Capítulo 30. Guerra

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Bástian.

Un enorme Lucero, ooooo mejor dicho, Lúcifer enteramente de fuego y el resto del consejo se colocaron delante de Aluminé de manera desafiante - ¡Les dije, que no se la llevarán!— dijo Lúcifer haciendo retumbar todo el lugar. Los míos junto con Abaddon se colocaron detrás de Lucifer haciendo un círculo en el cual quedamos dentro, Aluminé y yo, fui hasta ella y aunque doliera la abracé, era nuestro último tiempo juntos.

De la misma manera que los celestiales llegaron hasta aquí, una luz vuelve a bajar desde el cielo y una inmensa cantidad de seres celestiales bajaron y se pusieron detrás del consejo celestial. Lúcifer con una sonrisa, chasquea los dedos y nuevamente los cráteres se abren desde los cuales, millares y millares de seres infernales comienzan a salir comandados por quien habría sido mi segundo al mando, Modan y Maribel quien me guiña un ojo al emerger. Una vez todos arriba gritan al unísono – ¡Lealtad a Bástian y a su destinada!— colocándose detrás de nosotros a espera de una señal.

Ésto definitivamente iba a ser una guerra, una masacre, sólo por mí, no podía tolerar la idea de que tanto ellos como Aluminé pelearan por mí, de que salieran lastimados, mutilados o muertos por mí. Más allá de todo mi dolor, no dejaba de abrazar a Aluminé quien temblando como una hoja, no paraba de llorar – Te amo más que a mi vida Bástian y pelearé por lo nuestro a como dé lugar, nada ni nadie me separará nunca de ti, y si el costo de ello es dejar de existir, con gusto lo pagaré. — Dice Aluminé, sin esperar más, la levanto hasta mí, nos encierro entre mis alas, la abrazo con fuerza mientras ella apoya su rostro sobre mi hombro y yo el mío sobre su cabeza. Sé que es el momento, no puedo estirar ésto más sabiendo que una guerra sin sentido se aproxima, es una batalla que ya tengo perdida, necesito disfrutar de cada uno de éstos segundos por mucho que duela antes de acabar con todo. La beso acariciando su rostro y me besa poniendo sus manos en el mío sin importar nada, mientras la beso, toco mi tatuaje, llamo a Abaddon y le pido que se haga lo acordado, éste pasando por entre la multitud viene hasta nosotros, la bajo de mí y acaricio su rostro nuevamente – Sabes que te amo, Aluminé, eres mi destinada, fuiste tú quien me encontró apenas nació, eres lo que jamás tuve, lo que pensé nunca llegaría, nunca me tocaría, eres todo para mí y mi vida siempre te pertenecerá, gracias - la aparto y me alejo de ella, cuando intenta volver hacia mí, es Abaddon quien la intercepta, ella continúa tratando de llegar hasta mí gritando en llanto desgarrador mi nombre. Abaddon la observa a los ojos, le pide que tranquilice, que todo va a estar bien, Aluminé ignorando todo lo que viene, asiente. Cuando ella se calma, mi amigo pasa su mano por el rostro de Aluminé. Va desde el mentón pasando por su boca, su nariz, sus ojos, sus cejas, su frente y su cabello hasta llegar a su nuca donde al llegar cierra su puño. Luego en un susurro al oído le dice - Duerme. — Ella cae rendida en sus brazos y Abaddon me la entrega, luego lleva el puño cerrado hasta su boca, me observa esperando que diga alguna palabra, pero yo sólo asiento. Él dice - Olvida —abre su puño y comienza a soplar con fuerza lo que parecieran ser pétalos que vuelan por el cielo desparramándose, desarmándose y perdiéndose en la nada.

Recuesto a Aluminé en el suelo pidiéndole a Abaddon que cuide de ella, levanto vuelo y bajo en medio de ambos mandos que se encuentran en posición de lucha 

— ¡BASTA! ¡SE ACABÓ! ¡BASTA! No habrá una guerra, nadie saldrá herido de aquí, éste era un problema sólo mío, en ningún momento pensé que ésto pondría en riesgo a los mío y no hablo sólo de mi tropa y quienes trabajan en mi casa, hablo de cada ser infernal que hoy se encuentra apoyándome en éste lugar – observo a Lúcifer, al consejo, a Abaddon, a Modán, Marible, a Mi segundo al mando, a todos los que puedo desde el lugar en donde me encuentro. — Hoy estoy completamente orgulloso de la decisión que tomé tantos años atrás, hoy absolutamente todos ustedes son míos y yo suyo, hoy – lágrimas empiezan a caer por mi rostro – me apoyaron, sin más, a ustedes, el consejo, les estaré eternamente agradecido por el apoyo, hoy sé que haber estrechado la mano de Abaddon en aquel acantilado fue la mejor elección que pude tomar.— No sé de donde mi abuelo y mi familia salen de entre los celestiales y estiran sus manos hasta mí. —¡No! – les digo - los amo y los amaré toda mi existencia, pero ese no es mi lugar y nunca lo fue, y hoy me han demostrado el gran error que hubiera cometido, no hay santos, allí, - señalo arriba - no hay divinidad ahí, no son lo que predican y prefiero el infierno a su estafa, su mentira llamada paz y amor. Está bien, yo existiré en soledad y sufrimiento, pero para mí, ustedes no serán una opción jamás y sepan, que los odiaré toda mi existencia.

— ¡¿Qué hiciste demonio?! - me dice el celestial al ver a Aluminé recostada en el suelo en brazos de Abaddon— ¡La mataste! Nos la llevaremos con nosotros, quizás aún podamos salvar su alma— un rayo atraviesa mi pecho desgarrando mis alas, mientras Abaddon corre hasta mí. 

— Por supuesto que no la mató, idiota, él no es tú. Sólo le he borrado la memoria para que no recuerde todo ésto, todo lo que ustedes los hicieron sufrir. Ella volverá al mundo mortal, sin recordar nada de ésto ni el mal que le han hecho. Bástian acaba de sacrificar su existencia por ella y por el bien de todos para evitar ésta guerra, pero sépanlo, ustedes son los responsables, de todo el mal que han causado, les quedará lindo el blanco, pero para nada los representa. — Finaliza Abaddon mientras el consejo y los demás infernales me observan atónitos por lo que acabo de hacer.

— Bien, mi niño. — Dice Lucero resignado, sacando todo el aire en su interior — Abaddon, cúrale sus alas a Bástian, lleven juntos a Aluminé a su casa y despídanse ambos, pero ésto no se quedará así. —

— No hace falta que yo vaya – responde Abaddon — no hay tanta cercanía conmigo.

— Te equivocas Abaddon, rastree su sangre como así también su árbol genealógico y descubrí que el ser creado por destinados era hijo Sara y de ti, Aluminé en su sangre lleva parte de ti Abaddon, es tu familia, debes despedirte tú también. — Afirma Lucero mientras el demonio de Abaddon al que jamás vi, se hace presente, y la verdad es que si yo soy grande, él me triplica en tamaño. 

Éste grita de impotencia y furia de tal manera que si bien su grito no tiene el alcance para oírse en toda la tierra, provoca una tormenta de viento que se expande por toda ésta provocando ciclones, tsunamis, tormentas de arena, nieve, derrumbes y que muchos volcanes dormidos vuelvan a la actividad. Cuando con su rugido finaliza de sacar toda su ira, avanza hacia los celestiales - ¡Es su culpa! ¡Todo ésto es su culpa! Ésto no quedará así – manifiesta. - ¡A!, y me olvidaba – de su mano abierta aparece una llama roja y caliente como lava y observando a Jagudiel cierra su puño como haciendo añicos a esa llama, pero en realidad, es al celestial al que está quemando, ya que una llama lo envuelve como si fuese una hoguera y lo quemara desde afuera hacia dentro mientras éste se retuerce de dolor. — Ojo por ojo, – dice Abaddon – luego, que tu misericordioso te cure así como yo lo haré con mi amigo, y les reitero las palabras de Lucero, ésto no se quedará así.

En mis brazos, junto a Abaddon, llevamos a Aluminé a su casa, la recosté en la cama de su habitación, con Abaddon recorrimos toda su casa para retirar cualquier cosa que le ligara a mí para después con el corazón destrozado le di un último beso en sus labios mientras acariciaba el rostro a una Aluminé completamente dormida. Luego Abaddon de manera paternal, terriblemente apenado, derrotado, acarició su rostro también y le creó nuevos recuerdos de lo que habían sido éstos días. Nos acercamos a su ventana, la observamos por última vez, luego entre nosotros, nos sonreímos con tristeza, y nos marchamos de ahí para nunca más volver.


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