Artemisa cruza la sala principal con pasos lentos, observando la decoración que la rodea: muebles de madera, principalmente pino, dispuestos de manera que se extienden por todo el espacio. En el centro, una estructura en forma de "U" invertida sirve como base sólida. Las alacenas, con facilidad, distribuyen objetos hacia los extremos de la sala, mientras una puerta de cristal ofrece una vista al exterior. Dentro de estas alacenas, enmarcadas en recuerdos, están fotos de los logros del Rey Demonio. A su alrededor, mesas auxiliares de cajones se dispersan por el lugar, complementadas por una chimenea central que da calor a los sillones cercanos. Las paredes, cubiertas de piedra encalada con ladrillos antiguos de cal, contrastan con el suelo de baldosa de barro cocido que otorga una sensación rústica al ambiente.
Cruzan la sala y llegan a un pasillo que conduce a una gran sala de baile y ceremonias. Al fondo, se encuentran varios instrumentos musicales, entre ellos un piano Heintzman de color blanco que armoniza con el eco del lugar. Al llegar al centro de la pista, figuras "punished" con caras de corderos de piel blanca y negra, y manos humanas, se aproximan a los instrumentos y comienzan a tocar una melodía de "The Vampire Masquerade". La sincronización de sus movimientos marca el inicio del baile, mientras las luces de colores giran en espiral por el aire, cubriendo la pista de una lluvia de estrellas brillantes. Un polvo espacial flota en el ambiente, creando una visión de galaxias que orbitan alrededor de los cuerpos de los invitados. Frente a ellos, la figura divina resplandece en destellos de colores terciarios.
La sala principal se mezcla con la nebulosa de polvo y gases que envuelven el aire, creando una atmósfera llena de fragancia floral que surge de la piel de los "punished". A medida que los invitados se sumergen en la danza, una melodía embriagadora llena de flores parece emanar de su aura. Los pies de Artemisa flotan en el espacio, marcando un ritmo divertido, y risas se elevan en el ambiente colorido, transformando la escena en un mar de comportamientos distantes a la personalidad que Artemisa solía conocer.
Mientras gira, como los anillos de Saturno, su entorno se convierte en una cadena de meteoritos y cometas, dejando reflejos de un torbellino de esencias en la sala. La risa, llena de felicidad blanca, inunda su rostro oculto bajo la máscara, mientras la flojera del pasado la arrastra. Por un momento, piensa en abandonar su vida estricta y rigurosa y mezclarse en un entorno moderno, con las aves blancas de santidad y los habitantes impuros, disfrutando juntos en armonía.
El movimiento de sus pies, de un lado a otro, genera una contradicción interna con sus conceptos más primitivos. Guiada por una melodía nunca antes escuchada, Artemisa roza cada emoción, como si todo a su alrededor mereciera una segunda oportunidad en un mundo perturbado e injusto. Olvida por un momento su verdadero objetivo: destruir el reino del infierno. Mientras sigue disfrutando del tormento que Damien, quien la traicionó, sigue experimentando, se da cuenta de que, aunque su vida no es estructurada como el paraíso, todavía mantiene una mínima esperanza de encontrar placer en la misma existencia. Ajusta su plan para adaptarse a un mundo hostil, crudo y veloz.
Sin embargo, al ver a los Dazzling, sus pensamientos comienzan a desmoronarse. Su filosofía, antaño sólida, se fragmenta ante la visión de estos seres en el suelo, rompiéndose como piezas equivocadas. Su mayor error, piensa, es haber creído que siempre tendría el juicio sobre los demás. Por eso, su mundo interno empieza a cambiar.
—¿Te estás divirtiendo, Nerea? —observa su copa de vino—. Estás más risueña conmigo. ¿Qué ha cambiado?
—Sin duda alguna, usted es un buen bailarín. Me ha cautivado.
—Venga, vamos a la azotea. —Sujeta la mano de Artemisa—. Necesito enseñarte algo.
—¿Dónde está Damien? —Mira alrededor, buscando entre la multitud— No lo he visto desde hace tiempo.
Una ráfaga de viento atraviesa la sala, cortando la calma del ambiente. Artemisa observa atentamente a su alrededor, esperando ver esa figura familiar. Los recuerdos de él se desatan en su mente, y con ellos, un sentimiento de soledad invade su pecho. Reconoce la adversidad que la rodea, pero sabe que, al final, se trata de su primer amor. Ese hombre, creado por la gran divinidad, al que, por un breve instante, mira con nostalgia. En su mente, se compara con él, pero ninguno de los presentes parece asemejarse a esa figura protectora, obsesionada con ella.
—Debe estar en negocios con la Reina Penuria. ¿Ocurre algo con ella?
—¿Qué negocios?
—¿Acaso andas detrás de él? Quizás sea por eso que no te he visto sin tu máscara, y no mencionemos que te has resistido a mis encantos.
Una extraña sensación de desconcierto invade la mente de Artemisa. Se pregunta si, en algún lugar dentro de su corazón, sigue siendo importante para Damien. El hombre que creó, su creación, ¿tendrá alguna obligación de apoyarla sin reproche al castigar a los pecadores? ¿O acaso existe un motivo para que se oponga a ella? La duda se siembra en su pecho mientras recuerda la mirada de Damien, aquella mirada llena de decepción que desapareció en las sombras, y su mente se enfrenta a la verdad de su vulnerabilidad. Ella sabía que él la amaba incondicionalmente, pero la incertidumbre de sus sentimientos comienza a corroer su seguridad.
Rumores sobre un contrato o vínculo con Adriana Valdir, la Reina Penuria, empiezan a llenar sus pensamientos. Penuria, la enemiga inmortal que siempre se ha interpuesto en su camino, representa la destrucción misma. Un ser que arranca la esencia y el alma de la vida, convirtiéndola en nada. Ella roba lo esencial: agua, luz, comida, salud. Su poder está en el vacío, opacando la divinidad misma. El desafío entre creación y destrucción, entre el bien y el mal, ha estado presente durante tanto tiempo.
El pensamiento de Artemisa, marcado por su profundo deseo de proteger y apoyar a la vida, choca directamente con la figura de Penuria. Para ella, la única razón de existir es crear esperanza y vida, garantizar la supervivencia de cada ser viviente. Su corazón late por un mundo lleno de igualdad y equidad. Pero Penuria, con su maldad infinita, destruye cualquier posibilidad de equilibrio, transformando el mundo en caos, arrastrando a todos hacia la condena. La divinidad lucha contra ella, mientras la reina de la nada busca aniquilar todo lo que Artemisa defiende.
—Vamos, Nerea. —Suben las gradas del castillo hacia la azotea— ¿Crees que no me he dado cuenta de ti?
—¿De qué hablas? —Apoya sus manos sobre el borde, mirando al vacío.
—También quiero saber por qué no me dices mi nombre. —Pasa su mano por el hombro de Artemisa— Dime, Nerea.
Una ola de pensamientos confusos inunda la mente de Artemisa. Su introspección la lleva a esconderse detrás de su máscara, sin querer revelar los pensamientos más profundos que la atormentan. No puede permitirse ser vulnerable en este momento. La cercanía del Elite la incomoda, y mientras su misterio se mantiene intacto bajo su vestido y su máscara, ella se aleja, intentando evitar que una verdad incómoda interrumpa su velada nocturna. Los problemas que guarda en su corazón son más oscuros de lo que cualquier palabra podría expresar.
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The Art Of Artemisa (COMPLETO)
FantasiEl paraíso, envuelto en magia y sueños colmados de bondad, despierta como ráfagas de luces incandescentes que iluminan una felicidad despiadada y feroz. En el interior de la Reina Artemisa, la esperanza brota del pecho con la intensidad de una super...