Capítulo 13.

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—¿Qué pasó? —me preguntó suavemente.

—M-Mis papás... —susurré comenzando a soltar todo lo que tenía guardado.

Le conté lo que nunca le dije a nadie y él escuchó cada palabra con atención. En ese momento me sentí comprendida por primera vez en mi vida haciendo que Ivan se convierta en la persona más especial que me crucé en mi vida.

—Son unos hijos de puta. —Apretó las manos en puños —. No vas a volver —aseguró casi ordenandomelo.

—¿Y qué voy a hacer? —susurré.

—Quédate acá —pidió.

Observé sus ojos confundida.

—No puedo, ¿qué van a decir tus papás? —Negué.

—No pasa nada, conmigo vas a estar bien —me tranquilizó Ivan.

Fruncí levemente las cejas.

—¿Y esa tonada? —consulté.

—Soy santafesino —aclaró mi duda.

Definitivamente no sé nada de él.

—No sabia —susurré.

—Vine a Buenos Aires cuando tenía quince años —informó.

—¿Por el trabajo de tus papás? —pregunté.

—Si. —Asintió —. ¿Vos también no? —consultó.

Asentí.

—Vivía en Bariloche. —Sonreí recordando el hermoso lugar del que me tuve que separar —. Ni mosquitos hay allá, acá la re sufro. —Suspiré.

—Y... ¿no tenias familia para quedarte? —preguntó.

—No, no tengo otra familia además de mis papás. —Sonreí sin gracia.

—¿Amigos? —preguntó dudoso.

—Tampoco —negué.

—Entonces yo soy lo único que te queda, Mirabel, tratame bien —jodio aligerando el ambiente.

Me reí levemente.

—Obvio. —Observé sus ojos con un brillo especial.

Él suspiró.

—Vení para acá. —Rodeo mi cuerpo entre sus brazos.

Sentí la calidez recorrer cada rincón de mi ser.

Hace años nadie me abraza con tanto amor.

—I-Ivan —balbucee correspondiendo su abrazo con cuidado —. Gracias.

Sentí una bola de pelos maullar y meterse en medio de nosotros dos buscando atención.

Apoyé mi frente en el hombro de Ivan y me separé para mirar a Pelusa.

—Hola —saludé en voz baja —. ¿Te acordas de mi? soy tu mami. —Lo acaricié.

—Ivo, querido, contale a mamá que paso —pidió su mamá entrando al cuarto.

Yo me quedé dura con el gato entre las manos.

—Ma, te dije que después te contaba —Ivan se quejó separándose disimuladamente.

—Hola —saludé en voz baja sin animarme a mirarla.

—Ay, disculpen —fue lo último que dijo antes de irse.

Levanté la mirada hacia Ivan asustada.

Él se rió levemente.

—No pasa nada —insistió —. Ahora vuelvo. —Levantó su cuerpo de la cama.

—Bueno. —Agarré a Pelusa entre mis brazos intentando disimular mis nervios.

Lo acaricié y termine tirada en la cama con el gato acurrucado en mi cara.

Cerré los ojos para centrarme en su ronroneo y dejar de pensar en la vida de mierda que me tocó.

Yo no tengo la culpa de nada.

No tengo porque sentirme mal.

No tengo porque tener ganas de morirme.

Yo no tengo la culpa.

Unos dedos rozando mi pollera me hicieron volver a la realidad.

—Se te ve toda la tanga, Mirabel —Ivan me retó como si fuera un papá mientras intentaba bajar mi pollera lo máximo posible.

—Perdón —me disculpe sin quitarme a Pelusa de encima —. Es la que me compraron —informé.

Básicamente mi mamá me obligó a bajar de peso para que use esta pollera que claramente no es de mi talle o por lo menos no de largo. Aunque dudo que tomen en cuenta este tipo de cuerpo en ese colegio podrido.

Él suspiró y después de escuchar ruidos de cajones me tiró algo.

—Ponete eso —ordenó sin cuidado.

—Voy —acepté a regañadientes.

Con cuidado me quité a Pelusa de la cara y lo dejé en la cama.

—El baño es aquella puerta. —Señaló una puerta negra.

Que locura que de repente todas las casas tengan baños individuales en las piezas.

Agarré lo que me tiró y me fui al baño.

Cuando tuve tiempo de ponermelo y analizarlo me di cuenta que era una bermuda claramente más grande que yo. Por suerte tiene para ajustar la cintura y la pude adaptar a mi cuerpo.

Aproveche para desabotonar las mangas de la camisa y sacarme la corbata.

—¿Esto dónde lo dejo? —pregunté a la vez que salía del baño.

Lo agarré a Ivan de espaldas terminandose de cambiar. Pude ver como sus músculos se tensaban mientras se ponía la remera. Los recuerdos de sus moretones invadió mi mente haciendo que me sienta un toque mal por causarle tantos problemas.

—Dejalo ahí. —Señaló una silla donde él había dejado su ropa desparramada.

—Bueno. —Dejé mi pequeño pedazo de tela bien dobladito en medio de su desastre.

Me acosté con cuidado cerca de Pelusa otra vez.

—Ah, ponete una remera también. —Volvió a tirarme algo.

—La puta madre —me quejé.

Abismo; Spreen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora