Capítulo 20.

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Solté a Pelusa cuando Cristina y Carlos se sentaron en la mesa.

—¿No viene todavía Ivan? —me preguntó su mamá curiosa.

—Enseguida baja —comenté.

—¿Y la chica que trabaja acá hace algo? —preguntó Carlos.

—Hace tres años trabaja para nosotros amor, es de confianza —aseguró Cristina.

—Si no es de la familia, no es de confianza —replicó él.

—Que anticuado —susurró la castaña.

—¡Los odio! —el grito de la chica llamó nuestra atención —. ¡De no ser por la plata ya me hubiera ido hace mucho! —informó antes de abrir la puerta, sacar su valija y cerrarla de un portazo.

—Te dije —indicó Carlos con aires despreocupados mientras la cara de Cristina demostraba todo lo contrario.

Segundos después Ivan se sentó al lado mio con paja.

—Estaba loca —aseguró él como si fuera suficiente para que sus padres lo entiendan.

—Confío en tus decisiones —aseguró su padre —. ¿Cómo te fue en el colegio? —le preguntó iniciando una conversación como si nada hubiese pasado.

Terminamos de desayunar y levantamos la mesa entre todos.

Subí a la pieza para cepillarme los dientes y cambiarme.

Por respeto no voy a estar en pijama todo el día.

Me distraje atendiendo a Pelusa. Le limpie las piedritas y le di de comer.

Por otro lado, algo dentro de mi me hizo distanciarme un poco de Ivan. Estoy segura que cuando mi mente se aclare todo va a volver a ser como antes. Mientras tanto evito estar encerrada con él en su pieza y aproveché para aprender a tejer con Cristina después del almuerzo.

—¿Segura que así esta bien? —le pregunté mientras levantaba el supuesto chaleco que le estoy haciendo a Pelusa sin forma.

—Si, es que elegiste algo difícil para empezar. —Se rió —. Podría ser peor igual.

—No creo —admití viendo el mamarracho que estoy haciendo —. Uy. —Miré como una de las agujas salió volando —. ¿Qué pasó?

Cristina soltó una carcajada contagiandomela.

De reojo pude ver al papá de Ivan negando con la cabeza divertido.

Me incliné para buscar la aguja. La inconfundible mano de Ivan con las uñas cortitas me la extendió.

—Gracias. —La agarré sin mirarlo, pero él no la soltó.

Fruncí el ceño y la estiré con más insistencia. Rendida subí mis ojos hasta su cara.

—Hola —me saludó sarcástico —. ¿Te acordas quién soy? —Levantó sus cejas pobladas.

—Si —afirmé —. ¿Me la das? —Estiré la aguja por enésima vez.

—No me estas entendiendo. —Suspiró y se acomodó al lado mio —. ¿Qué te pasa? —exigió.

—¿Querés que este todo el tiempo pegada a vos? —contesté a la defensiva.

Él frunció el ceño.

—No —negó.

—¿Y entonces? —esta vez lo cuestioné yo.

Ah, también me vino. Eso significa que tengo menos tolerancia con las personas.

—No es eso a lo que voy. —Finalmente me dio la aguja —. Pero tampoco para que me ignores todo el día —reclamó.

Abismo; Spreen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora