Gia estaba sentada en la esquina de su cama, con la magullada caja a un lado. Llevaba alrededor de diez minutos observándola, sabiendo lo que probablemente estaría dentro.
Luego de un largo suspiro, se decidió a abrirla.
Lo primero que sacó fue una fina pashmina, se sentía cálida y suave al tacto. A su lado había un lindo par de guantes a juego con la prenda. Finalmente, en el fondo de la caja estaba una pequeña cajita color crema, y a su lado una tarjeta escrita a mano.
Buon compleanno principessa del mio cuore.
Con amore, tua madre.
Su corazón empezó a aumentar su pulso, y sus ojos se calentaron dolorosamente. Al abrir la caja, no logró contener más sus lágrimas.
— Mamma — sollozó con dolor, sacando el delicado collar con sus temblorosas manos.
Se trataba de un relicario hecho en plata, el cual pertenecía a Greta, pero había decidido dárselo a su única hija como regalo de cumpleaños. Nadie sabría que ese día se convertiría en el más trágico de la vida de Gia, sintiendo su lastimado corazón destrozarse con cada segundo que pasaba.
— Este relicario me lo regaló tu padre, el día de nuestra boda.
— Me lo entregó sin fotos, y me dijo que pusiera las de nuestra unión.
— Esta es mi posesión más preciada, mi querida Isabelle. Y tú eres lo más valioso que tengo.
Gia apretó el preciado objeto en su pecho, intentando sentir el calor de su madre en él. Luego, lo abrió lentamente, viendo que las fotos habían sido reemplazadas.
— Luego de que tu padre muriera, cambié las fotos. La primera es de él contigo en brazos, y la otra es de nosotros tres en tu último cumpleaños con él.
Esas eran las pequeñas fotos que habían dentro de aquel relicario en forma de corazón, lucían como una hermosa familia feliz, de la cual ya no quedaba nada. Solo la pequeña hija del más hermoso matrimonio, convertida en una mujer, ahora huérfana, con un profundo rencor hacia lo que sea que manejara las leyes de la vida. Dios, el diablo, cualquier ente divino, fuese quien fuese, los odiaba a todos.
Dejó la cadena dentro de la caja nuevamente, y se levantó de la cama, con las lágrimas rodando por sus mejillas y sus manos cerradas en puños. Ignoró el dolor que se estaba causando en sus palmas con las uñas y se alejó de la cama.
— ¡Maldita sea! — gritó, lanzando todo lo que se atravesara al suelo.
La desesperación, el odio, el dolor, se estaba entregando a la oscuridad. Esa oscuridad que amenazaba con consumirla desde la muerte de su querido padre, la misma que la acechaba en sus sueños con Marco, con la que había estado luchando por años.
— ¡Maldito seas!
Ya no le importaba gritar o llorar descontroladamente, no le importaba si después de esa noche no volvía a despertar, no le importaba lo que pudiese pasar después. Rompió y lanzó todos los objetos cercanos, maldijo una y mil veces, cegada por la ira.
Se detuvo por un momento al ver su reflejo en el espejo de su baño. Tan parecida a su madre, tan diferente a ella. Una hija siempre amada, una novia consentida, una amiga preciada, ¿Qué importaba todo eso ahora?
— ¡Te odio!
Los vidrios cayeron en forma de lluvia sobre el lavabo, algunos con pequeñas gotas de sangre. El puño derecho de Gia se había estrellado con una fuerza bruta contra el gran espejo, algunos de los fragmentos incrustándose entre sus nudillos. Sin embargo, no sintió dolor, ni calma, no sintió absolutamente nada. Cayó de rodillas contra el duro piso de baldosas, llorando desconsoladamente.
— ¿Por qué? ¿Por qué a ella? ¿¡Por qué tenía que ser ella!? ¡Me tienes a mi! ¡Maldita sea, llévame a mí! — su grito fue desgarrador, tanto que habría causado escalofríos en quien la escuchara — Solo llévame a mí… por favor — susurró.
Estaba tan exhausta, tan cansada de todo. ¿De qué servía tener todo el dinero y poder del mundo? ¿De qué servía ser la mejor? Si nada de eso le iba a devolver a su madre, ¿De qué le podría servir? ¿Importaría realmente si se mantuviera viva? ¿Haría alguna diferencia si lloraba, si se mantenía fuerte, o si lo lanzaba todo por la borda? No lo creía.
Arrastró sus pies hasta el borde de la bañera, abrió la llave y, sin el menor rastro de vida en sus ojos, vio cómo se iba llenando de agua fría.
El pequeño camino de sangre que se había formado gracias a su herida, había desaparecido cuando empezó a meterse en la tina, aún con el agua cayendo, ahora sobre sus piernas.
No sintió frío, tampoco le importó tener su ropa aún puesta, simplemente se dejó caer completamente en la bañera, con una pequeña porción de agua teñida de color anaranjado, por su sangre dispersa. El piso del baño fue cubierto poco a poco por el agua que se desbordaba.
Gia cerró sus ojos bajo el agua, sintiendo sus párpados cada vez más pesados, y su consciencia más brumosa. Aún así, escuchó algo a lo lejos, como si fuera un grito de alguien, alguien llamándola.
Gia…
Gia, ¿Dónde estás?
¿Por qué siempre la querían sacar de aquella cómoda oscuridad?
— ¡Gia!
Alex la había sacado del agua, cerrando el grifo inmediatamente. La sacudió un par de veces al verla en estado de trance. Estaba helada y más pálida que antes. La cargó entre sus brazos y la pegó con fuerza a su pecho, intentando contagiarle un poco de su calor.
— Gia, no es posible. Dijiste que estarías bien, y mírate — su voz sonaba tan suave como un arrullo, y tan preocupada como si ella fuera lo más importante de su vida.
Dejó a la mujer sobre la cama, moviendo todo el contenido de la caja al pequeño sillón que había a los pies de esta. Luego, empezó a buscar dentro del clóset la ropa más grande y acogedora que tuviera, sacando un gran hoodie y un pantalón de algodón, supuso que de alguna pijama. También sacó ropa interior y un par de calcetines.
Cuando regresó a la habitación, Gia seguía divagando dentro de su mente, llorando inconscientemente. Alex bajó la mirada a su mano, notando la herida que tenía en ese momento.
La desnudó con la mayor rapidez posible, teniendo en cuenta que las prendas estaban casi pegadas a su piel, luego la secó con la única toalla que encontró cerca, y la vistió con la ropa seca.
En ningún momento Gia reaccionó, pareciendo casi una muñeca de porcelana, tan perfecta, pero tan rota en ese momento, que daba tristeza el solo verla. Sus ojos grises se veían muertos, sin brillo. Sus mejillas estaban rojas, al igual que la punta de su nariz, y su labio inferior tiritaba levemente, con un suave color morado.
Antes de meterla bajo las sábanas, decidió ir en busca de algo que sirviera para curar su mano. Por suerte para él, en el baño había un pequeño botiquín, con alcohol, guantes y un par de gasas.
— Vas a estar bien, ¿Sí? — dijo, empezando a curarla. Probablemente no lo estaba escuchando, pero necesitaba decirlo en voz alta, sobre todo para creérselo.
Luego de que el auto de Gia había desaparecido de su vista, se quedó pensando el qué tan sensato había sido dejarla ir sola, en ese estado. Recordó las palabras de Aaron y se golpeó mentalmente.
— Pero qué imbécil, ¡Mierda!
Entró rápidamente a su apartamento, buscando las llaves de alguno de sus automóviles. Mientras tanto, llamó a Caroline, suplicándole a la vida que respondiera.
— ¿Señor Dubois?
— ¡Caroline! Necesito el número de Sarah Williams, lo más pronto posible, por favor — ordenó, encontrando un juego de llaves en su escritorio.
— Sí, señor — la mujer colgó inmediatamente, sin cuestionar nada.
Alexander salió casi corriendo del piso, dirigiéndose directamente al estacionamiento. Presionó el botón de encendido que tenía la llave, sin saber a cuál carro pertenecía. A lo lejos se escuchó la alarma de uno, así que corrió en dirección al causante del sonido.
El vehículo iba casi a máxima velocidad, y la mente de Alex estaba trabajando con la misma rapidez.
¿Gia ya habría llegado a su apartamento? ¿Estaría durmiendo cuando él llegase? ¿Habría intentado algo descabellado? ¿Se habría desviado de su destino?
Sus pensamientos fueron interrumpidos por el sonido del celular. Sarah lo estaba llamando.
— ¿Alex?
— Sarah, ¿Sabes el código del apartamento de Gia? — preguntó desde el auricular del auto.
— Sí, ¿Por qué?
— ¿Dejaste sola a Gia? — preguntó Aaron desde el fondo.
— Sí, y me preocupa que intente algo — Sarah suspiró.
— 14203122 — respondió Aaron — No te alejes de ella, Alex. Te lo pido como amigos — sonaba enojado, pero aún así se contuvo.
Alexander colgó, mientras intentaba poner relación entre los números que le habían dado y la vida de Gia. Los únicos que coincidían con ella eran ese mismo día, veintidós de septiembre, el día de su cumpleaños, y el cumpleaños de Aaron, que era el veinte de junio. Suponía que el catorce y el treinta y uno pertenecían a Sarah y a Greta… o a Marco.
Sentía que el ascensor se tardaba demasiado en subir hasta el último piso de aquel edificio, aunque en realidad, se trataba de su preocupación por llegar allí pronto.
Cuando finalmente llegó, repasó los números en su mente una vez más y los introdujo en la cerradura de código que tenía la puerta.
— ¡Gia!
No se escuchaba nada, pero ella tenía que estar allí, ya que el auto estaba estacionado en su lugar.
Las luces estaban apagadas y todo el lugar estaba igual de ordenado que siempre.
— ¡Gia! — los latidos de su corazón empezaban a aumentar a medida que buscaba, primero en el primer piso, sin éxito alguno. Al llegar a la segunda planta, vio los restos de alguna figura de porcelana en la entrada de la habitación de la mujer.
Entró y encontró cosas al azar en el suelo, en su mayoría rotas. Su preocupación aumentó al ver un pequeño hilo de agua salir del baño.
— ¡Gia!
Abrió la puerta y todo su panorama parecía una escena de alguna película de terror.
El espejo principal estaba completamente roto, el lavabo estaba manchado de sangre, al igual que el suelo bajo este. Pero lo más impactante era la bañera llena a tope, con la imagen de Gia dentro de esta.
— ¡Gia!, Mierda, ¡Gia!
La sacó rápidamente del agua, cerrando el grifo después de levantarla. Su cuerpo estaba completamente frío, y a pesar de haber expulsado el agua que había tragado, parecía inconsciente.Si hubiese llegado unos minutos más tarde… En definitiva, cometió un grave error al dejarla sola.
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Dos cuerpos, un deseo || COMPLETA
RomancePolos opuestos se atraen... Pero, ¿Qué sucede si dos polos iguales se acercan demasiado? Poder, dinero, belleza, inteligencia... Cosas que cualquier persona desearía tener, y que a ellos les sobraba. Podían con todo, pero había una sola cosa que pod...