Per l'eternità...

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Siendo las nueve de la mañana en punto, Gia, Sarah, Julia y Alex salían del crematorio, luego de haber recibido las cenizas de Greta. El ambiente era silencioso y lúgubre, mientras todos caminaban detrás de Gia, que sostenía con sumo cuidado la urna.

- Ya se pueden ir, mi vuelo sale en tres horas, así que saldré de inmediato al aeropuerto - mencionó Gia. Su mano estaba vendada y su labio roto.

Durante la noche anterior, además del ataque, se lastimó mientras dormía. De no haber sido por Alex, no solo se habría herido aún más, también habría llegado tarde a reclamar la urna con los restos de su madre.

- ¿Irás sola? - preguntó Sarah. Aaron no tenía permitido salir del hospital hasta después de un día más, ya que estaba bajo observación.

- Por supuesto.

Lo que ella no sabía, era que junto a su asiento de avión, estaría el hombre que la había salvado de haber cometido una locura. Por supuesto, tampoco lo sabría hasta la hora de partida.

- Muy bien - suspiró preocupada - por favor, cuídate - si se llegara a enterar de lo sucedido en la noche, ni siquiera la dejaría subirse al auto sola - me voy, Aaron me está esperando.

- La acompaño, señorita Williams - pidió Julia, despidiéndose de los otros dos - por favor, cuídela - le susurró al hombre. Ella y Caroline eran las únicas que sabían de su plan.

Alexander simplemente asintió.







Cuando Gia llegó al aeropuerto, aún faltaba una hora y media para que el avión despegara, así que no le quedó de otra más que esperar.

- ¿Qué hace una señorita tan hermosa sola? - preguntó un señor de unos treinta años, llegando de repente.

Ella estaba sentada en la sala de espera, con su mirada clavada en la gran ventana, donde lograba ver a los aviones despegar, mientras su mente divagaba entre recuerdos de su niñez. Estaba tan absorta en sus pensamientos que no logró escuchar al hombre, y tampoco notó cuando se sentó a su lado.

- ¿Señorita? - la realidad volvió a golpear a la mujer, que volteó a ver al dueño de la molesta voz.

- ¿Necesita algo? - el señor rio, como si le hubieran contado el mejor chiste de su vida.

- Saber su nombre, si no es mucha molestia - Gia resistió con todas sus fuerzas el rodar los ojos, casi sintiendo como un tic nervioso se instalaba en su párpado.

- Lamentablemente para usted, sí es mucha molestia - respondió, lo más cortés que pudo. El hombre la miró sorprendido, sintiéndose molesto por la actitud indiferente.

- ¿No gusta tomar un café conmigo? Parece que lo necesita.

La calma de Gia se estaba evaporando con cada segundo que corría. Si de por sí tenía los nervios y la ansiedad a mil gracias a todo lo que estaba pasando, tener a aquel molesto señor a su lado insistiéndole no la estaba ayudando a mejorar.

- No, gracias. No tomo café - mintió, intentando deshacerse del hombre, el cual se molestó lo suficiente para levantarse de su lado y pararse frente a ella, tapando su vista del ventanal.

- ¿Qué le pasa? ¿Acaso soy muy poca cosa? ¿Tanta seguridad se tiene? Hah. Si no es más que una cara bonita, apuesto a que si fuera otro...

- Señor - interrumpió, poniéndose en pie frente a él. Tenían la misma estatura, así que no había ninguna imponencia por parte del hombre, que, al notar la mirada fría de la mujer, solo se molestó más - lo estoy rechazando de la manera más decente, teniendo en cuenta su descortesía. Así que, por favor, no me joda.

- ¿Qué se cree para hablarme así? ¿Cree que por ser mujer no puedo responder a sus insultos? Debería de cuidar su lenguaje, porque...

- Creo que la señorita le dijo que no la molestara más - una tercera voz se hizo presente, a pesar de la gran cantidad de gente que pasaba y hasta se quedaban viendo la escena, sin intenciones de intervenir.

- ¿Y usted quién demonios es para intervenir?

- Soy el esposo de la señorita - respondió, tapando a Gia con la mitad de su cuerpo - ¿Usted quién mierda es para joder a mi esposa? - por supuesto, lo superaba por mucho en altura, y su gélida mirada lo hacía solo más intimidante.

- ¿Esposa?

- Andiamo ora, per favore - pidió ella. El otro hombre no entendió, claramente sin saber el idioma.

- Come dici - respondió, mirándola de reojo. Lucía cansada, ansiosa y hasta molesta - Agradece que no tenemos tiempo, maledetto parassita - finalizó, tomando la mano sana de Gia, dirigiéndose al avión.


Dos cuerpos, un deseo || COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora