Isabelle...

182 18 0
                                    


Alexander quedó impresionado por el gran edificio de MGSA Constructions. Su diseño hexagonal en espiral le daba un aspecto futurista, al mejor estilo posmodernista. La torre tenía al menos unos veinte pisos y se imponía entre las calles, con las grandes siglas de la empresa en lo más alto, y unas más pequeñas en la entrada.

— Señor, ¿Entramos? — preguntó su asistente, también embelesada por la magnífica fachada del edificio, toda hecha en amplios ventanales. Alex asintió, volviendo en sí.





Cuando finalmente entraron al lobby del edificio, la mujer se encargó de indicar su llegada a las recepcionistas, y en ese mismo momento, el ascensor privado se abrió y de este, salió Julia.

— Señor Dubois, señorita Smith — llamó, saliendo del cubículo, dándoles espacio para entrar — acompáñenme, por favor — Ambos asintieron e ingresaron silenciosamente.

— Este edificio, ¿Pertenece a la constructora? — preguntó Alex mientras subían los interminables pisos.

— Sí, señor. Aunque, en realidad el edificio está a nombre de los tres dueños.

— ¿Tres?

— Sí, tres. La señorita Evans, la señorita Williams y el señor Miller son los únicos socios y dueños de la compañía, aunque la accionista mayor es la señorita Evans — respondió profesionalmente — por aquí — añadió, una vez llegaron al penúltimo piso.

De alguna forma, Alexander suponía quién era la dichosa presidenta, pero al verla cara a cara, nuevamente, con su verdadera identidad, no pudo evitar sorprenderse.


Luego de que entraran a la sala de reuniones, Julia cerró la puerta y tomó asiento al costado de Gia, mientras que Alexander y Caroline, su asistente, se sentaron frente a ella, todos en total silencio, en un ambiente tenso.

— Bienvenidos a MGSA Constructions — saludó la mujer, como si se tratara de un desconocido más.

— Con que ejecutiva, ¿No? — fue lo único que respondió él,  golpeándose mentalmente por creerle con tanta facilidad. Gia sonrió de forma socarrona.

— Lo soy.

— No me especificó qué clase de ejecutiva era, señorita Evans — reprochó, con una ceja elevada.

— No me pidió que lo hiciera.

— Ahora esos quince millones no me parecen tan exagerados — murmuró para sí mismo. Gia rio mientras abría su computador.

— ¿Empezamos?




Mientras en Seattle se llevaba a cabo la primera reunión entre DBA Technology y MGSA Constructions, en Florencia, estaba aterrizando el avión en el que Aaron iba.

Había tardado diecisiete horas de vuelo desde Estados Unidos hasta Roma y otra media hora más desde Roma hasta Florencia, en un vuelo regional.

— ¡Mi niño! ¿Por qué viniste? Sabes que yo me puedo cuidar perfectamente sola — saludó Greta a su casi hijo.

Eran las diez de la noche en dicha ciudad, pero aún así, la mujer de casi cincuenta años había ido a recibirlo hasta el aeropuerto.

Mamma Greta — saludó él, dándole un beso en cada mejilla a la mujer — Estás más hermosa que la última vez que te vi — halagó, ofreciéndole su brazo mientras emprendían camino a casa.

— Tonterías, ¿Isabelle te envió? — preguntó entrando en el taxi que había contratado previamente. Aaron asintió con una sonrisa llena de amor. Amaba a Greta tanto como su propia hija lo hacía — Esta niña… Yo pude haber ido sola.

— Ni Gia ni yo lo permitiríamos, mamma — respondió con dulzura, luego tomó su mano y beso sus nudillos, levemente arrugados por la edad — Gia está ansiosa por tu llegada, pero deberías considerar…

— ¿Qué? ¿Irme a esa escandalosa ciudad llena de edificios? Ni lo pienses. Mi hogar está aquí, y aquí moriré — Aaron rio. Tanto madre como hija eran igual de testarudas.





Luego de llegar a la pequeña pero acogedora casa de Greta, Aaron decidió cenar un plato de spaghetti hecho por la mujer, mientras le relataba las últimas noticias de la ciudad en la que vivían Gia y él.

— Mi Isabelle, finalmente decidió florecer — suspiró, luego de que Aaron le dijera sobre el aniversario de DBA y la subasta.

— Y está floreciendo como la más bella de las flores. Cada día más parecida a ti, mamma.

— Deja de decir tonterías y mejor dime, ¿Sarah y tú…? — dejó la pregunta en el aire — La última vez que fui se veían muy cercanos — Aaron negó con una sonrisa casi forzada.

— Aún no pasa nada, solo somos amigos — la mujer bufó.

Mio caro bambino, la amistad entre hombre y mujer no existe. No así de íntima.

— ¿Entonces Gia y yo…

— ¡Aaron! Ustedes dos son más hermanos que otra cosa, deja de desviar el tema — él rio sonoramente — Aaron, no puedes esperar a que esa bella donna haga todo. Promete que antes de que yo deje este mundo te decidirás — dijo, tomando su mano con ternura. Greta creía que la indecisión pertenecía al hombre.

— Pero mamma, aún te falta mucho tiempo — ella negó con seriedad.

— Hablo en serio. Además, últimamente he sentido que Joseph me llama cada noche. Tal vez me queda menos tiempo del que creen, así que debes apresurarte. Isabelle también debería buscar a alguien.

— ¿Cómo dices eso? Mamma

— Aún recuerdo el día que Marco murió — cambió de tema — jamás en mi vida había visto a Isabelle de esa forma, temí por mi hija. Realmente, aún lo hago. El hecho de que se haya cerrado al amor me preocupa — ambos recordaron la tormentosa noche que vivieron hace poco más de cinco años.


— ¿Gia? — preguntó Aaron desde el teléfono de la casa. Era alrededor de la una de la mañana y ni él ni Greta tenían idea de dónde estaba la chica. Luego de haber informado que se encontraría con Marco, alrededor de las cinco de la tarde, no sabían de ella.

— A-Aaron… Marco… Yo…

Por más que se esforzara, no podía articular bien las palabras, lo único que salían de sus labios eran balbuceos, casi inentendibles.

— ¿Es Isabelle? ¿Está bien? — preguntó preocupada su madre. Su celular estaba apagado y Marco no respondía las llamadas. Aaron levantó su mano en señal de silencio, necesitaba concentrarse para intentar entender a la chica.

— Gia, cálmate. ¿Dónde estás?

— Aaron… El hospital… Marco está...

— ¿Tú estás bien?

— Yo… Sí, Aaron… Marco está… Está muerto — sollozó, y Aaron quedó en blanco. No sabía si su preocupación lo había hecho oír mal o en verdad había oído eso.

— ¿Gia? … ¿¡Gia!? — el timbre empezó a sonar, indicando que había colgado — Mamma, Gia está en el hospital — dijo, intentando no alterarse para no alarmar a Greta. Luego, tomó su abrigo y salió corriendo de la casa — ¡Ya regreso! En cuanto encuentre a Gia te llamo.





Luego de llegar al hospital central, buscó en cada pasillo desesperadamente, quedándose estático al verla.
Sus piernas y brazos estaban bañados en sangre seca; el borde de su vestido había sido rasgado; su mejilla tenía huellas desordenadas de una mano, pintada con la misma sangre; y sus ojos estaban rojos e hinchados, pero ya no estaba llorando. Parecía estar en alguna especie de trance.

— ¡Gia! — gritó, corriendo hacia ella, arrodillándose para verla. La tomó de las mejillas y vio sus ojos perdidos, su gris profundo había sido consumido por el negro de sus pupilas, casi completamente —¿Gia?

— ¿Aaron? … ¡Aaron! — se lanzó a abrazarlo con fuerza, luego de reaccionar, escondiendo su rostro en el hueco de su cuello.

— Todo está bien, Gigi. Todo…

— ¡No! Marco no está bien… Marco murió… Mi Marco…





Luego de que se calmara un poco, Gia le relató todo lo recordaba. Un día después, el entierro del chico se llevó a cabo en el cementerio central de la ciudad, y nadie más volvió a mencionar el nombre de Marco en presencia de ella.

— Isabelle, amore mio, ¿No comerás hoy tampoco? — golpeó Greta la puerta de la habitación de Gia.

Después de haber enterrado al chico, llegó y se encerró en su habitación, lo preocupante era que llevaba casi una semana sin salir o comer.

— ¡Ya voy! — gritó, sorprendiendo a su madre.




Luego de ese día la vida de Gia volvió a la normalidad, exceptuando el hecho de que cada noche durante los próximos cinco años tendría la misma pesadilla sobre aquel incidente, pero eso solo lo sabía Aaron, y luego Sarah, al compartir dormitorio con ella durante la universidad.



Dos cuerpos, un deseo || COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora