Capítulo 6.

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—Estoy —avisó Ivan sorprendiéndome.

—Re rápido. —Guardé mi celular.

—Si. —Me quitó mi mochila de las manos y empezó a caminar.

—No hace falta —dije yendo atrás de él.

—Cállate  —pidió sin delicadeza.

Fruncí mi ceño ofendida. Yo siempre soy la que manda a callar a las personas.

Caminé en silencio detrás de él.

Salimos del instituto y unas cuadras después nos adentramos en el centro.

—Mira. —Agarré el brazo de Ivan para frenarlo.

—¿Qué? —Arrugó las cejas.

—Eso. —Señalé un local de mascotas —. Compremos cosas para Pelusa. —Antes de que se niegue entré al local.

El lugar era gigante y tenía una banda de cosas. Siempre quise venir a estos lugares con mis papás, nunca pudimos por culpa de sus trabajos y falta de voluntad.

—Hola chicos, si se les ofrece algo me avisan —informó el chico que atendía.

—Dale, gracias. —Sonreí, pero por la culpa del dolor terminó pareciendo una mueca.

—¿Estás bien? —me preguntó el desconocido preocupado.

—Si, no te preocupes —aseguré avergonzada.

—¿Segura? Si queres te puedo ayudar...

—Compremos rápido. —Ivan me agarró del brazo y nos llevó a uno de los pasillos dejando al vendedor hablando solo.

—Pobrecito —dije apenada.

—¿Esto te gusta? —me interrumpió Ivan mostrándome una camita con peluche gris.

—Si. —Deslicé mis dedos por el suave peluche —. Teníamos que haber agarrado un canasto, pero como te apuraste no tenemos —recriminé.

Él me miró mal y desapareció. A los pocos segundos apareció con un canasto azul.

—Ahora cállate. —Posó su dedo índice sobre sus labios.

—Bueno. —Rodé los ojos.

Agarré las cosas más necesarias para Pelusa y de igual forma terminó siendo un montón.

—Te dije que era un montón —habló molesto Ivan.

—Mentira, vos querías seguir comprando —lo acusé.

—Anda a saber, capaz se muere mañana, que viva bien su vida. —Se encogió de hombros.

—No digas eso —lo reté —. A la tarde lo llevamos al veterinario —recordé.

—Si, si —contestó sin importancia.

—Tomatelo enserio. —Lo golpeé con la bolsa que tenia la camita y algún que otro juguete.

Mientras yo llevaba esas boludeces Ivan tenía el alimento, las piedras, los comederos y la caja para las piedras. Ah, además de las dos mochilas.

—Me lo estoy tomando enserio. —Frunció el ceño.

—Lo tenes que amar con tu vida a ese gato, si le pasa algo te moris vos también —advertí.

—Bueno —aceptó.

—Bueno —repetí con más intensidad —. Esta es mi casa. —Extendí mi mano para que me de la mochila.

—A la tarde te paso a buscar —informó dandomela.

Asentí. Él miró unos segundos mi rostro y giró para caminar unos metros por donde vinimos.

—Ivan. —Agarré su camisa indecisa.

—¿Qué? —preguntó cansado.

—Gracias. —Sonreí levemente sin importar que él no me este viendo.

Él soltó un sonido afirmativo y asintio con su cabeza.

Solté su camisa blanca y siguió caminando.

Suspiré y busqué la llave para abrir la puerta.

—Llegué —avisé cuando entré.

—¿Es tú amigo? —preguntó mi mamá asustandome.

—No —respondí.

—Es el hijo de la familia Buhajeruk ¿no? —Levantó una ceja.

—Supongo que si, ese es su apellido —dije sin importancia.

—Hace que salga con vos, es un buen partido. —Se fue.

Ni siquiera se dio cuenta del golpe en mi labio.

Subí a mi pieza decepcionada.

Después de bañarme y curarme la herida baje a hacerme algo de comer y volví a subir.

¿Qué se supone que tengo que hacer para que mis papás me quieran?

Acaricié el único presente que me hace sentir querida. Mi abuela me regaló una pulsera con nuestras iniciales antes de morir. Me dijo que no importa donde este, ella siempre va a estar conmigo en cualquier momento.

La extraño más de lo que debería.

Abracé mis piernas y escondí mi cara en mis rodillas.

—¿Qué hice mal? —susurré.

¿Por qué esa pregunta nunca tiene una respuesta?

Antes de que me de cuenta llegó la tarde. Había visto por la ventana de mi pieza a Ivan viniendo a mi casa. Esa fue mi señal para correr y prepararme lo más rápido que pude.

Bajé las escaleras corriendo y abrí la puerta agitada.

—Tardaste mucho —recriminó.

—Si, perdón. —Tomé aire y salí.

Ignoré el buen gusto de ropa que tenia Ivan y agarré a Pelusa entre mis manos.

Me da un poco de vergüenza mi ropa tan milipili, no es algo que yo elegiría, mis papás se encargan de comprarme selectivamente hasta las medias.

—¿Hoy te lo quedas vos? —consulté.

—Si. —Asintió.

—Bueno. —Formé un leve puchero —. ¿Te vas a portar bien? —le pregunté a Pelusa mientras miraba sus ojos celestes —. Ay, te va a llenar de pulgas —dije cuando vi pequeñas pulguitas caminar por su pelo blanco.

—Que asco. —Arrugó su cara con disgusto.

—Capaz se las pueden quitar. —Acaricié la cabecita de Pelusa —. Vos no tenes la culpa, sos hermoso... o hermosa. —Lo levanté para mirarle sus partes íntimas —. Hermoso —confirmé feliz.

Un ratito después llegamos al veterinario. Atendieron a Pelusa y le hicieron un chequeo general. Le recetaron un desparacitante y le quitaron las pulgas, también le pusieron una pipeta para repelerlas.

—Dame que lo guardo yo. —Me quitó la libreta de las manos.

—¿Por qué? —me quejé.

—Confío más en mí que en vos —informó.

—Yo soy responsable. —Volví a quitarle la libreta del gato.

—Entonces dame a Pelusa. —Me quitó a mi hijo de las manos.

—Uy —renegue —. Que bronca me das —admití.

—No me importa. —Se encogió de hombros —. Además me quiere más a mi. —Acarició la cara del gato con su mejilla.

Desvié la mirada por el exceso de ternura que me generaba la imagen. Creo que incluso se me puso la cara roja.

Abismo; Spreen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora