Desde hace tanto tiempo, la mirada de Artemisa se había mantenido en la soledad, envuelta en una aflicción profunda, atrapada en recuerdos tormentosos que la ataban a una huida fugaz. Su deber fue siempre resguardar a los Dazzling, mantenidos bajo la vigilancia de monstruos sin escrúpulos, que actuaban por puro placer, guiados por los pecados atroces de la expansión de la vida. La línea entre justicia y equidad es delgada, y en el reino de fuego, la legalidad se distorsiona, transformándose en una lucha de poder sin control.La fragancia de la comida penetró lentamente, envolviendo las paredes de los aposentos de Artemisa. Los manjares, solo al olerlos, despertaron en su paladar una explosión de sensaciones. Sin embargo, se negó a aceptar la invitación.
—¿Señorita Artemisa, está usted ahí?
—No responderé a su llamado. No soy apta para tratar con asuntos controversiales.
— Conozco sus principios, pero no podemos negar que mi amo desea lo mejor para usted.
—Me niego a escucharlo.
—Si no es molestia... —Musita —¿qué hizo mi amo para que lo dejara de amar tan apresuradamente?
—Me engañó el alma, tras su tiranía contra mí. Su ambición fue la causa de mi corazón lleno de rencor.
—Entiendo su dolor, y parece que no piensa cambiar de opinión. —Pausa corta—. Perdonar es la clave para escapar del corazón roto. Quizás mi amo desee sanar la tristeza que causó.
—Me niego a creer en sus palabras incoherentes e insuficientes.
—Entiendo su conflicto. Me retiro, señorita Artemisa.
Tras un largo tiempo de conflicto interno, Artemisa permaneció inmóvil, sumida en recuerdos nostálgicos que invadían la habitación, despojada de fuego y pasión. Temía el sufrimiento de la despedida, los engaños carnosos, y la putrefacción de su alma, corrompida por los sentimientos que alguna vez compartió con Damien. Rechazó cualquier vínculo amoroso o mundano.
—¡Abre la puerta! —Golpes resonaron contra la madera.
—Me niego a aceptar la invitación.
—¡¿Crees que no me arrepiento?! —Los golpes continuaron.
—Dijiste que liberarías a mis Dazzling por cada día que me mantuviera en tus aposentos, y no lo has hecho.
—No acepto ningún acuerdo. Si no bajas ahora a la mesa principal... —Silencio de Artemisa— ¡Entonces te quedarás aquí, sola! No me importa si mueres aquí. Tarde o temprano, lo aceptarás. ¡Hasta mañana!
El silencio de Artemisa era una respuesta a la agresión acumulada en las palabras de Damien, que se filtraban en su mente y destruían su paz interior con una ferocidad que la impulsaba a buscar la salida de ese tormento. Aunque deseaba comer, beber y liberarse, se frustraba, sollozando desconsoladamente hasta recordar la historia taciturna que compartió con Damien. Creado con la divinidad, él fue su compañero en su propia lucha, pero los intereses egoístas de él hicieron que Artemisa no pudiera acostumbrarse a la soledad eterna.
Dentro de sí misma, luchaba contra las fantasías erróneas que pululaban en su mente, pero todo se convertía en una contradicción emocional. El amor que alguna vez creyó tener era ahora una agonía creciente, y cada desilusión le destruía desde lo más profundo de su ser.
***
Al día siguiente, 05-02-4074
Artemisa se despertó al escuchar, desde lo profundo del castillo, los lamentos constantes de los Dazzling, resonando a través de los pasillos con una tristeza devastadora. La empatía se apoderó de sus ojos, mientras la angustia se reflejaba en su alma, trizada por el dolor ajeno.
La corrupción de la injusticia comenzó a invadir sus movimientos. Miró hacia la ventana cubierta con barrotes y vio el horizonte, donde los Dazzling estaban atados con clavos y cadenas, sus antebrazos sujetos a tablas de madera en medio del campo. Sus alas divinas, normalmente espléndidas, ahora estaban cubiertas de sangre y marcas de los látigos. Gritaban de dolor, y Artemisa no pudo más.
—¡No lo permitiré! ¡Mis queridos niños, no! —Abrió la puerta—. ¡Eres despreciable! —Corrió hacia el campo.
—Cien azotes por cada palabra ofensiva.
—¡Cuenta, Dazzling!
El látigo, con una cuerda flexible y un mango de cuero trenzado, cortaba la piel de los Dazzling, cuyas expresiones eran de sufrimiento, pero también de aceptación ante su destino. Artemisa, consumida por la furia, se lanzó a su rescate, pero Damien la detuvo.
—¡Apártate de mí! ¿Olvidas mi cometido en este acto?
—Dejar que los testarudos se pudran por su falta de obediencia es mi decisión. La voz susurrante me advirtió sobre las consecuencias de las palabras que puedan manchar nuestra reputación.
—¡Menciona tu cometido, ahora!
—Mi honor, al proteger nuestra reputación, no tiene límites. —Levanta la mano, y el castigado Dazzling cae al suelo—. Por tu desobediencia, ¡repítelo!
Las lágrimas comenzaron a formarse en los ojos de Artemisa, reflejando la decepción y el dolor. Todo lo que había dado, su amor incondicional, su promesa de libertad, parecía desmoronarse ante sus ojos. La desilusión la ahogaba, transformando su rostro en una pena profunda, mientras su piel se tornaba pálida y sus mejillas enrojecían.
—Te entregué mi amor incondicional, te di la libertad y te otorgué el respeto que pediste. ¿Cuál fue mi error? ¿Por qué opinas eso de mí? —Intentó ocultar sus ojos con las palmas.
—Tengo que arrebatar tu alma de ese cuerpo corrompido. —Artemisa se interpuso para impedir que Damien usara su espada divina contra el Dazzling.
—Admito que cometo errores, pero perdona su vida. —Damien guardó silencio—. El tiempo perdonará el corazón, porque tengo esperanza de que cambiarás. —Lo miró a los ojos—. Pronto comprenderás tu equivocación, Damien.
—No puedo negarme a ti, y tampoco puedo evitar verte triste. —Limpió sus lágrimas con los dedos—. En el fondo de mi tormento, confío en ti. —Levantó al Dazzling y lo sostuvo en sus brazos.
Los recuerdos felices de ambos, rodeados de una emoción mágica, regresaron brevemente, llenando el aire de una melancolía profunda. Artemisa, sintiendo ese sentimiento nostálgico, deseaba un cambio en Damien, un regreso a lo que alguna vez compartieron.
—Damien, yo...
—Discúlpame por todo lo que he hecho. Contigo es con quien quiero estar.
—Damien... —El rey del infierno entregó su espada divina a un castigador. — ¿Qué intenciones tienes, Damien?
—¡Acaba con él! —El castigador atravesó con la espada el esternón del Dazzling, desintegrándose en polvo al contacto con su corazón.
—¡Me lo prometiste! ¡Me mentiste! —Intentó escapar de sus brazos, pero era inútil.
—Acaben con los cinco Dazzling sobrantes. —Artemisa lo empujó con desesperación, pero Damien no se movió.
—¡No! —Vio cómo cada Dazzling se convertía en polvo, y sus gritos de salvación se apagaban.
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The Art Of Artemisa (COMPLETO)
FantasíaEl paraíso, envuelto en magia y sueños colmados de bondad, despierta como ráfagas de luces incandescentes que iluminan una felicidad despiadada y feroz. En el interior de la Reina Artemisa, la esperanza brota del pecho con la intensidad de una super...