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– No podemos permitirnoslo, cielo – Aquella mujer ya llevaba los ojos hinchados de tanto llorar por las noches, por tener que destrozar involuntariamente el sueño de su hija.

Angie toda su vida se había criado en la humildad, nada de extravagantes casas ni de coches de lujo, ni siquiera estaba acostumbrada a tener la nevera de su casa llena de comida.

Ese día, a la hora del desayuno, Angie se había armado de valor, necesitaba contarle a su madre lo que quería hacer, su gran sueño. Quería curar a la gente, ayudar, buscar la forma de mejorar la vida de algunas personas.

Angie quería si o si ser médico. A poder ser, Pediatra. Porque no había nada que le gustara más que los niños y la medicina.

– No te estoy diciendo que me lo tengas que pagar tu – tomó las manos de su madre, aquellas manos tan resecas por culpa de los líquidos de limpieza – se por lo que hemos pasado. Por lo que has pasado y lo que está pasando papá. Y yo se que si trabajo puedo pagarme la matrícula.

– Si te lo curras conseguirás lo que sea mi amor – la madre le sonrió débilmente – y te prometo que me encantaría poder ayudarte, pero esque con lo que yo gano malamente nos da para pagar la casa los suministros y la comida. ¿Lo entiendes?

– Perfectamente. Por eso te digo que voy a trabajar, he sacado notazas en el instituto, ¿Dónde no me van a querer? Pondré currículum en todas partes y verás que pronto conseguiré trabajo. De lo que sea allá voy.

– Eres tan trabajadora como tu mamá – besó su frente – Solo te voy a dar un consejo. por muy mal que se pongan las cosas, no te rindas. Se que puedes con eso y con mucho más. No tires la toalla. jamás.

– No lo haré. Y con este consejo te prometo yo que desde que salga de la uni, no nos va a faltar de nada a ninguna de las dos. Ahora tengo que irme, si o si – besó la cabeza de su mamá y salió de allí, dejó a su madre con una sonrisa de oreja a oreja.

Ella era la razón por la cual su madre seguía luchando, seguía limpiando casa tras casa para que su niña pudiera salir adelante. Y valió la pena cada maldito segundo.

Había criado a una chica fuerte, con personalidad muchos sueños, ganas de comerse el mundo entero y la vida.

Aquella chica se asomó al recibidor, no salió sin antes mirarse al espejo, revolvió su pelo antes de salir. Ella siempre decía que si iba muy peinada no le gustaba. Ella y su look desaliñado siempre iban de la mano.

Sin más salió de allí, fué a un cyber a imprimir sus curriculum para empezar a entregarlos en cualquier lugar que encontrara, empezó por cafeterías, restaurantes, algunas tiendas de ropa, de electrónica. Algunas ludotecas, en el cine. Prácticamente todo el centro comercial.

Era imposible que no la llamaran para ninguno, de todos los que puso mínimo uno debería pensar en ella.

Aunque también estaba el tema de la experiencia, la mayoría de los trabajos los exigen, siempre prefieren a alguien que sepa hacerlo antes de tener que enseñar.

Y si, es un auténtico asco. Tras pasar un par de horas pateando por ahí y por allí, fué a su cafetería de confianza, dónde la mayoría del tiempo se encontraba su amiga. La saludó desde la puerta. La chica extrañamente ni se enteró, así que Angie se acercó sigilosamente.

– ¡Milena! – le gritó haciendo que la chica se sobresaltara.

– ¡Mierda Angie! ¿Cuando has llegado tu?

– Te he saludado desde la puerta y has pasado de mi cuando me has mirado – la rubia se sentó justo enfrente de ella, la morena se regañó.

– No te he visto, quizá no te reconocí.

Algo Más || Christopher Vélez [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora