Capítulo 22

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—¿Quieres hacerme el amor aquí? —pregunta, avergonzada—. ¿Acaso estás loco, Damien? —le empuja suavemente, aunque su sonrisa delataba cierto interés en la propuesta.

El entorno de los recién casados reflejaba el comienzo de una nueva etapa en sus vidas. En los aposentos del castillo del Rey Demonio, la luna brillaba como una testigo cómplice de su unión. Aquella noche marcaba su luna de miel, el inicio de un futuro lleno de promesas y sueños compartidos. Un amor que, aunque forjado en el pecado y la traición, aspiraba a construir algo puro, algo que desafiara las leyes del cielo y del infierno.

Damien observó el rostro de Adriana, su voz cargada de un matiz de melancolía.

—He abandonado todo lo que alguna vez me dio sentido, solo para estar contigo. —Sus palabras revelaban el peso de los sacrificios que había hecho, mientras sus dedos entrelazaban los de ella.

Adriana suspiró, su entusiasmo no tan fuerte como el de su esposo.

—Damien, no hay caso en recordar lo perdido. Mi reino no tiene sentido ahora. No tengo a dónde ir, excepto aquí, contigo.

Al ver su angustia, Damien la tomó de la mano con ternura.

—Ven. Te mostraré dónde estarás segura.

La pareja recorrió los pasillos del castillo. Las paredes, decoradas con rosas rojas marchitas, parecían latir con un dolor propio. Aquellas flores, en otro tiempo símbolo de belleza y vida, ahora eran monstruos disfrazados, ecos de un pasado lleno de promesas rotas y recuerdos de Artemisa. El castillo entero estaba impregnado de una melancolía palpable, un lugar donde cada rincón guardaba un trozo de la historia de Damien.

Las bestias que merodeaban por los pasillos, criaturas deformes y nacidas del sufrimiento, reflejaban las pesadillas de un pasado atormentado. Los cuervos negros en llamas, que antaño habían sido mascotas del paraíso, ahora rondaban como un símbolo del amor perdido entre Damien y Artemisa.

El castillo, con su opresiva atmósfera, devoraba la bondad de todo ser que entraba. Para Damien, era un recordatorio constante de que el infierno no era solo un lugar, sino una extensión de él mismo. El castillo era su reflejo: un reino cruel, gobernado por leyes que aplastaban la esperanza y transformaban cualquier rastro de compasión en agonía.

Tras varios días en el castillo, el mayordomo de Damien encontró algo inesperado en la entrada: una carta. El mensaje, escrito con una delicada caligrafía, llevaba el aroma inconfundible del paraíso.

***

Carta de Artemisa

No conviertas tu corazón en un muro que encierre la bondad. No te castigues por no tener lo que deseabas. Tu amor aún puede sanar un mundo que ni siquiera yo logré cambiar.

Si estás leyendo esto, significa que aún guardas algo de mí en tu memoria, así como yo no he podido olvidarte. Cada caricia y cada momento contigo permanecen como un eco constante de lo que fuimos y de lo que nunca debió terminar.

Lamento haberte dejado ir. Mi decisión no fue fácil, y cargo con el peso del arrepentimiento cada día. Pero no puedo traicionar mi reino ni lo que represento. Jamás comprenderán lo que significó este amor.

Por favor, Damien... recupérate.

***

Adriana recibió la carta de manos del mayordomo. Su expresión se endureció al leerla, y sus ojos brillaron con una furia contenida. Arrugó el papel entre sus dedos antes de entregárselo de nuevo.

The Art Of Artemisa (COMPLETO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora