¿Confías En Mí?

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La puerta se cierra e inmediatamente el empresario voltea a ver a su esposa.

–Te aseguro que entre Florencia y yo...

–No, no, –levanta la mano interrumpiendo sus palabras –no tienes que darme explicaciones. Yo lo sé -suelta un suspiro de molestia. Estaba harta de tener que lidiar con las trampas y mentiras en que se veían envueltos por culpa de los conocidos del moreno. –¿Qué? –pregunta al ver que Esteban no le quita los ojos de encima.

–No es nada... Hablas con tanta seguridad.

En el fondo se reclamaba por no poder ser como ella. Deseaba con todas sus fuerzas confiar en la abogada, quizás esa era la solución a todos los problemas, pero la verdad es que sus malditos e incontrolables celos lo estaban matando por dentro.

–¿Qué esperas? –ríe –¿Que te haga una escena de celos? Esteban, cuando me casé contigo lo hice porque confiaba en ti, a diferencia de ti que dudas de mi palabra todo el tiempo.

–Cuando entré aquí y vi la ropa tirada en el piso, yo... –cierra los ojos con fuerza dejando escapar un suspiro. –Creí que eras tú, que lo estabas haciendo para provocarme. –dice regresandole la mirada –Por lo visto, no tengo tanta suerte.

–¿Y qué querías? ¿Que me desnudara para ti? –cruza los brazos.

–Antes solías hacerlos –da un par de pasos hacia ella obligándola a dar marcha atrás. Cuando la tiene completamente acorralada entre la pared y su cuerpo, apoya las manos en la pared por encima de su cabeza.

–Ya no soy la misma Esteban, entiendelo. –dice en un susurro.

–Yo creo que si... –dice sobre sus labios –Eres la misma mujer de la que me enamoré, esa mujer dulce que irradia calma, pero se convierte en una fiera salvaje cuando hacemos el amor.

–¿Qué es lo que quieres? –pasa la saliva. La cercanía del moreno la estaba poniendo nerviosa.

–Lo sabes muy bien –apoya su frente en la de ella.

La respiración de ambos pasa los niveles normales de calma. Sus pechos suben y bajan con ímpetu, acelerando el ritmo cardíaco. Esteban se pierde en la belleza de su mujer mientras ella entreabre los labios tratando de respirar con normalidad, aunque eso es imposible, más cuando siente una de las manos de su esposo bajar rozando su cuerpo hasta detenerse en su pequeña cintura.

Marcia suelta un jadeo al sentir los dedos de Esteban apretando su piel por encima de la ropa. Pecho con pecho, sólo son separados por centímetros que no tardan en desaparecer cuando ambos se lanzan sobre el otro queriendo acabar la tortura.

Sus bocas chocan con desesperación. La tensión sexual que crecía cada vez que estaban solos era indescriptible. Luego de tantos años, el deseo permanecía intacto, incluso aún mayor. Se deseaban en cuerpo y alma, el salvaje ósculo era la prueba fiel.

A ciegas y sin soltar la boca de la pelirroja que lo vuelve loco, Esteban camina junto a ella hasta chocar con la cama. Entre besos la recuesta sobre las sábanas, comenzando con sus manos un sendero de caricias por las piernas de la abogada.

–¡Esteban! –tres toques en la puerta detienen el momento íntimo de la pareja.

–¿Qué quieres, Lucrecia? –cuestiona el empresario tomando asiento en la cama. Estaba molesto, si, le enojaba no tener un segundo de tranquilidad en su propia casa.

–Los estamos esperando para cenar. ¿Por qué tardan tanto?.

Marcia rueda los ojos al escuchar la insistencia de aquella mujer, e igual de molesta que el moreno, se levanta arreglandose la ropa.

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