Bomba de tiempo.

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Con el sol en su punto más alto, se dio inicio al elegante almuerzo en el jardín principal de la mansión.

Dicho espacio ocupaba ciento veinte metros cuadrados, llenos de pequeños árboles y arbustos, con una hermosa fuente en el medio. Estaba decorado con rosas rojas y tulipanes blancos, dándole un ambiente romántico y cálido al lugar.

Gia vestía una blusa de seda color perla, de cuello alto y sin mangas, con escote en la espalda; un pantalón de vestir negro y unos stilettos del mismo color. Por su parte, Alex vestía completamente de negro, reemplazando la tela de la camisa por una de algodón.

— Alex, si quisiera guardaespaldas, contrataría uno — mencionó.

Alexander no se había despegado de ella en ningún momento, como si se tratara de un perro guardián.

— Ya lo sé, pero…

— ¡Hermano! — llamó Gabriel, acercándose rápidamente a ellos — Felix y yo necesitamos hablarte de algo. Perdón, señorita Gia — pidió, llevándose al mayor casi a rastras.

Y casi como si de un águila acechando a su presa tratase, Roxanne abordó a la mujer antes de que se marchara de aquel lugar.

— Gia Evans — llamó. Había cero cordialidad en su tono de voz, y su mirada delataba molestia.

— ¿Qué necesita, señora?

— Veo que Alexander la dejó plantada — se burló, viéndola de pies a cabeza, sin disimulo alguno — y… también veo que le gusta… el libertinaje.

— No necesito a un hombre a mi lado todo el tiempo para disfrutar de una fiesta, pero siendo así… — buscó rápidamente con la mirada a Bastian. Estaba hablando con Alphonse y otros abogados — a usted también la dejaron plantada — Roxanne frunció el ceño, al borde de perder los estribos — además, ser una mujer independiente y exitosa no es sinónimo de libertinaje.

— Ni siquiera es la pareja oficial de Alexander, ¿Cierto? Solo es una burda amante — se burló.

— Si tenemos un título oficial como pareja o no, no debería importarle, señora. A diferencia de usted, yo sí puedo disfrutar de la libertad, y puedo acostarme con los hombres que me dé la gana, y no con el que pague más por tenerme, como una… adquisición.

— ¡Pero qué…

— ¡Señorita Gia! — llamó Louise, tomándola del brazo con una radiante sonrisa — Le presentaré a mis amigos, vamos.

— Por supuesto — volteó una última vez a ver a la furibunda mujer — un gusto ponerla en su lugar, Roxanne.





— ¿No está en Italia? ¿¡Entonces dónde carajos está!?

Los tres hermanos estaban en el despacho de la mansión, discutiendo el paradero de Soleil.

El tiempo se agotaba, como una bomba a punto de explotar. La verdad estaba por salir a la luz, llevándose consigo muchas cosas; la más importante de todas, la relación de Gia y Alex.

— ¡No sabemos! Perdimos cualquier rastro de su paradero después de la exposición.

— Mierda… ¡Mierda! — gritó, sintiendo el peligro en su columna vertebral. Asomó su cabeza por la ventana y al no encontrar a Gia por ningún lado, empezó a sudar frío.

— ¿Qué? ¿¡Qué pasa, Alex!? — gritó Felix, saliendo a correr detrás de su hermano.

— ¡No está! ¡Gia no está en el jardín!





Mientras un muy alterado Alex buscaba a Gia en cada rincón de la mansión, la mujer disfrutaba de la calma del jardín trasero, acompañada por uno de los Dubois.

— Hace meses que no sabía de ti, Nathan.

— Perdón, necesitaba… tiempo — ella asintió, sintiéndose un poco mal — no es tu culpa, lo sabes.

— No, yo pude haber…

— No pudiste hacer nada porque no había nada que hacer. Me lo advertiste desde el principio, fui yo el que quiso seguir aún sabiendo lo que estaba sintiendo…

— No te enamores, Nathan.

— No puedo darte lo que buscas, ya te lo dije.

— Lo siento, pero no puedo corresponderte.

Advertencias desde el comienzo, una y otra vez, por si lo llegaba a olvidar; pero eso fue lo peor. Jamás lo olvidó, y cada vez que la veía a los ojos lo recordaba. No debía caer, porque ella no lo salvaría, por más que quisiera. Y cayó profundamente, sin salvación. Se enamoró.

Antes de que la catástrofe sucediera, todo fue perfecto. Encuentros casuales, siempre afuera del trabajo, en algún hotel; nunca en sus apartamentos. Un secreto placentero para ambos, que mantuvieron por casi un año. Pero pasó lo que no debía, y aquellos encuentros dejaron de ser suficientes para él. Quería más, no solo placer, no solo a ratos, no solo sexo. Quería amor.

Pobre hombre, que luchó durante meses contra sus sentimientos antes de aceptarlo, y en una noche llena de llanto y dolor, se golpeó con la dura realidad.

— Nath, realmente lo lamento — susurró, viéndolo arrodillado ante ella, llorando, pidiéndole perdón por enamorarse. ¿Cómo podía pedir perdón por algo que se salía de su propio control?

—No… perdóname a mí. Sé que no puedes corresponder a estos estúpidos sentimientos… sé que la cagué, jodí todo…

Ella se arrodilló a su altura, tomando su rostro entre sus manos, limpiando con sus pulgares las rebeldes lágrimas que salían de aquellos ojos azules.

—No, no es tu culpa. No lo puedes controlar, así como yo no puedo controlarlo… Nath, somos seres humanos; sentir o no, no depende de nosotros.

Luego de esa noche, la carta de renuncia del arquitecto Nathan Dubois Roux llegó a su correo, y no supo de él nuevamente, hasta esa mañana.

— Yo…

— ¿Sabes qué es lo más gracioso? — interrumpió, con una amarga sonrisa — que Aria es una mujer maravillosa, a la que quiero mucho. Pero… no la amo, y ella lo sabe — se burló, pensando en el retorcido círculo vicioso al que había entrado sin notarlo — estoy jugando con sus sentimientos y a ella no le importa… tú no tienes la culpa, porque jamás lo supiste, hasta esa noche. Pero yo… sé lo que ella siente, y no me importa.

— Nathan…

— No se te ocurra darme palabras de consuelo, que ya he tenido suficiente de ellas con mi psicólogo — advirtió — ¿Sientes algo por Alex? — Gia no respondió.

La respuesta era obvia, pero no sabía cómo expresarla, ni siquiera para ella misma.

— ¿Cómo lo hizo?

— No sé… la misma pregunta me hago yo. ¿Lo odias? — Nathan negó.

— No soy como Roxanne o Alphonse. Aunque jamás he tenido una conversación con él, nunca lo he odiado. Esta situación no cambiará eso.

— Nathan, lo siento. Debí notar las señales y cortar esa relación tan pronto como pude.

— Eso habría sido aún peor. Creo que, aunque sigo sintiendo lo mismo por ti, ya no es doloroso, y he aprendido a vivir con ello. Es más, me alegra que por fin puedas querer de esa forma, aunque no sea conmigo.

Ella sonrió, dándole un cálido abrazo al hombre, tal vez el último abrazo.

— Deberías hablar con Aria y… cuando quieras, MGSA tiene sus puertas abiertas para ti.

— Lo consideraré, y hablaré con ella — sonrió, sintiendo la calma que le faltaba para empezar a cerrar su capítulo con Gia — saluda a Aaron y a Sarah de mi parte, por favor.

— Lo haré.

Con una sonrisa llena de sinceridad, se alejaron del abrazo, retomando su camino hacia el jardín.





Por más que quisiera aparentar lo contrario, Alex sentía que los nervios se lo comían vivo, mientras recorría toda la mansión en búsqueda de Gia. Gabriel se había quedado en el jardín, pendiente del regreso de la mujer y Felix había salido a los alrededores del inmenso lugar, buscándola en cada esquina.

— ¿Dónde diablos te metiste, Gia Evans?

Su teléfono sonó, alterando sus nervios aún más.

— La encontré — dijo Gabriel desde su celular, viéndola entrar al jardín con Nathan y Aria a su lado — estaba con Nath y Aria.

El hombre suspiró, sintiendo que podría flaquear en cualquier momento. El alivio se apoderó de sus músculos, y sin pensarlo dio media vuelta para retomar su camino.

— Ya voy para allá. Avísale también a Felix.


Dos cuerpos, un deseo || COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora