Capítulo 16.

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—Te ilusionas al pedo, Mirabel. —Golpeó levemente mi frente.

—No me importa, eso es lo único que me motiva a no morirme —balbucee.

Su mirada se endureció.

—Deja de decir boludeces —incluso su voz se endureció dándome escalofríos.

—Era joda —mentí.

—No jodas con eso entonces. —Se sentó ignorandome.

Todos los adolescentes hacen jodas con querer morirse ¿no?

Miré su amplia espalda en comparación con la mía e imité su acción.

Sentada miré las puntas de mis pies nerviosa.

—Quiero comer capelletinis, Ivan —pedí.

Sus hombros subieron y bajaron cuando tomó aire y lo expulsó.

—Bueno —aceptó por lo bajo.

Las ganas intensas que tengo de abrazarlo pica en mi pecho y en todo mi cuerpo.

Sin animarme lo único que hice fue apoyar mi mano en su hombro. De igual forma sentí sus músculos tensarse.

—Perdón —me disculpe —. No voy a joder más con esas cosas —prometí.

—Lo que no quiero es que pienses eso, Mirabel. —Suspiró. Agarró mi mano obligándome a acercarme más a él —. Si eso te vuelve a pasar por la cabeza prefiero que me lo digas ¿si? —casi suplicó.

—Si. —Asentí acariciando su mano con mi pulgar para tranquilizarlo.

—Confío en vos, no me traiciones —demandó.

—Nunca te voy a traicionar, Ivan —aseguré.

Él giró levemente su cabeza para verme por encima de su hombro.

La cercanía y sus intensas orbes fueron suficientes para que me aleje.

—Siempre haces lo mismo —dijo burlón.

—¿Él qué? —pregunté avergonzada sin mirarlo.

—Te cagas —concluyó.

¿Me cago?

Bufé y me senté al lado de él.

—No digas estupideces —esta vez yo lo reté.

No lo entiendo mucho.

Si somos amigos ¿por qué parece que busca algo más?

—No me hables así, pendejita —reprochó —. Vamos a comer. —Irguió su cuerpo y estiró sus músculos haciendo que su remera negra se levante y muestre el elástico blanco de sus boxers.

Ahí caí en que no tengo ropa interior para cambiarme.

—La puta madre —me quejé y levanté el elástico de la bermuda para mirar el color de mi tanga.

Roja... ¡también me tiene que venir!

Bufé y volví a dejar la cintura de la bermuda en su lugar.

—¿Qué haces? —preguntó Ivan llamando mi atención.

—Tengo que ir a comprar —concluí sabiendo que mis viejos no me iban a dejar poner un pie en la casa.

—¿Querés ir mañana o es urgente? —consultó.

—Me tengo que bañar y no tengo ni una tanga —me sincerise.

Además tengo que gastar toda la plata de la tarjeta antes de que mi viejo me la cancele.

—Ah... —Frunció el ceño y miró un cajón pensando en algo —. Te presto un bóxer si queres. —Se encogió de hombros.

—Uh, dale —acepté.

Yo tampoco tenia ganas de ir a comprar hoy.

Finalmente me levanté y lo seguí a Ivan hasta abajo.

—Linda siestita se durmieron —halagó su mamá mientras tejia sentada en un sillón individual gris.

Hace mucho no veía a alguien tejer.

—¿Qué haces? —pregunté sin poder evitarlo.

—Le hago un gorrito a Ivan. —Me lo mostró sonriente.

—Esta re lindo. —También sonreí al verlo —. ¿Hace cuánto tejes?

—Uff, hace años —informó —. ¿A vos te gusta?

—Si, mi abuela tejia, pero nunca me llego a enseñar. —Toqué mi pulsera por instinto.

—Yo te puedo enseñar —propuso animada —. Si me permitis, claro —dijo más tranquila.

—Si, me re gustaría —acepté contenta.

—¡Ay que bueno! —festejó —. Siempre quise tener una nena, pero mi marido después de Ivan ya no quiso más hijos —contó.

—Que lastima, se nota que sos todo lo que una hija necesita —reconocí.

—Que linda que sos. —Me miró con un brillo en sus ojos desconocido para mi —. Anda o Ivan después me va a reclamar por haber sacado tu atención de él —dijo por lo bajo.

—Ah, cierto. —Busqué a Ivan al lado mio y no lo encontré.

—En la cocina, mi vida —indicó Cristina soltando una risita.

—Ah, si. —Sentí mis mejillas arder —. Gracias. —Por alguna razón me despedí con la mano y fui hasta la cocina.

Entré insegura y en silencio por si me confundía.

—Deja que lo haga yo Ivan, en serio. —Divisé a... no sé como se llama.

—No hace falta —contestó él con su típico tono seco y distante.

¿Habrá sacado esa personalidad de su papá?

—Dale, Ivan, no me molesta. —La pelicorto rió coqueta haciendome fruncir el ceño.

¿Se quiere levantar a Ivan o es mi imaginación?

—No es por eso —aseguró el más alto procediendo a agarrar un paquete verde manzana.

—¿Y entonces por qué es? —Batió sus pestañas acercándose más a él.

Sin soportarlo arrugué la nariz con asco.

Aclaré mi garganta disimuladamente llamando la atención de los dos.

—Hola —saludé sin poder quitar la molestia de mi rostro.

Ivan se alejó de la chica, que prácticamente se le tiraba encima y me observó con una leve sonrisa.

—¿Pasó algo? —me preguntó inocente.

—No, nada. —Caminé hasta donde estaba él y le quité el paquete de las manos como excusa para interponerme entre ellos dos.

Sin querer mirarlo observé el paquete que decía "giacomo" "capelletini" "tridicci". No entendí un choto.

Abismo; Spreen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora