Tentación

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Entran al despacho y Esteban suelta la mano de Marcia como si el contacto le quemara.

Estaba estresado, se sentía confundido. Ese día en particular la había pensado en todo momento. Por más que lo intentó, no logró sacarla de su cabeza pese a las discusiones por el estado de Lucía.

Más allá de los rencores y el enojo, el deseo estaba más latente que nunca, sobre todo después de la noche que compartieron días atrás. Marcia era una constante tentación, es así que preferiría discutir antes de tener una conversación civilizada. Necesitaba alejarla. Todo el tiempo evitaba su mirada y cuando sentía que su fuerza no daba para más, evocaba los trágicos momentos por los que había atravesado, como la traición de su mujer y el saber que Lucía no era su hija.

Tenía tanta presión sobre él que no era capaz de diferenciar las mentiras de las verdades. ¿Su mujer o su familia? ¿Era realmente Marcia víctima de un complot? Las preguntas no llegaban y prefería creer que si, que ella no era más que una vil mentirosa, aún cuando él era quién había vivido una mentira todos esos años. Tantos secretos se convirtieron en su forma de vida y así seguiría, aunque tuviera que tragarse el orgullo y el profundo deseo de tenerla nuevamente entre sus brazos.

—¿Estás bien?.

El empresario no responde. Se dirige a la mesa de licores sirviéndose un whisky, sólo con alcohol podía soportar su mísera existencia.

—Gracias por defenderme de Lucrecia, —vuelve a hablar. No soportaba el silencio, mucho menos la indiferencia. —de verdad tu hermana está enloqueciendo cada día más.

—Tenía que hacerlo —dice volteandose al fin. —frente a mis hijos no puedo ni quiero restarte autoridad. —se lleva el vaso a la boca bebiendo más de la mitad del trago. —Mira, yo lamento mucho esta situación con Lucrecia, así que en el futuro trata de evitar discusiones con ella, por favor. —dice sabiendo que su pedido no es precisamente por la tensión que se creaba cuando las dos mujeres se enfrentaban, sino por las consecuencias que traerían las fuertes emociones en la salud de la pelirroja. A pesar de todo, seguía preocupándose por ella.

—Tú sabes que yo lo hago...

—Mira, avísame cuando llegue Álvaro. —interrumpe terminándose el trago.

Unos minutos a solas bastaron para idealizar sus manos arrancandole la ropa, recorriendo cada milímetro de su piel con su boca.

Estaba furioso con él, con ella y con él mundo. ¿Por qué la deseaba tanto aún estando convencido de su traición? Marcia no merecía ser dueña de sus pensamientos, sin embargo, no podía controlarlo.

Ni siquiera podía desahogarse con Paula porque a esas alturas ninguna mujer despierta el deseo que le causa la pelirroja.

—Claro. —contestó ella comprendiendo que su presencia no era grata. Su cara era todo un poema, por un momento pensó que podrían sostener una conversación sin gritos o reclamos de por medio, pero una vez más se equivocó y la decepción se vio reflejada en su rostro.

Se levantó de la silla y le dio la espalda dispuesta a salir. Tampoco le iba a rogar. ¿Por qué pedir migajas de amor, por qué insistirle a ese hombre que no la merece?.

Esteban reaccionó cuando escuchó la puerta cerrarse. Otra vez cometía un error.

—¡Marisa! —se apresuró a salir detrás de ella.

—¿Si? —volteó a verlo con el ceño fruncido.

—Ven, quiero hablar contigo —extendió su mano.

La abogada bajó la vista a la mano del hombre que esperaba una respuesta. No entendía el cambio de actitud, pero decidió no armar otro escándalo. Tomó su mano y se dejó guiar nuevamente al despacho.

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