Prólogo

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Amanecía en aquel pueblo costero. Las olas chocaban contra la arena. Las gaviotas cantaban en el puerto.

En aquella habitación cálida y cómoda dormían dos niños de 12 años, ambos rubios. Uno de ellos con el cabello un poco largo y lacio, el otro con el cabello mucho más largo y en forma de rastas. Estas se la había hecho una mujer mayor del pueblo, muy simpática por cierto.

El niño del cabello más corto comenzó a abrir los ojos, poco a poco y su iris color chocolate con miel se llenó de luz. Bostezó y se incorporó sobre sus codos para mirar al otro niño, su hermano gemelo.

- Tommy, despierta, hoy es el gran día. - exclamó con cierta emoción creciente en la voz.

- ¿No puedo dormir un poco más, Billy? - abrió los ojos, un poco más grandes y un rostro más suave e infantil.

- ¡No! ¡Hoy viajaremos a San Francisco! ¡Veremos a papá y a mamá después de mucho tiempo!

El rostro del que era mayor por diez minutos se ilumino y se sentó con una sonrisa.

- ¡Vamos a despertar al abuelo!

Se levantaron de la cama de un salto y comenzaron a vestirse con lo primero que encontraron en sus maletas, que estaban hechas desde la noche anterior.

Thomas y William vivían con su abuelo, Gordon en un pequeño pueblo costero. Sus padres, Jörg y Simone Kaulitz estaban en San Francisco solucionando problemas legales. Ese día era especial, después de dos años por fin verían a sus padres. El barco zarparía a las 10, eran las 8.

Ambos salieron corriendo de su habitación y entraron en la puerta contigua.

- ¡Abuelo! - gritaron al unísono.

- ¿¡Qué, quién, cómo, cuándo, dónde!? - se despertó sobresaltado.

- ¡Abuelo, son las 8! - dijo Bill.

- ¡Debemos irnos! - completó Tom.

- ¡Cielos! ¿Ya están listos? - se levantó y buscó ropa. - Anden, iremos al pueblo a despedirnos.

Asintieron y salieron corriendo de nuevo. Minutos después, con maletas en mano, paseaban por última vez por el pueblo.


...


Gordon ya se encontraba en el barco esperando a los niños, que se había separado de él una hora antes con el pretexto de ir a despedirse de alguien más.

- ¡Bill, Tom! - llamó inclinándose sobre la orilla del barco. Estaba ya preocupado - ¡Bill! ... ¡Tom!

Suspiró y se apresuró a bajar para buscarlos. Pero no fue necesario, los niños llegaron corriendo con una paleta en la mano cada uno.

- ¿¡Dónde estaban!?

- ¡La vieja Ria quería regalarnos unos dulces! - gritó Bill desde lejos.

Llegaron al muelle y se detuvieron a admirar. Ahí estaba el gran barco que los llevaría a San Francisco con sus padres, sonrieron.

- El que llegué al último es una niña - reto Bill y echó a correr.

- ¡Oye! - reprochó el mayor yendo tras él riendo.

Ambos abordaron y partieron al viaje que los llevaría a cambiar su vida...

La laguna azul - TWCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora