonía podía ser identificados por la persona, al otro lado del teléfono, como de otra tipo de actividades también físicas pero que se hacían normalmente sobre una cama, y eso, a él, no le convenia.

- "¿Cariño?"- dijo presuroso con una voz dócil, y nerviosa.

- "¿Dónde estás?, ¿sabes la hora que es?, he regresado a casa de mi viaje, y no te he encontrado. ¿No me estarás engañándome maldito? Sabes que de lo que soy capaz..."- la interrumpió entre ruegos y asentimientos débiles, mientras presuroso se añejaba de la habitación, haciendo le una señal a su asistente que le esperaba detrás de la puerta.

- "No, mi amor, estoy en casa, de hecho, salí a dar una vuelta porque te echaba mucho de menos, por el jardín"- tapo el auricular y le dijo a su asistente –"ya sabes lo que tienes que hacer, que quede todo limpio, vuelvo a la casa principal, la señora ya ha llegado"- y volviendo a destapar el auricular continuó tranquilizando a su mujer, mientras se quitaba la camisa manchada de sangre, y se colocaba otra nueva.

Lo último que oyó antes de que se cerrara la puerta de su cueva de juego secretas, fue los gemidos de súplica y los llantos de su ultimo juguete, para al final sólo oir silencio.

Caminó por los jardines regresando a la casa principal, mientras continuaba oyendo las quejas interminables de esa mujer que tanto odiaba, pero que no podía tocar, pues la temía, mientras su mente volvió a traer a sus deseos a esa diosa de ojos amarillos y mirada retadora, que hubiera sido un juguete perfecto, para calmar sus ansias esta noche, el juguete que se le escapó.

Ruyman.

Estaba tan ensimismando en mis sensaciones y en el poder para controlarlas, que ni me di cuenta de que el estúpido y metomentodo de Zipi, estaba en mi casa, sentado en mi salón, hablando y jugando a ese juego de manipulaciones que le gustaba tanto con mi condena a dos años, la diosa esclava.

- "Bueno esos besos y esas caricias que tuvisteis, no fueron, exactamente una tortura. ¿No crees?"- me dijo mi maldita conciencia, que no ayudaba en estos momentos.

Comprada por la mafia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora