Capítulo 4.

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—Tómense el palo. —Un simple gesto con la cabeza fue suficiente para que me dejen en paz.

—No hacía falta —balbucee avergonzada.

Él simplemente me miró con seriedad.

—¿Posta? —Levantó una ceja.

Fruncí el ceño y me solté de su agarre para irme.

—Posta —respondí imitandolo. Di media vuelta para irme y la culpa me invadió. Suspiré y volví a mirarlo —. Disculpa —susurré —. ¿Te puedo invitar algo? —Mordí el interior de mi mejilla nerviosa.

—Podes. —Asintió conforme —. Vamos. —Con un simple movimiento de cabeza hizo que lo siga como un perrito atrás de su dueño.

—Gracias —dije en un susurro inaudible —. Uy. —Me choqué contra su espalda cuando paró en seco.

—¿Te da vergüenza decírmelo en la cara? —consultó mirándome por encima de su hombro.

Fruncí los labios sintiéndome ofendida.

—No —mentí.

—¿Por qué me mentís? —Dio vuelta su cuerpo intimidandome.

—No te miento. —Rasqué el puente de mi nariz nerviosa.

—¿Ah, no? —Se acercó unos pasos haciendome retroceder.

—No. —Mi espalda choco contra la pared beige impidiendome retroceder más —. No te acerques tanto. —Extendí mi mano y la apoyé contra su pecho para mantener la distancia.

Ivan bajo su mirada hasta ahí.

—¿Me tenes miedo? —Apoyó una de sus manos en la pared acorralandome aún más.

Pude sentir su perfume.

—¿Miedo? —Fruncí el ceño —. No —aseguré con firmeza —. Sos un toque raro, pero de ahí a que me des miedo es muy diferente —expliqué mirando sus facciones marcadas.

La forma de sus ojos puede llegar a dar miedo al tener una forma algo rasgada. Además siempre tiene las cejas fruncidas y son bastantes pobladas.

Él tomó aire y suspiró.

—Bueno. —Alejó su cuerpo conforme —. Vamos —ordenó volviendo a retomar el camino.

—Sos muy raro —balbucee siguiéndolo.

—Quiero sanguchitos de miga —informó mientras llegábamos a la cafetería.

—¿Y para tomar? —consulté formando la fila.

—Una Speed, después entreno. —Se estiró cansado.

—¿Qué deporte haces? —pregunté para sacar tema de conversación.

—Rugby —contestó —. ¿Vos te anotaste en alguno? —cuestionó despreocupado.

—Todavía no —me anoté mentalmente que lo tengo que hacer —. Hola. —Sonreí con amabilidad a la mujer que atendía.

Le pedí una docena de sanguchitos de miga de salvado de jamón y queso. No sé cuántos se comerá Ivan, pero tiene pinta de que bastante. También pedí su Speed y un jugo para mi.

Ivan me llevó hasta un lugar alejado de la cafetería y nos sentamos detrás de un árbol.

—Gracias —dijo por lo bajo Ivan mientras mordía un sanguchito.

—Denada —respondí con la boca llena.

Ayer nos queríamos cagar a tiros, pero hoy esta extrañamente tranquilo y el ambiente no es tenso a pesar del silencio.

Un maullido me sacó de mis pensamientos.

Observé detrás de los diferentes tipos de árboles y arbustos.

—Michi, michi —llamé con voz aguda y baja mientras gateaba hacia la fuente de sonido. Un gatito blanco salió de las plantas —. Hola —saludé y acerqué mi mano despacio para que la huela.

Después de unos segundos empezó a acariciarme con su cabecita.

Partí un pedazo de sanguchito y se lo di. Abrí los ojos sorprendida cuando se lo trago casi entero. Giré mi cabeza para verlo a Ivan shockeada.

—Sentate —ordenó mientras se acercaba.

—¿Al gato o a mi? —Me señalé.

—A vos. —Agachó su cuerpo al lado mio y con su amplia mano tomó mi cintura obligándome a sentarme.

Fruncí el ceño extrañada y recordé que tengo puesta una pollera. Decí que hoy me puse un boxer femeninos y no una tanga, aunque igualmente deja bastante a la vista.

—Perdón. —Bajé mi pollera lo más que pude.

Él me miró seriamente.

—No te descuides con nadie más —exigió.

—No. —Negué con la cabeza y volví a mirar al gato con nervios.

Los dedos de Ivan entraron en mi campo de visión acariciando el pelaje del gatito. Tendrá unos tres meses.

—¿Nos lo quedamos? —sugirió el más alto.

—Si. —Sonreí con alegría. Siempre quise una mascota —. ¿Cómo lo llamamos? —Partí más sanguchito y se lo di.

—Mm... —pensó profundamente —. Pelusa —concluyó.

Una risa se escapó de mis labios. Es muy extraño ver a alguien tan serio y frío elegir ese nombre.

—Me gusta. —Asentí —. Pelusa —repetí acariciando el gatito —. ¿Y qué hacemos ahora? —consulté.

No lo podemos dejar acá solo y mucho menos llevarlo a clases, todavía nos queda la mitad de horas metidos acá adentro.

Ivan sacó su celular y miró la hora.

—Todavía quedan diez minutos. —Agarró al gatito en sus manos —. Lo voy a dejar en mi casa mientras —informó.

—Bueno. —Asentí —. Pero es de los dos eh, no me lo robes. —Lo señalé acusadora.

Él sonrió levemente.

—No te lo voy a robar —me tranquilizó —. Me voy, cuando terminen las clases llévame la mochila a la cancha.

Salió corriendo sin darme tiempo a replicar.

¿¡Qué le lleve la mochila a dónde!?

Ahora todos van a pensar cualquiera, la puta madre.

Con paja y tardando lo más que pude para hacer tiempo guardé todo. Por último agarré la mochila negra de Ivan entre mis brazos.

No creo que nadie sea tan enfermo como para saber que es la mochila de él.

Caminé intentando pasar lo más desapercibida que pude y me senté en el lugar habitual.

—Hoy Ivan entrena hasta que salgamos, así que se va a quedar con las ganas de verlo —dijo con molestia una chica.

No reconozco caras y mucho menos nombres.

—Si mal, pero bueno, no la culpo, todas les tenemos ganas a Ivan —respondió desinteresada una morocha.

—Pero a ella nunca le daría bola —recalcó el "ella".

—Obvio que no. —La morocha se rió —. Además, el señor Buhajeruk no lo aprobaría.

Abismo; Spreen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora