Capítulo 24

8 3 0
                                    

¿La traición podría curarse con amor?

Acostada en su cama, Artemisa se sumergió en sus más íntimos recuerdos, buscando razones en su alma para entender por qué seguía creyendo en su poder. Su misión siempre había sido clara: proteger a todos los seres humanos, ofrecer bienestar, salud y prosperidad. Convertirse en una divinidad capaz de comprender y dar amor a quienes más lo necesitaban. Pero algo había cambiado, algo que ni siquiera ella podía comprender completamente.

Tal vez fue el amor lo que la llevó a caer en las garras de alguien como Damien. Un hombre que, alguna vez, brillaba con la luz más pura entre los dazzling, seres perfectos para ella, sin necesidad de reemplazo ni comparación. Un caballero al que podía acudir en busca de consuelo y que le ofrecía una razón para existir. Pero, ¿cuánto tiempo podría seguir creyendo que él era su destino? ¿Por cuánto tiempo aceptaría que no era para ella?

Miraba por la ventana, viendo cómo los fuegos artificiales iluminaban el cielo, creando una llama de color ámbar que parecía conectar su alma con los oscuros recuerdos del infierno y los pecados que todo ser viviente debía enfrentar. Incluso la divinidad, atrapada en su perfección, no podía escapar de sus propios errores. Y entonces se sintió como una irresponsable, culpable de ser humana, de ser imperfecta, de ser vulnerable.

Se levantó de la cama con dificultad, temerosa de que sus heridas, aunque cerradas, pudieran abrirse. Su cuerpo la traicionaba, pero aún así se dirigió hacia su vestuario, buscando algo que pudiera ofrecerle protección, algo que le devolviera la sensación de control. ¿Qué miedo tendría la divinidad? Si todo era perfecto, ¿por qué temía equivocarse?

La verdad era que el miedo a no ser perfecta para aquellos que la rodeaban la había llevado a una crisis existencial. Su corazón ya no latía con la misma alegría que antes. La culpa por no ser suficiente, por no ser la madre, la protectora que todos esperaban, la había despojado de su humanidad. Después de la rebelión del Rey Demonio, ella dejó de sentir emociones. No quería mostrar debilidad. En su lugar, se blindó en una coraza de frialdad y distancia, convencida de que nadie debía ver el sufrimiento que llevaba dentro.

Pero, ¿por qué había cambiado tanto? ¿Lo hizo por ella misma o por su pasado? ¿Era esto lo que realmente quería? La respuesta siempre parecía estar en algún lugar inalcanzable, escondida tras una cortina de dudas.

En su reino, rodeada por los dazzling, Artemisa se sentía admirada, respetada, casi intocable. El paraíso, un mundo de perfección, era donde se encontraba segura, pero, incluso allí, algo faltaba. La felicidad no se podía encontrar, no mientras el dolor y el sufrimiento la acompañaran en su alma.

Al caer la noche, Artemisa se acostó, sola, mientras las lágrimas caían por su rostro. Sabía que siempre viviría en un limbo, un espacio inalcanzable para los demás. Su caparazón impenetrable la mantenía alejada de cualquier intento de acercarse a ella. Se sentía aislada, incapaz de disfrutar de la vida que se le había dado, condenada a ser la Reina Divina, la que siempre debía ser perfecta, siempre distante.

¿Acaso el poder le había robado la felicidad? ¿Se sentía sola, incluso rodeada por todos los que la adoraban?

La infancia, pensó, era el único lugar que nunca abandonaba, un recuerdo que siempre mantenía vivo. La pureza de los primeros momentos, la sencillez de un amor sin condiciones. Pero, ¿fue todo realmente felicidad?

Se cambió de ropa, con un dolor físico punzante cuando su camiseta rozó sus heridas. Recordó las exigencias de su progenitor, siempre empujándola a la perfección, a mantener la compostura, a no ser una molestia para el paraíso. Todo debía encajar en una idea perfecta de equilibrio y armonía.

El peso de su rol la había aplastado, y, mientras intentaba ponerse su armadura, una nota cayó al suelo. La levantó, leyéndola con asombro. Era una carta de los dazzling, un recordatorio de su propia grandeza y de su deber. La nota hablaba de las maravillas de su reino, de las criaturas que lo protegían, de cómo ella era el pilar que mantenía todo en su lugar. Sus seguidores hablaban de ella con devoción, dispuestos a morir por ella, por su causa. Pero, a pesar de todo eso, algo dentro de Artemisa no podía dejar de sentirse vacía.

The Art Of Artemisa (COMPLETO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora