— ¡Mamma! — saludó Gia a Greta, cuando finalmente se encontraron después de seis meses sin verse en persona.
— ¡Mia figlia!
En realidad, Aaron y Greta habían llegado la noche anterior, pero al ser tan tarde, decidieron quedarse en el apartamento del hombre. Él le informó a Gia y, luego de que estuvieron de acuerdo, quedaron en almorzar juntos.
— ¿Cómo has estado? ¿Tu salud está bien? — preguntó Gia, inspeccionando cuidadosas el rostro de su madre. Parecían dos gotas de agua, las únicas diferencias eran su altura y color de ojos, y por supuesto, su edad. Gia medía diez centímetros más que su madre, y los ojos de Greta eran azules.
— Sí, sí, quédate quieta — reprendió con una sonrisa, tomando las manos de su hija entre las suyas — y tú, Piccola principessa, ¿Estás bien?
— Lo estoy, y ahora que estás aquí, estoy aún mejor — la abrazó con fuerza.
Aaron observaba la escena en silencio, pero satisfecho por ver a su única familia sonreír de esa manera. Para él, aquellas dos mujeres eran su vida entera.
— Yo también estoy bien, gracias por preguntar, Gigi — mencionó sarcásticamente, sonriendo con falsedad. Gia rodó los ojos.
— Contigo hablé esta mañana, no molestes.
— ¡Isabelle! — reprendió su madre — No es posible, te has vuelto más insolente con el tiempo. Debes respetar a tus mayores, y más si se trata de tu hermano — Gia rio con ironía, absteniéndose de rodar los ojos frente a su madre.
La conversación quedó cerrada mientras ingresaban al restaurante en donde tenían una reservación. Greta iba a la delantera, y los dos menores un poco más atrás.
— Ya oíste, Gigi. Respeta a tu hermanito mayor — se burló en voz baja, recibiendo un codazo en la costilla como respuesta.
— Primero, eres mayor solo dos años, exagerado. Segundo, te follaste a tu hermanita menor, Aaron. Qué enfermo de tu parte — respondió, casi en su susurro. Aaron rodó los ojos, recordando su adolescencia.
Antes de conocer a Marco y a Sarah, Gia y Aaron parecían siameses, no tenían otros amigos aparte de sí mismos.
Un día, luego de que Greta se fuera a Roma por un asunto de trabajo, dejándolos solos. Ambos decidieron tomar de la botella de vino que había en la casa.
Luego de varias copas, tuvieron su primera borrachera, y como resultado, la primera experiencia sexual para ambos. A la mañana siguiente, despertaron queriendo pegarse un tiro para olvidar la vergonzosa noche. Absolutamente nadie sabía esa historia, y esperaban que nadie lo supiera jamás.
— Ahora que lo pienso, no fue tan mal polvo.
— ¡Aaron! — se quejó Gia, casi nauseabunda. No había sido para nada mala aún cuando era la primera vez, después de todo, ambos eran buenos amantes, pero el simple hecho de ser ellos dos, no como los casi hermanos que eran, sino como hombre y mujer, les causaba escalofríos.
Aaron rio al ver el rostro de su amiga.
Luego del almuerzo, tanto Aaron como Greta se fueron nuevamente al apartamento. Necesitaban descansar del viaje de casi veinte horas, además de que el jetlag los estaba matando. Por su parte, Gia se dirigió a su apartamento, ya que tenía “algunos asuntos” que atender. Ni su amigo ni su madre sabían que esos asuntos tenían nombre y apellido.
Alexander estaba en la gran sala de aquel penthouse, esperando a Gia, ya que el día anterior había estado bastante ajetreado para ambos, lo cual lo obligó a dormir una noche más en su cama. Para cuando despertó, la mujer no estaba, pero le había dejado un mensaje de texto.
Volveré después de mediodía. Te daría la clave del piso, pero ya sabes, la seguridad y eso…
En cuanto leyó el mensaje, rio por la forma de excusarse de la mujer. Luego de eso, se duchó y ordenó un poco el caos que habían hecho. Cuando terminó, comió lo que había quedado del almuerzo del día anterior mientras la esperaba.
— ¡Regresé! — gritó Gia desde la puerta, entrando con afán al apartamento, acercándosele apenas lo vio.
— Me sentí como un perro esperando a su dueña — respondió con falsa molestia. Gia soltó una pequeña risa al oírlo.
— No lo creo así. Tal vez un gran lobo esperando a que su presa aparezca para cazarla.
— ¿Eso crees? — preguntó, levantándose del sillón cuando ella se sentó en el sofá frente a él. Lentamente se acercó a ella, rodeándola hasta estar a su espalda. Realmente parecía un depredador.
— ¿Tú no?
— Para nada. En realidad… — la tomó suavemente de los hombros y se acercó hasta su oído — yo creo que, en realidad, la presa soy yo. Pequeña víbora — Gia sonrió, girando su rostro hacia él.
— Entonces deberías correr ahora — susurró — porque podría devorarte en cualquier momento — sus ojos descendieron hasta los encantadores labios de Alex, y él también vio los de ella.
— No soy de los que huye, Gigi. Soy de los que arriesga, aún si eso significa que una ninfa como tú me devore.
— ¿Es así? Entonces, tal vez has caído bajo los encantos de esta ninfa — ambos unieron finalmente sus labios, sedientos del otro.
El beso era suave y pausado, sintiendo la tersidad de aquella parte de sus cuerpos, deleitándose del otro en el proceso. Sus lentas y cálidas respiraciones, sus manos acunando las mejillas contrarias, el aroma natural de sus pieles. Todo era una experiencia completa.
— Tienes unos labios tan pequeños — dijo pesadamente Alex, viendo los regordetes y redondos labios de la mujer, húmedos, entreabiertos, necesitados de los suyos — tan pequeños que quiero comérmelos.
— ¿Podrás?
— Creo que ya te lo he demostrado — volvió a pegar sus labios a los de ella, de una forma un poco más exigente que antes.
Delineó su interior con la punta de su lengua, abriéndose espacio en su cavidad bucal.
El beso se intensificó, siendo guiado por el hambre que empezaban a sentir, reflejado en la pasión de sus movimientos y sus respiraciones menos controladas. Se sentían tan bien, que por poco y no escuchan el código de la puerta siendo ingresado.
Gia se puso de pie como si el sillón tuviese un resorte, haciéndole gestos a Alex para que se limpiara los labios al igual que ella, y rápidamente salió disparada hacia la cocina, fingiendo estar haciendo cualquier cosa.
— ¡Sorpresa! Hemos… Llegado — dijo Aaron, entrando al apartamento con las maletas de Greta en mano, con su sonrisa desapareciendo al ver a Alex — ¿Alexander? — preguntó con una ceja arriba.
— Aaron — saludó secamente, preguntándose porqué demonios tenía el código del apartamento de Gia, y porqué estaba entrando con maletas tan grandes.
Qué preguntas tan estúpidas, Aaron era la persona más cercana a Gia, era lógico que tendría la clave… ¿O no?
— ¿Dónde está Gia?
— En la…
— ¡Aaron! ¿No me habías dicho que llegarían en la noche? — interrumpió Gia desde la cocina, con dos tazas de café caliente recién servidas. La cafetera estaba encendida, y todo parecía normal. De no ser porque ambos estaban nerviosos, y su apariencia no era la más impecable, les habría creído la escena.
— Lo siento, queríamos darte una sorpresa. Aunque aparentemente fue todo lo contrario — sonrió con incomodidad, adentrándose finalmente en la sala. Gia sirvió dos tazas más de café, dándose cuenta de que Aaron no le había creído nada.
— Dov’è mia figlia? — preguntó Greta, entrando al apartamento finalmente, con una pequeña maleta de mano. Inmediatamente estuvo dentro, sintió la extraña tensión en el ambiente, y vio al desconocido guapo que observaba a Aaron con el ceño fruncido.
— Eccomi mamma — respondió Gia, llegando a la sala con las cuatro tazas de café. Rápidamente le entregó una a Alex y dejó la suya en la mesa de té, luego se acercó a Aaron y a su madre e hizo lo mismo — Benvenuto.
— ¿Él es Alexander Dubois? — preguntó, reconociendo al famoso dueño de DBA Technology. Gia asintió.
— ¿Me conoce?
— Por supuesto. Podré ser vieja, pero siempre estoy al tanto de lo que pasa en el mundo. Vi la rueda de prensa de DBA hace unos días — Alex asintió con una sonrisa. Luego, se acercó a ella y tomó su mano, besando sus nudillos.
— Un placer conocerla, señora…
— Greta D’Angelo, ragazzo carino — al escucharla, se dio cuenta de que Gia no se parecía únicamente en lo físico. También tenía la seguridad, elocuencia y picardía de su madre.
— Sono lusingato, bella signora — Greta quedó sorprendida por la fluidez de su italiano. Mientras tanto, Gia y Aaron rodaron los ojos ante el acto de Alex.
Pasaron un par de horas, en donde Alex y Greta no dejaron de hablar de diferentes temas, mientras los dos amigos ignorados tomaban su café, completamente aburridos. Sin embargo, Greta sintió que el tiempo pasó tan rápidamente que no se percató de la hora hasta que Gia le dijo.
— Mis disculpas, lo hice quedarse hasta tan tarde — Alex negó, despidiéndose de la misma manera en la que la saludó.
— Siempre será un placer hablar con una mujer tan interesante como usted, madame.
— El placer es mío, monsieur — Greta no sabía francés en lo absoluto, pero de algo debían servir los cientos de novelas que había visto en toda su vida. Alex sonrió una vez más, volteando a ver a Gia.
— Iré a acompañar a monsieur Dubois, madre — mencionó Gia, utilizando todo su sarcasmo en la parte en francés.
— Por supuesto, ve. Aaron, mio caro bambino, ayúdame a llevar las maletas a la habitación, por favor.
Durante el camino hacia el estacionamiento, ni Gia ni Alex cruzaron palabra. No por el encuentro con la madre de la mujer, sino porque no sabían cómo actuar luego de estar todo el fin de semana juntos, y no precisamente en un plan romántico.
Cuando finalmente se detuvieron frente al coche de Alex, se quedaron viendo en silencio, frente a frente.
— Monsieur Alex — se burló ella, rompiendo el incómodo silencio — al parecer mi madre se robó toda tu atención esta noche — Alex sonrió.
— ¿Celosa?
— Para nada, prefiero eso a que me cuestione, ¿No te parece?
— Tal vez — asintió pensativo. En realidad, él jamás había tenido a nadie que lo cuestionara, así que no lo sabía muy bien — pero, más allá de eso… ¿Qué va a pasar con nosotros?
— ¿Qué? ¿Tan rápido te enamoraste? — se burló. Alexander negó con una sonrisa, metiendo las manos en los bolsillos de su pantalón.
— Cambio mi pregunta, ¿Nos seguiremos viendo?
Jamás lo admitiría en voz alta, pero había quedado enviciado con Gia. Era tan seductora y pasional, le gustaba dar y recibir por igual, sin contar con lo receptiva que era a cualquier estímulo y la gran resistencia que tenía. Una maravillosa amante, sin duda alguna.
— Claro, mañana tenemos la primera reunión para ver más a profundidad los detalles de cada — Alex rodó los ojos, sacó su mano y acercó a Gia por la cintura.
— Sabes a lo que me refiero.
— Estaré ocupada toda la semana, pero el sábado estaré libre. Obviando el hecho de que Sarah y Aaron tengan algo en mente para mi cumpleaños — había hecho la mención accidentalmente. No le gustaba las fiestas grandes en donde la festejada era ella, por lo que solo sus amigos sabían de dicha fecha.
— ¿Cuándo es?
— Mañana, ¿Por qué? ¿Me darás un regalo? — inhaló su exquisito perfume mientras lo veía a esos ojos color azul, tan vivos como pacíficos, le recordaban al mar.
— Sería un grosero si no. Pero, ¿Yo cuento como regalo? — Gia soltó una carcajada, reposando sus manos sobre el amplio pecho del hombre.
— Depende de lo que me ofrezcas — rio un poco más — pero ya es tarde, debes irte — Alexander asintió, tomando su delicada mano para besar los nudillos.
— À demain, mademoiselle — se despidió, sin despegar su mirada de los ojos de Gia.
— A bientôt, monsieur.
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Dos cuerpos, un deseo || COMPLETA
RomancePolos opuestos se atraen... Pero, ¿Qué sucede si dos polos iguales se acercan demasiado? Poder, dinero, belleza, inteligencia... Cosas que cualquier persona desearía tener, y que a ellos les sobraba. Podían con todo, pero había una sola cosa que pod...