Regresar I

925 87 46
                                    

La vida da demasiadas vueltas; un día estás radiante, al otro hundido en las peores miserias de tu propio ser. Nunca me pasó por la cabeza convertirme en esta mujer que soy hoy día gracias a las trampas de mi ex cuñada, pero el destino está escrito y, de cierta forma, agradezco los giros que dio mi mundo. Tampoco imaginé que podría regresar, mucho menos a presenciar este desafortunado evento que me desgarra internamente.

La Ciudad de México me dio su bienvenida con un cielo negro y gotas de lluvia empapando el pavimento.

«El clima adaptándose a las desgracias» pensé.

El paraguas cubre parte de mi rostro, así lo prefiero. Llorando en silencio, le doy el último adiós al hombre que se convirtió en mi familia luego de la muerte de mis padres.

Las lágrimas cubren mis mejillas, mas no aparto la vista de la caja que se esconde entre montones de tierra a medida que sellan la fosa.

Él, notablemente afectado —aunque sin soltar una lágrima—, aferra sus puños a la pala que realiza la última labor en el funeral. Su rostro carece de expresión, pero lo conozco, demasiado para mis deseos. Sé que le duele tanto como a mí.

De pronto levanta la cabeza y su mirada se encuentra con la mía.

Asombro, eso descubrí en sus ojos.

Nerviosa, fue como me sentí yo.

«¿Por qué me sigues afectando, Esteban Lombardo?» me reproché.

Con el corazón latiendo a mil, me doy media vuelta emprendiendo la huida. No tengo deseos de enfrentarlo, ni a él, ni al nido de víboras que se encuentra reunida a un par de metros de mi lugar. Suficientes problemas me causó esa familia en el pasado; ahora, siendo una mujer completamente diferente, no permitiré que nadie me humille.

La lluvia no cesa, mis botas pisan los charcos que se forman en el piso cuando camino con premura. Sin pensarlo dos veces, saco las llaves de mi bolso y aún lejos del auto, apago la alarma para luego cerrar el paraguas. No puedo perder tiempo.

–¡Marcia! –su gruesa voz se escucha lejos, pero al mismo tiempo cerca. Siento que en cualquier momento tomará mi brazo y me obligará a detenerme. No, no estoy preparada para algo así. –Marcia, espera.

Su trote se escucha más claro a medida que se acerca. Yo, cuál cobarde, obligo a mis pies a caminar aún más rápido.

Miedo.

Es lo que siento al pensar que, en cualquier momento, me alcanzará.

–Marcia.

Es el fin.

Un escalofrío acompañado de una extraña sensación que no puedo describir se apodera de mi cuerpo cuando, tal como lo imaginé, su enorme mano se aferra a mi antebrazo.

–Marcia. –repite mi nombre como si quisiera asegurarse de que soy la misma persona que un día... La misma persona que un día conoció. «no puede estar más equivocado». Sin soltarme, rodea mi cuerpo para quedar frente a mí. Sorpresa, rabia, ¿alegría? Su rostro parece una ruleta, cambiando de estados de ánimos en cuestión de segundos. –Eres tú.

–No. –asevero. No, no soy Marcia, esa joven ingenua murió en una cárcel de España. –¿Podría soltarme? Llevo prisa –expreso sin atreverme a sostenerle la mirada.

–Marcia –su fría mano entra en contacto con mi barbilla. En un delicado movimiento levanta mi cabeza, obligándome a verlo.

Pierdo el aliento.

Mi boca se entreabre en busca de oxígeno, cierro mis manos en puños para controlar la impotencia y evitar que se note lo que me afecta tenerlo frente a mi luego de tanto tiempo.

LM One Shot Donde viven las historias. Descúbrelo ahora