Capítulo 4: Te has pasado, Sarah Weems

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Había pasado una semana. Las clases iban bien, los chicos parecieron empezar a apreciarte, al menos eso era algo bueno. Tus compañeros poco a poco cogieron confianza contigo, y ya te sentabas con ellos a comer. Guardabas un terrible rencor a tu tía por obligarte a ir a terapia, pero preferías aceptar y callar. Las sesiones no parecían surtir efecto, pero empezaste a guardar el llanto para esos momentos, aunque las palabras de consuelo de Kinbott no servían para nada.

Luego estaba Marilyn. Después de aquel día no volvisteis a hablar. Ni siquiera os saludabais por el pasillo, nada, ningún tipo de contacto. No sentías culpa por ello, por la cara triste que únicamente te miraba al pasar a su lado. Parecía todo mucho más calmado, más seco, menos vivo.

-Bueno chicos, ya es la hora.- Dijiste al sonar el timbre. Los estudiantes dejaron sus cosas y salieron poco a poco del aula. León, como era ya costumbre, se acercó a ti.

-Esta noche vamos a dar una pequeña fiesta en el lago, nada serio, sólo pasar el rato, ¿te apuntas?- Preguntó, apoyándose en el escritorio. Tú arqueaste las cejas.

-León, soy tu profesora, ¿de verdad consideras una buena idea contármelo?- Preguntaste sorprendida.

- Oh vamos.- Dijo él, con la sonrisa traviesa.

-Ni hablar, y da gracias a que no me chive a la directora.- Lo decías en serio. Era algo extraño, pero ahora tú eras la profesora, él el alumno, tenías que hacerte respetar un poco.

-No me fastidies.- Protestó, ahora con cierto miedo en sus ojos.- Está bien, está bien.-

-Anda, lárgate.- Le dijiste, intentando no parecer demasiado severa.

El chico cogió su mochila y un ruido de cristales te puso en alerta. León pareció darse cuenta y aceleró el paso.

Tú fuiste detrás y le agarraste del brazo.

-Eh, eh, eh, ¿Dónde crees que vas?- Le dijiste frenándole en seco. –La mochila, enséñamela.- Exigiste.

Él negó con la cabeza.

-No creo que sea una buena idea.- Dijo, abrazando su mochila con ambas manos.

-León...- Tu tono era amenazante.

El joven se vio acorralado y te ofreció la mochila, bajando la mirada.

Rebuscaste en ella y sacaste una botella de vodka. León se sonrojó y empezó a jugar con su tobillo.

-¿En serio? ¿Alcohol?- Dijiste exhibiéndole aquella botella.

-Pero cuando tú estudiabas aquí...- Intentó disculparse recordándote tus errores de juventud.

- Da igual lo que hiciera cuando era estudiante, ya no lo soy.- Dijiste algo enfadada. Que fueras tan joven no era ninguna ventaja en absoluto, todo el mundo parecía tomarte por tonta.

-Tengo 50 años, Sarah.- Se excusó el vampiro.

-Puede, pero la mayoría de tus compañeros no. Esto me lo quedo yo, y espero que no se os ocurra armar jaleo.

-Vale, vale.- Contestó, un poco intimidado. Sin más palabras, León cogió de nuevo su mochila y se fue por el pasillo.

Tú miraste la botella y suspiraste.

-Hay cosas que no cambian nunca.- Susurraste para ti misma.

Subiste a tu habitación y dejaste la botella en el escritorio. Comprobaste en tu teléfono que nadie se había acordado de ti. Tampoco esperabas lo contrario. Era la hora de comer y te empezó a entrar algo de hambre.

Las cenizas de un corazón rotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora