Capítulo 10.

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Salir no fue difícil.

—Vamos a uno particular, en la guardia vamos a estar un huevo —dije mientras buscaba en Google maps una clínica cerca.

No fue muy complicado encontrar una. Estaba a veinte minutos así que pedí un uber.

Cuando llegamos Ivan fue a sacar un turno y teníamos dos personas adelante.

—¿Se porta bien Pelusa solo? —pregunté para distraerlo.

—Si, igual la que limpia lo cuida —respondió.

—La que limpia debe tener nombre. —Rasqué el puente de mi nariz.

—No me acuerdo —se sincerizo.

—Ah, bien —dije sarcástica —. ¿Y yo como me llamo? —pregunté interesada.

—Maribel —contestó seguro.

—Me llamó Mirabel, estúpido —me quejé indignada.

—Soy disléxico —se excusó.

—Sos un forro —corregí.

—Estoy lastimado, me puedo confundir —se victimizo.

—Quien te manda. —Bufé rendida.

Un rato después lo atendieron.

Yo me quedé esperando al costado de la puerta toda ansiosa.

A los minutos salieron.

—¿Vos estas con él? —me preguntó el doctor.

—Si. —Asentí.

—Bueno, te comento, le di analgésicos vía intravenosa, como no comió nada desde ayer puede ser que tenga mareos y nauseas, así que le recomiendo que coma algo liviano y este en reposo por hoy —explicó. Yo asentía después de cada palabra que decía —. Después le recete una pastilla que tiene que tomar cada doce horas, va a ayudar con la inflamación y el dolor, seria eso nada más —finalizó.

—Muchas gracias. —Le di la mano agradecida.

—No se preocupe, es mi trabajo. —Sonrió amable —. Cuídense, chicos.

—Usted también, que tenga un buen día —me despedí.

Volví a pedir un uber. Cuando estaba cerca salimos y subimos.

—¿Vamos a tu casa? —le pregunté a Ivan.

—No —negó —. Hoy está mi mamá.

—Vamos a la mía entonces, no hay nadie —propuse.

Mis papás ya volvieron a tomar el ritmo habitual. Están ocupados en el trabajo el noventa porciento de su tiempo.

Le pagué y bajamos.

Abrí la puerta y entré atrás de Ivan.

Lo guié hasta mi pieza, que por suerte siempre está ordenada.

—Acostate mientras yo cocinó —pedí.

—¿Sabes cocinar? —Me miró mientras se sentaba en el borde de mi cama con acolchado rosa.

—Si. —Asentí —. Vos confía. —Dejé nuestras mochilas tiradas arriba del escritorio blanco y bajé.

Desabroche los botones de las muñecas de mi camisa y me la arremangue.

¿Una sopita esta bien? Supongo que si.

Por suerte me doy bastante con la cocina. Como siempre estuve sola me acostumbré.

Puse agua a hervir, lavé y pique las verduras e hice todo lo necesario.

Después de un rato tenía la sopa lista.

Subí la escalera con cuidado para no tirarla.

Por suerte la puerta de mi pieza estaba abierta así que no tuve que pegarle una patada.

—Toma. —Apoyé la bandeja tipo mesita en la cama —. No me ensucies nada, lo único que te pido —pedí.

Fui al otro lado de la pieza y abrí la puerta del cuarto que tengo como ropero, lo mandaron a hacer por la insistencia de mi mamá. Busqué lo más safable que tengo. Terminé agarrando un pantalón cuadrille negro y una musculosa de algodón blanca. El resto de mis pijamas son de seda y por culpa de mi cuerpo todo me queda vulgar. Me calce unas crocs y me miré en el espejo insegura. La remera es corta y el pantalón me queda grande cayendo sobre mis caderas. Mi cintura me gusta, es lo único que mi mamá a veces me halaga, capaz es por eso.

Suspiré sin querer pensar más en mi cuerpo.

Salí y me senté en la silla del escritorio que gira y tiene rueditas.

—¿Te sentis mejor? —le pregunté a Ivan mientras buscaba mi celular.

—Si, gracias —contestó dejándome sorprendida.

—Denada —dije intentando ocultar mi
asombro.

Encontré mi celu y ya me olvidé para que lo estaba buscando.

—¿Querés ver una peli? —Me senté en el borde de la cama. Es de dos plazas, así que hay espacio.

—Si vos queres —dijo indiferente y escuché como apoyó la bandeja en el piso.

—Tenes que dormir igual. —Prendí la tele.

—¿Por qué no me miras? —preguntó sin escrúpulos.

—¿Eh? —balbucee.

Ni yo se porque no lo puedo mirar.

—No me miras —repitió.

—¿Para qué querés que te mire? —Fruncí el ceño.

—Siempre me miras —aseguró —. ¿Es porque ahora tengo la cara lastimada y ya no soy lindo? —consultó.

—¿Qué decis, Ivan? —Di vuelta mi cabeza para mirarlo de una buena vez.

Definitivamente no es porque ya no sea lindo. Verlo de brazos cruzados como si estuviera a punto de hacer un berrinche y con su cuerpo relajado apoyado en el respaldo de la cama hizo que una corriente eléctrica pase por todo mi cuerpo.

Me ignoró y abrió la botella de agua que le di para tomar. Llevó el picó de la botella a sus labios y tomó haciendo que su nuez suba y baje.

Bufé y fui a sentarme al lado de él.

—¿Qué querés mirar? —pregunté intentando ignorar lo anterior. No hubo respuesta de su parte —. Ah, pero sos bien caprichoso. —Me mordí el labio para no decirle que es un pendejo hijo de puta.

Lo observé mientras cerraba la botella de agua y la dejaba en la mesita de luz. Pensé que después de eso se iba a dignar a mirarme, pero me confundí.

Tomé aire intentando relajarme.

—Nunca más te voy a dejar de mirar, Ivan —aseguré abrazando su brazo —. Perdón si ofendí tu ego —me burlé apoyando mi pera en su hombro.

—¿Entonces sigo siendo lindo? —preguntó moviendo su cabeza para mirarme haciendo que salté para atrás por la cercanía.

Me terminé cayendo de espalda.

Abismo; Spreen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora