Capítulo 1. Presentación y comienzo.

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Primera vez que la vi, sólo pasaba por ahí, no era mi lugar, ni debía, pero ahí estaba, algo me atrajo a ella. Tan pequeñita, pero era pura luz, tanta que llegó a cegarme. Resplandecía y eliminaba toda mi oscuridad, si bien estaba amaneciendo, el sol era una tenue lámpara a comparación a ella. En una cama para dos personas, mientras su madre dormía del lado izquierdo, ella se encontraba sentada del lado derecho sobre las almohadas. No tendría más de cuatro años. 

Me fue imposible, pese a su luz, no aproximarme para observarla de cerca. De pronto estiró su bracito hacia mí con la palma abierta intentando tocarme, dudo mucho que me viera, pero estoy seguro que me sentía, cosa que nadie debería, a menos que yo así lo decidiera. No podía dejarla buscándome, por lo tanto, tome su mano y le di un saludo. Su luz y su paz se irradió en mí, me llevó al mismo mundo maravilloso al que me llevaban las medicinas, mientras en el saludo me sonreía con inocencia. No me hacía nada bien. El odio que había en mí rechazaba de manera violenta ese contacto, intenté apartarme, pero tomó mi brazo con su otra manito, intentando que no me alejara, pero logré zafarme barriendo sus manos de mi brazo, me pidió que no me fuera, pero debía alejarme por mi propio bien y lo hice no sin antes de voltearme y verla tratando de sentirme de nuevo, buscándome con sus manos en la nada.

Me llamo Bástian, fui un alma errante que andaba en éste mundo, no estoy seguro de hace cuanto tiempo ya, alguien que creí que era como yo me ofreció un trabajo con ciertos beneficios, los cuales entre mi enojo, ira y desespero, acepté, y hoy soy uno de sus generales.

Tenía 27 años cuando dejé el mundo mortal causa de una supuesta enfermedad que padecí durante largo tiempo sin que hallaran la causa o la cura. 

Tenía una esposa con la cual me había casado por insistencia de mis padres, aunque no lo quisiera y con quien jamás me había llevado bien porque como minero nunca pude darle todo lo material que ella quería. Estoy seguro de que hasta me detestaba, al punto de que sólo mi familia fue a mi velorio y entierro, y ¿Cómo le sé?, porque la mayoría tardamos en darnos cuenta de que nuestra alma salió del cuerpo, inclusive antes de morir, cuando todos piensan que son nuestros últimos suspiros, estamos ahí. Sentimos todo, aún mejor que cuando estábamos sanos, escuchamos todo, vemos todo aun cuando nuestros ojos están cerrados, ponemos todo de nosotros para continuar un rato más, un día más, una semana más, los escuchamos hablarnos, los oímos llorar, pedirnos que nos quedemos y nosotros también lo queremos, pero nuestros cuerpos mortales no razonan con nosotros, muchas veces ya no queremos seguir respirando, muchas veces queremos terminar de una vez, salir de éste cuerpo que no responde y sólo causa dolor. O llenos de medicinas que nos tienen durmiendo sin poder disfrutar de todo nuestro alrededor, que la ciencia no les mienta, estamos y aunque crean que no es así, como ya dije, sí, estamos ahí. Es difícil batallar con nuestra tristeza sabiendo todo lo que dejamos, todo lo que nos faltó por hacer. Lo más difícil es saber y cargar con toda la tristeza y el sufrimiento que le estoy causando a los que me quieren, ellos lloran por mí y yo metido en éste sueño con medicación, pero consciente de todo mi entorno al que no puedo consolar, no puedo abrazar, decirles que no los quiero dejar, pero éste sueño inducido no me deja despertar. 

Agradezco el no padecer dolor porque la verdad es insoportable y las medicinas me llevan cada tanto a mundos maravillosos donde soy feliz, pero aunque no me vean que estoy llorando de tristeza e impotencia, lo hago. Cada palabra, cada recuerdo, cada sollozo, cada caricia se sellaron en mi alma para llevarlas siempre conmigo.

Cuando salimos de ese cuerpo lleno de sufrimiento, todavía estamos ahí, inclusive seguimos a nuestro cuerpo y a nuestro sufrido entorno. Vemos todo lo que le hacen, vemos a nuestra familia y seres queridos a nuestro alrededor, vemos el velorio y el entierro y los acompañamos en éste duro momento. Así fue que no vi a mi esposa en ninguno de esos sucesos. Estaba preocupado por ella, pero todavía no quería dejar de vigilar mi cuerpo hasta que cubrieron mi cajón con tierra. Veo a mi madre que llora desgarradoramente pidiendo que no me vaya, trato de abrazarla, de decirle que estoy aquí, pero no puedo, no me ve, no me siente. 

Mi hermana es quien la abraza y trata de consolarla, aunque ambas estén prácticamente igual. Mi padre, quien trata de no mostrar emociones, creo que es el peor de los tres, creo que lo conozco mejor que el mismo, su proceso es interno, no exterioriza nada y a la larga, sé que es peor, debo cuidarlo, es a quien más miedo le tengo.

Finaliza mi entierro y mi abuelo, el papá de mi mamá, viene a buscarme con una sonrisa invitándome una partida de ajedrez como cuando era pequeño. Quiere que traspasemos una puerta de la cual desde fuera ya se siente que irradia paz y relajación, quiero ir con él; sin embargo, veo a mi familia y me siento en un dilema, no quiero dejarlos, quiero ayudarlos, necesitan de mí, no los puedo dejar inmersos en tanto dolor, todavía no sé como está mi esposa, por lo tanto, me niego en éste momento a ir con mi abuelo, él me insiste, pero me rehúso completamente. Me dice que me dará un tiempo y volverá a lo cual le agradezco. 

Una vez que él se va, sigo a mi familia hasta la casa de mis padres, mi madre y mi hermana se preparan un té relajante y entre llanto se van a dormir mientras mi padre se va a la terraza donde solíamos sentarnos a conversar de todo. Pone su cabeza entre sus manos y descarga todo el dolor acumulado en un llanto desolador. Me quedo más tranquilo de saber que lo está sacando todo fuera antes que lo consuma por dentro.

Luego, con mi alma preocupada, fui a mi casa a saber de mi esposa que al entrar la escucho riendo a carcajadas y al acercarme la veo con uno de los hijos de mi jefe. Ambos en mi cama, completamente desnudos, brindando con una botella de algún costoso licor que ni conozco. Hablando sobre todo el tiempo que llevan juntos, como me envenenaron durante más de un año, mientras mi esposa hablaba ofuscada porque tardaba en morir, tuvo que soportarme y atenderme enfermo, la pensión por viudez que le correspondía y por supuesto la casa, que no era muy lujosa, pero era un techo seguro y mía, la había comprado siendo soltero.


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