Capítulo 24.

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(...)

La pantalla de mi celular se iluminó mostrando el contacto de mi mamá.

¿Cuánto tiempo ya pasó desde que me fui?

—¿No vas a atender? —consultó Ivan observándome desde la cama.

—Es mi mamá —dije como pude.

Él frunció el ceño y agarró el celular para cortar.

—No le des bola —recomendó.

—Capaz le pasa algo. —Me senté al lado de él.

—Esta re loca esa. —Rodeo mis caderas para darme palmaditas al costado de mi muslo.

—Si, pero igual. —Agarré mi celular para ver si me había mandado un mensaje.

—Sigamos mirando la serie —pidió —. Si vuelve a llamar la atendes de última —propuso.

—Bueno. —Apoyé mi cabeza en su hombro —. Después voy a estudiar —advertí.

Siempre al final de cada cuatrimestre te rompen el orto como los mejores.

—Bue. —Bufó.

—Que vos seas un superdotado no es mi culpa —me quejé.

Confirmé que Ivan no necesita estudiar para sacarse las mejores notas.

—Superdotado y todo no me queres —recriminó.

—Basta, chabon. —Rodé los ojos.

Desde que me dijo que le gusto y no le contesté herí profundamente su ego.

—Ya fue igual, lo dije por presión —admitió.

—Lo que vos digas —le resté importancia.

Realmente intenté llevar esa confesión para que sea lo menos incomoda posible.

¿Qué iba a pasar si yo también le decía que me gusta?

Prefiero seguir como estamos.

—Gatito —escuchar salir eso de los labios de Ivan con su voz grave me hizo dar escalofríos.

—Mío. —Levanté a Pelusa y lo abracé para disimular.

—Nuestro —corrigió —. Ya lo podríamos mandar a castrar —opinó.

—Todavía no, pobre. —Lo alejé de él.

—Dámelo —exigió.

—No, espera tu turno —discutí.

—Nunca es mi turno. —Arrugó las cejas.

—Ya va a llegar. —Me reí.

Mi celular volvió a sonar quitándome la sonrisa de la cara.

Suspiré y le di el gato a Ivan.

—¿Contesto y fue? —le consulté.

—Como vos quieras —habló tranquilo.

Apreté mis labios repasando el nombre en la pantalla.

Finalmente me decidí y atendí pegándome el celular al oído.

—¿Hola? —pregunté con un nudo en la garganta.

—¿Mirabel? ¿Estás bien? —interrogó mi mamá con una preocupación fingida.

—¿Ahora te importa como estoy? —dije sarcástica —. ¿Y cuando me hechaste a la calle? —inquirí.

—Soy tu mamá, obvio que me preocupo —debatió.

Abismo; Spreen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora