¿Qué somos?

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¿Qué somos? ¿Amantes? ¿Amigos con beneficios? ¿Nada? ¿Todo?

Esas dudas rondaban la mente de Gia y Alex desde el mismo día, día en donde casualmente sus amigos habían hecho exactamente la misma pregunta.

¿Qué eran?


Gia estaba en la habitación dispuesta para Aaron, dentro de su penthouse; limpiando un poco el polvo, ya que no entraba en ella desde el día del accidente.

En aquella habitación estaban todas las cajas con los regalos que Aaron les había llevado a Sarah y a ella, todas marcadas con sus respectivos nombres.

Los regalos que le correspondían a Gia eran cuatro.

El primero era un bonito vestido negro, lleno de encaje y pedrería, en donde las perlas eran las más visibles. Estaba perfectamente envuelto en papel perfumado y encima tenía una pequeña tarjeta.


Buon compleanno alla sorella più bella.

Aaron.


En la tapa de la caja había una tarjeta pegada, un poco más grande. Era un certificado de la originalidad de la prenda, confirmando su diseño exclusivo en todo el mundo.

Gia sonrió, Aaron siempre sabía cómo sorprenderla.

Los otros regalos eran más sencillos. Un perfume Dior, un conjunto de joyería de Tiffany, y unos stilettos negros de suela roja de Louboutin.

Por supuesto, no abrió ninguno de los regalos de Sarah, pues se los enviaría con el chófer de la empresa.





Luego de terminar sus pendientes en el apartamento, salió a encontrarse con Alexander, para ir juntos a comprar lo que serviría de disfraz. No tenían mucho tiempo, pues con tanto trabajo, habían olvidado el asunto.

En ese momento disponían de dos días exactamente, para conseguir no solo sus vestuarios, sino también el regalo para la mujer.

— Buenas tardes, ¿En qué les puedo servir?

Al llegar a la boutique del diseñador de confianza de Gia, fueron recibidos por la recepcionista.

— Buena tarde. Tengo una cita con Maurice a las tres — respondió Gia, ignorando intencionalmente el hecho de que la mujer no le quitaba los ojos de encima a Alex.

— Mmm, permítame un momento — tecleó algo, con un sonido completamente exagerado mientras le dedicaba miradas furtivas al hombre frente a ella, importándole poco que ella la estuviera observando — ¿Señorita… Evans?

— Así es, ¿Puedo pasar?

— Lo lamento, el señor Maurice está con unos clientes importantes en este momento. Si desea, puede esperar — respondió, camuflando levemente su tono engreído con uno indiferente.

— ¿Gigi? — preguntó Sarah. Al parecer, los clientes importantes eran ella y Aaron.

— Sarah, Aaron. ¿Qué hacen aquí? — la recepcionista palideció al ver que se conocían.

— Comprando lo que usaremos de disfraz, supongo que ustedes vinieron a lo mismo — Ambos asintieron.

— ¿Gigi? ¡Oh, por Dios!

Maurice salió corriendo a abrazar a la mujer, la cual solo rio. Él ya sabía que ella estaría ahí, pero le gustaba hacer un poco de drama.

— Maurice, él es…
— ¿¡Alexander Dubois!? ¡Oh, por Dios! — todos rieron, menos la recepcionista — ¿Es tu nueva víctima? Porque si no… Hola, guapo.

— Lo lamento, sí soy su nueva víctima — todos volvieron a reír.

— Qué lástima, en fin. ¿No se quedan a tomar el té? — le preguntó a Sarah y a Aaron.

— No lo sé…
Sarah estaba preocupada por Aaron, pues, aunque sus costillas ya habían sanado, su pierna aún estaba enyesada y usaba muletas.

— No te preocupes. Estoy cansado de estar postrado en una cama como si realmente estuviese enfermo.

— Entonces, adelante, por favor.





— Maurice, ¿Qué pasó con Danielle?

— Renunció. Dijo que debía regresar a su ciudad natal… Listo, te ves perfecta, mi querida Medusa — dijo mientras arreglaba uno de los vestidos a su talla — Ahora sal para que todos se vuelvan piedra con tu belleza — ambos rieron y ella salió.

— Y, ¿qué tal?

— Wow — respondieron al tiempo. Maurice salió detrás de ella aplaudiendo.

— Sí quedaron hechos piedra.

El vestido era bastante sencillo. Estaba hecho en algodón y era de color blanco. Lo interesante estaba en el torso; pues, con unas cuantas tiras y un trozo de tela pequeño, cubría sus senos por encima, dejando su espalda completamente descubierta.

— ¿Te quedarás con ese o te probarás otros? — preguntó Sarah.

— Yo creo que ese vestido grita “Medusa” por donde se vea. Además, te queda maravilloso — respondió Maurice — aunque tengo otros diseños.

Gia estaba en silencio, sus ojos se mantenían fijos en los de Alex. No era muy difícil saber en qué estaban pensando ambos, pues sus penetrantes miradas eran muy evidentes.

— Me quedo con este. Envíalo a mi domicilio, por favor.


Mientras Gia se cambiaba y Sarah salía a atender una llamada de trabajo, Alex y Aaron se quedaron en la sala de espera, solos.

— Alex — llamó Aaron, observando el camino por el que Sarah había salido — tú y Gia, ¿Qué son?

Otra vez esa pregunta.

— ¿Qué quieres decir?

— Alex, creo que tú y yo sabemos perfectamente lo que estoy diciendo, así que no menosprecies mi inteligencia — Alexander suspiró.

— No lo sé, Aaron. Ni yo mismo sé qué somos — pasó una mano por su cabello, desesperado. Él también quería averiguarlo, pero no sabía cómo.

— Qué complicados son ustedes — ambos rieron — Tienen que hablar de esto, pronto. No es bueno que sigan confundiéndose más.

— Lo sé — susurró.

La conversación se acabó en el momento en el que entró Sarah.

— ¿Nos vamos? — preguntó en cuanto Gia salió del vestidor. Los dos hombres se pusieron de pie, y con sus mentes llenas de pensamientos, salieron de la boutique.





— ¿Así que soy tu nueva víctima?

Aaron y Sarah habían partido hacia el apartamento del hombre. Mientras tanto, Alex llevaba a Gia a su apartamento.

Ella rio, sintiendo la brisa golpear su rostro por la ventana del auto.

— ¿No te habías dado cuenta? — se burló. Alex apretó el agarre de su mano derecha en la pierna de la mujer.

— Por supuesto que sí. Esa noche que bailamos lo supe, querías volverme loco, que me obsesionara contigo — estacionó el vehículo en la parte más solitaria del piso de parqueo. Desabrochó su cinturón de seguridad y giró levemente su cuerpo para quedar frente a Gia.

— ¿Te obsesionaste conmigo?

— Como no tienes idea — acercó su mano y desabrochó su cinturón. Luego, tomó su rostro delicadamente, acercándola a él.

— Ah, ¿Sí? — Sonrió, cerrando lentamente sus ojos.

Sus labios se unieron de una manera diferente a las anteriores. Sus respiraciones iban al compás de sus labios, con calma mientras disfrutaban del tacto del otro.

Alexander tomó las mejillas de Gia con sus dos manos, acaparando su rostro casi por completo. Mientras tanto, las manos de ella descansaban en su nuca, acariciando los pequeños cabellos que reposaban allí.

— Realmente me encantas, señorita Evans — suspiró sobre sus labios, dándole un último beso, pequeño y tierno, causando que sonriera.

Esas palabras sembraron el miedo en los dos, pero estaban dispuestos a correr el riesgo.

— Alex… — pegaron sus frentes, ambos con sus ojos cerrados, respirando el aroma del otro.

Él tenía un perfume amaderado y fresco, tan dominante como pacífico, se sentía acogedor para Gia. Ella, por otro lado, tenía un aroma a café amargo y vainilla, se sentía tan reconfortante y exquisito que se volvía adictivo, tan adictivo como sus labios.

— Gia… No sé qué sientes tú, y tampoco tengo claro lo que siento yo, pero… No quiero ser un simple compañero de cama, solo quiero que… fluyamos, como hasta ahora.

— Esta bien, pero… Promete algo — susurró. Alexander abrió sus ojos, encontrando el gris de sus iris.

Sus ojos brillaban como diamantes, y en ellos había temor, duda, emoción, y un sinfín de sensaciones que él también estaba experimentando al verla y sentirla de esa manera, tan íntimos y cercanos de una manera pura, sin deseo ni lujuria.

— Si alguno de los dos encuentra algo o a alguien… si alguno deja de sentir esto, todo acabará.

— Lo prometo.

Sellaron aquella promesa con un beso, igual de tranquilo que el anterior; sin embargo, en este beso había algo más… Una chispa, una sensación, y una emoción y satisfacción que no habían sentido hace mucho.


Dos cuerpos, un deseo || COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora