Recuerdos.

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Luego de terminar de lavar a Gia, Alex la llevó hasta su habitación, poniéndole un cálido pijama y dejándola dormida bajo las sábanas.

— Mierda, cómo duele…

Se metió en la ducha, con el fin de lavarse y solucionar el pequeño problema que tenía entre sus piernas.

— Oh, Gia… mierda — jadeó, apoyándose con una mano de la pared.

La mujer era una gran inspiración cuando se trataba de darse placer. Sus arrogantes ojos grises, poniéndolo a prueba siempre; su perfectísimo cuerpo, hecho casi a medida para el suyo; su seductora voz, gimiendo y jadeando por él; su intimidad, siempre preparada para recibirlo; su sonrisa, a veces sarcástica, y a veces tan sugerente.

—Gia… mi Gia — gruñó, acelerando los movimientos de su mano, maldiciendo una y mil veces al recordarla, gimiendo su nombre como si fuese un mantra.

No pudo contenerse más, y luego de unos apretones más, sintió el caliente y espeso semen salir por su uretra, deslizándose por su mano, y siendo borrado rápidamente con el agua.





Al regresar a la habitación, buscó uno de los pijamas que había dejado en el vestidor de Gia. Se vistió rápidamente y se metió bajo las sábanas, acercándose hasta el cuerpo de la mujer para lograr abrazarla.

— ¿Alex? — preguntó ella, con su voz adormilada.

— ¿Mhm?

Él también estaba cansado, luego de un vuelo de casi once horas y el jetlag por la diferencia horaria entre ambas ciudades. En ese momento, solo quería dormir durante toda la tarde, abrazado a Gia.

— ¿Estás bien?

— ¿Por qué?

Ella giró su cuerpo, quedando de frente a Alex. Ambos mantuvieron el abrazo, mirándose fijamente.

— Por que solo yo me vine — respondió, aún somnolienta. El hombre rio, acariciando su cabello.

— Ya lo arreglé, no te preocupes.

— Alex…

— Dime.

— Lo que me dijiste en la bañera ¿Era cierto? — Alexander sonrió. Sabía que tarde o temprano le preguntaría aquello, y era entendible, cualquiera pensaría que las palabras habían salido gracias al calor del momento.

— Todo lo que te he dicho es verdad, ma précieuse Gia — la intimidad de la situación era tan hermosa, tan cálida para sus corazones. Se sentían cómodos bajo la mirada del otro, bajo su tacto sutil.

— ¿Todo?

— Cada palabra. Te pertenezco tanto como tú a mí. Claro, si así lo quieres.

— ¿Es una propuesta? — preguntó, sonriendo sobre sus labios. Alexander asintió, robándole un pequeño beso — Entonces, acepto — y entre risas y pequeños besos, sellaron aquel pacto; sin definirse, pero teniendo claro qué eran. O al menos, eso creían.





Al día siguiente, recibieron una invitación para almorzar con sus dos parejas de amigos. Se trataba de un almuerzo casual y sin ningún motivo especial, según ellos; y sería llevado a cabo en el hermoso jardín de la casa que los padres de Sarah habían comprado cerca de Seattle.

Cuando llegaron, se sorprendieron al ver a la familia completa de Sarah en la casa.

— ¡Gia, Alex! — saludó Clarise, mientras llevaba una gran tabla de quesos hacia el jardín — ¡Están en su casa!

Luego de darles la bienvenida, siguió su camino.

— ¿Tú sabías que ellos…

— No tenía idea.

— ¡Gigi, Alex!

Otra voz se hizo presente; esta vez, perteneciente a Sarah.

— Sarah — saludaron en unísono, aún sorprendidos por ver a más personas de las mencionadas.

— Supongo que no se esperaban que mi familia estuviese aquí, ¿Cierto? — ambos asintieron — realmente, no estaba planeado. Mi padre me llamo a último momento y pues… aquí estamos — respondió, forzando una actitud entusiasta — si quieren, podemos ir a otro lado y…

— No te preocupes, no hay problema — interrumpió Gia. Solo ellas y Aaron sabían que el hermano mayor de Sarah tenía un “enamoramiento” con la mujer.

Sin decir una palabra más, los tres salieron al jardín. Sarah y Gia dudosas de si era buena idea seguir con el plan inicial y Alex, confundido por la conversación de las dos mujeres.





Mientras Aaron, Adam y Clarise preparaban el almuerzo; Eduard y Sarah se encargaban de hacer diversos tipos de cócteles. Por otro lado, Alexander, Gia, Daniel y Juliette, junto a la hermana menor de Sarah, jugaban Uno.

— ¡Uno! — gritó la menor, lanzando su penúltima carta.

— ¿Otra vez? Dios mío ¿Qué clase de genio se supone que eres? — preguntó Juliette, con seis cartas en su baraja.

— Lia solo puede ganar en ese juego, ¿Por qué creen que les ofreció jugarlo? — comentó Sarah, llegando con la segunda tanda de Margaritas.

— ¡Cállate! — todos rieron ante el pequeño berrinche de Lia, quien recientemente había cumplido los dieciocho años.

— De todos modos, no creo que hoy puedas liberarte de esta — respondió Daniel, con una sonrisa casi diabólica — ¡Uno! — gritó, lanzando una carta negra de comodín.

La escena fue casi dramática. Todos jadeando por la sorpresa, mientras Sarah soltaba una estruendosa carcajada y su hermana abría los ojos de una manera casi exagerada.

— ¿¡Mas cuatro!?

— ¡No es justo! — se levantó de la mesa, haciendo el puchero más gracioso de la historia. Todos, al verla empezaron a reír, contagiándola luego de unos instantes. En eso, los encargados del almuerzo llegaron a la mesa, con varias bandejas de distintos tamaños.

— Me alegra que se estén divirtiendo tanto, pero ya es hora de almorzar — interrumpió Clarise, dejando la bandeja principal en el centro de la mesa, luego de que Juliette y Alex recogieran las cartas.




Dos cuerpos, un deseo || COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora