The Art Of Artemisa (COMPLETO)

Capítulo 10

Alejarse de todo rastro viviente para centrarse en su único trabajo, creyendo que ha encontrado la felicidad, se convierte en un pensamiento recurrente. Piensa en posibilidades de bienestar para todos, pero ¿dónde queda ese sentimiento de satisfacción al entender que si ayuda a todos sin comprometerse a nadie, la terrible acción de separarse de la gente también destruye sus vidas? Por más valiente, gentil y amigable divinidad que trate de colaborar con todos bajo el silencio, su único problema crece para ser absorbido por la oscuridad en un lugar tan vacío. El luto de sus sueños se mantiene. Piensa en sus posibles resurgimientos de su conciencia para comprender, pero luego empieza la estadística de críticas contra todos y contra ella misma.

La confianza perdida menciona que se ha distorsionado con todos los presentes vivientes, y no es por temor ni por un trauma del pasado. Es por su propio miedo de amar aquel afecto que fue correspondido, y pensar que su única solución fue tener hijos, se negó para todos y para el cariño brindado por el Rey Demonio. Su único conflicto es la misma divinidad.

—Necesito hablar con Nerea. El baile está por finalizar.

Elite se aleja de Damien y sale por la puerta junto con Adriana. Artemisa sale detrás, pero es interceptado por Damien.

—Nerea, ¿por qué has llegado a mis aposentos?

Escenario floreciente de luces amarillas marcan un nuevo comienzo para tratar de solucionar pensamientos negativos de la propia abrupta realidad, enjaulada en su mente tan privada de individuos, para llenarlos de apego amoroso, amistad y familia. Desde una chispa de confianza desea desabrochar sus más instintos pensamientos profundos de su alma, al revelarlos con alguien más apto para sus lamentos existenciales y sus conflictos más memorables de su propia mente encerrada de estacas infelices. Desea con todo su ser, olvidar su defensa impenetrable para comunicarse la sensación más factible hacia la antisolidaridad, anti vida, antiestrés, anti felicidad y anti amor.

El silencio ha hecho dudar al Rey Demonio por unos momentos, mientras bajo la máscara, Artemisa visualiza el rostro de Damien para buscar la única razón por la cual ha convertido a su más fiel Dazzling en una máquina de crueldad y justicia estricta.

Una mandíbula cuadrada marcando su mentón esculpida por los dioses griegos de la época, su nariz delgada como un arco, pómulos definidos como los espartanos de guerreros indomables, su aspecto sombrío. Sus ojos en un color ámbar depredador lo diferencian del resto de los Punished.

Envuelto en una vestimenta africana tradicional de color fuego, con manga larga y estampado dorado, un dashiki con pantalones perfectos para sus piernas fuertes.

Al no tener respuesta, el Rey Demonio se enfrenta contra la verdad, deseando explicar su más reciente viaje de ideas circulando por su terreno infernal y pasional. Motivado por un rumbo espontáneo, se dirige lentamente para pedirle una explicación hacia aquel rumor desprevenido del nuevo amanecer carnal y sanguíneo. Tanta presión lo lleva a ubicar la idea para solucionar de inmediato.

—Lo he pensado por mucho tiempo. Las ideas brotan a cada momento, pero tengo un objetivo.

—Dilo. ¿Qué ocurre?

—Extraña manera de hablar, ¿te ocurrió algo?

—No, para nada. Continúa.

—Mi corazón se encuentra cautivado por la Reina Artemisa. Mis ojos, mi aliento y... —se detiene un momento— No digo que la soberana lujuria no sea de mi agrado. Usted también es una mujer sensual y ágil con sus palabras para convencer. —Suspira— Necesito conocer ese rumor entre ambos. O debo aclarar el engaño planteado entre Nerea y Adriana.

—Continúe, diga lo que piensa. Quiero escucharlo.

Artemisa comprende desde el abismo de su corazón corrompido desde hace tiempo una extraña sensación de tratar de entender a los Punished. Se dejan envolver con el deseo de los impulsos más primitivos sin pensar en las posibles consecuencias, mientras analiza con deducción, que la única respuesta lógica es pensar antes de proceder con las emociones. Los Dazzling mantienen el primer acuerdo de la lógica, para evitar ser un río de actos llevados por el pecado.