Capítulo 32. Pacto ganado.

44 7 0
                                    

Bástian.

Luego de dejar a Aluminé en su casa, junto a Abaddon primero regresamos al sitio del juicio, donde ya no quedaba más nadie, por lo tanto, directamente nos dirigimos a su palacio. Ambos estábamos destruidos, ninguno decía una palabra, yo por haber tenido que separarme de mi destinada y él, calculo yo, que por haberse enterado de que su destinada, a la cual jamás volvió a encontrar, le dio descendencia, o sea, una familia, saber que quizás tuvo que ocultarse y ocultar a su hijo, que siendo él quien es, quizás tuvieron que pasar penurias, que no pudo compartir su existencia con ellos y disfrutar de ellos. Que tal vez, aparte, no sólo Aluminé es de su familia, quizás haya más, y encima de todo, ahora tampoco podría disfrutar tiempo con ella, que si bien en su sangre llevaba parte de él, también llevaba parte de su destinada.

Cuando llegamos a su palacio, ninguno de los dos tenía nada que decir, por lo que llenos de tristeza nos despedimos para poder meditar en soledad cada uno en su hogar.

A la mañana siguiente me informan que debo ir al palacio de Lucero y hacia allá me dirigí. Al llegar, me hacen ingresar a un gran salón en el cual se encontraba tanto éste, como el consejo. También se encontraban Abaddon, sus pares y los generales de todas las tropas. El ambiente era bastante tenso, todavía duraban el malestar y los sentimientos de ayer. Estábamos todos sentados en un gran círculo que empezaba y finalizaba en las mesas del consejo. 

En un momento Lucero se levanta de su asiento acallando los susurros y comienza. — Antes que nada quiero darle la bienvenida a todos a ésta reunión y agradecerles por venir. Los he convocado hoy por lo sucedido el día de ayer. Quiero acabar de una buena vez con ésto porque la verdad es que ya fue demasiado. Lo que ayer pasó fue la gota que rebalsó el vaso, ya hemos tenido, muchos, y me incluyo, éste problema. Más de uno aquí, ha tenido que, obligado, separarse de su destinado o destinada, - varios generales, jefes e integrantes del consejo asienten con la mirada entristecida - muchos aquí hemos sufrido y seguimos sufriendo por no poder estar con ellos y muchos de nosotros, sufriremos toda nuestra existencia porque a nuestros destinados directamente los sacaron de cualquier plano y nunca más volverán. Muchos de nosotros hemos perdido hasta los seres o las familias que pudimos crear con ellos, – observa a Abaddon – y creo, que ya fue suficiente. El día de ayer Bástian, por decisión propia, pensando en todos nosotros, evitó una guerra que yo estaba dispuesto a dar porque la verdad es que no seguiré sumiso, ni paciente, ni complaciente ante ésto. Cada uno de nosotros tiene el derecho de estar con su destinado por la naturaleza, así que lo que quisiera son ideas, opiniones u opciones, acerca de como dar vuelta ésta situación, quiero que quienes tengan una idea, se levanten de a uno y la vayan dando. — Dice y luego se acomoda en su lugar.

Abaddon es el primero en hablar – lo que yo sugiero es, luego de lo que hablamos el otro día – observa a Lucero – es dejar de recolectar almas y cerrar las puertas del infierno. Que sean ellos quienes vean la manera de irlos a buscar, que se tengan que ocupar de sus juicios y de ver a donde llevan a sus condenados, ya que aquí no podrán entrar. Otra cosa que podríamos hacer también, si eso no sirve, es llevar a todos los condenados graves que tenemos en condena allá – señala arriba – y dejárselos ahí, que se ocupen de ellos también, ellos los crearon, ellos que se hagan cargo. Nosotros ya somos condenados, nosotros ya estamos aquí abajo, ¿Qué más nos pueden hacer? ¿Cuánto más nos pueden condenar o hacernos padecer? Todos los que estamos aquí ya hemos sufrido suficiente. A mí, desde mi lugar, me han sacado absolutamente todo, ya no pueden lastimarme más. Tuve una familia y hasta ayer me enteré, imagino lo que mi pobre destinada y mi hijo tuvieron que padecer solos. Me hubiera gustado conocerlo. — dice notándose melancolía en su voz.

Lucero queda esperando a que otro tome la palabra, pero eso no pasa. Entonces manifiesta. — Si no hay otra sugerencia, tomo la de Abaddon, la verdad es que nada de lo que dijo me desagrada, aparte también es una forma de evitar una guerra, ya que dudo que sean suficientes para realizarla teniendo que ocuparse de hacer nuestro trabajo. — Todos asienten.

Esa era la última noche que las tropas saldrían a cazar.

Durante la mañana, Lucero dio avisó a los de arriba de que, por nuestra parte, no se volverían a recolectar almas hasta que se nos permitiera estar con nuestros destinados, sean quienes sean. En un principio los de arriba lo tomaron en forma de burla diciendo que no nos necesitaban, pero al pasar la segunda semana fueron ellos quienes vinieron a nosotros, a intentar obligarnos a hacer el trabajo. Ese mismo día, Lucero preparó las tropas y llevó a todos los condenados graves, los dejó allá arriba, volvieron a bajar y cerró todas las puertas del infierno y cortó por casi un mes, toda comunicación con el cielo. Creo que allá arriba se les había vuelto un desmadre porque buscaban miles de maneras de comunicarse con el infierno sin éxito alguno, mientras a Lucero se lo veía feliz paseando por el infierno, hablando y riendo a carcajadas con cualquier ser que encontraba por ahí, ya que como no tenía que trabajar, se daba los lujos que antes no tenía. Varias veces vino a visitarme, sé que también a Abaddon. Teníamos con él extensas e interesantísimas charlas. Recorríamos la villa, yo le mostraba los lugares, muchas veces los seres que habitaban conmigo lo veían y muy amablemente lo invitaban a pasar a sus hogares convidándoles alimentos, entablando conversaciones muy amenas.

Le había gustado tanto el sitio y el ambiente que se había creado allí que era habitual verlo llegar, quería implantarlo en absolutamente todos los batallones del infierno.

Unos días antes de que el mes terminara, finalmente se dignó a atender y conversar con un celestial que hacía tiempo venía intentando conseguir comunicarse con él. Lucero no dio brazo a torcer sobre su petición, y un ya derrotado mensajero, terminó por aceptar que el infierno había ganado ésta contienda. Luego de firmar lo pactado, éste se retiró y las tropas fueron a buscar y traer de regreso a todos los condenados, tanto antiguos como nuevos, y volvimos a nuestra rutina.

Si bien las cosas habían mejorado a futuro y traté de ser fuerte, la verdad, me sentía desvastado, había pasado casi un mes y medio sin saber nada de Aluminé, hacía más de veinte años que mi existencia se dedicaba en exclusivo a ella y si bien nuestros días juntos no eran los ideales, el estar a su lado era lo mejor que me había pasado en toda mi existencia. El no saber como estaba, el no saber si tenía pesadillas, el no sentir su aroma, sentarme a comer junto a ella, el no oírla hablarme, lentamente me estaba consumiendo. Si bien en mi vida mortal había sufrido horrores, los sentimientos que me embargaron todo éste tiempo separado de ella, creo que fueron muchísimo peor, ya que, mal que mal, la agonía anterior a mi muerte tuvo un final, y ésta que estaba sufriendo ahora, sabía que no acabaría jamás.

Durante todo éste tiempo con Abaddon casi ni nos vimos, en primer lugar porque no había trabajo, así que no había necesidad. Y segundo, creo, por lo que nos ocasionaba, ya que el vernos nos traía recuerdos y amargura. Aparte, nos habíamos encerrado, ninguno de los dos salía o recibía a nadie a menos que Lucero llegara, creo que él lo hacía también para sacarnos un poco de nuestra tristeza, encierro y soledad.

El día de ayer, Joako se hizo presente en mi casa, me dijo que ahora que el pacto estaba implantado debería hablar con Abaddon o Lucero para ver si había posibilidad de solucionar las cosas con Aluminé. En principio me negué rotundamente, ya la había soltado, ya la había dejado tranquila para que rehiciera y continuara su vida, ella tenía que ser feliz, tenía que poder dar clases a los chicos, tenía que encontrar una pareja y hacer su familia, tenía que vivir, cosa que conmigo no podría.

Joako, se negó, impaciente y preocupado me insistió que intentara solucionar todo ésto, me explicó que durante todo éste tiempo él logró salir y verla, me dijo que no se encontraba para nada bien, que era un muerto en vida, que no me recuerda ni a mí, ni a él, ni todo lo que pasamos, pero que todo éste tiempo su vida continuó como si no tuviera alma, que su esencia había desaparecido, que no dormía ni comía, que se había retraído del mundo, que temía que algo le pasara, ya que se comportaba como una persona sin ánimos de vivir y que hace unos días casi pierde la vida porque su mente se está enfermando, perdida en el mundo mortal.

Cuando escuché su relato me di cuenta de que por más que me hubiera borrado de su mente, no podría hacerlo de su alma, los dos estábamos igual de destruidos, la diferencia era que yo sabía por qué, y ella no.

Decidí ir al día siguiente a buscar ayuda en Abaddon, ya que Aluminé es su familia también y dudo que permita, al igual que yo, que ella continúe así.

BástianDonde viven las historias. Descúbrelo ahora