Epílogo

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William se agitaba entre sueños. David había comido esas malditas bayas... Luego Tom y él habían roto la regla que desde muy pequeños habían aprendido: no comerlas. Lo habían hecho porque el niño había cerrado los ojos y dejado de moverse.

– Estoy dormido – pensó – A mi lado está Tom, y David en sus brazos. Jamás despertaremos. Moriremos de hambre y sed, o insolación. Moriremos aquí en el bote, flotando en el inmenso mar. Fue mi culpa ¡si me hubiera apresurado más cuando Tom gritó! ...

Un ruido interrumpió sus cavilaciones, un ruido de voces. Poco a poco Bill pudo reconocer, al menos a una de ellas. Y pudo sentir cómo su lecho se mecía con las olas.

– ¿¡Abuelo!? ¿Qué hará en mi sueño? ... ¡De seguro es una pesadilla! Seguramente estoy dormido, sí, pero dentro de la cabaña. Todos estamos a salvo. Son mis oídos los que me forman la ilusión de estar en el bote. Y mi imaginación me trae de vuelta la voz de mi abuelo.

De pronto el grito agudo de otra voz ahogo sus pensamientos.

– ¡Señor! ¡Señor Gordon! ¡El joven William está moviéndose! – gritó una voz femenina, que se perdió en la distancia gritando otras cosas más.

– Esa voz no me es conocida ¿será que...?

Despertó sobresaltado, jadeando. La luz que se filtraba hirió su vista y cerró los ojos. Su cuerpo se sintió extrañamente cómodo y caliente. Sus manos sintieron tela nueva, áspera, pero abrigadora. Su nariz olfateó algo que parecía humo de alguna parte. Y sus oídos escucharon gritos de júbilo a lo lejos. Abrió los ojos.

La luz aún le lastimaba, pero podía soportarlo. Al principio creyó estar soñando aún, porque la habitación en la que estaba se parecía más a lo que recordaba de su infancia, que a su cabaña en la playa... Pero poco a poco se dio cuenta de que todo eso era real. Estaba en esa habitación, probablemente en un barco... y las dos personas que más amaba en el mundo no estaban ahí con él.

Estaba a punto de gritar, envuelto en pánico, pero la puerta a su derecha se abrió estrepitosamente. La luz invadió el lugar y lo cegó momentáneamente. Ahí en el umbral de la puerta se encontraba nada más y nada menos que...

– ¡William!

– ¿¡Abuelo!? – sus ojos se abrieron con sorpresa.

Gordon había cambiado tanto como ellos. Su cabello se había blanqueado y se marcaban las ojeras debajo de sus ojos. Estaba muy delgado.

– ¡Oh, gracias Dios! – exclamó el hombre y se abalanzó contra el muchacho para abrazarlo – Pensé que no podrían despertar.

Entonces su abuelo los había encontrado después de comer las bayas rojas. El barco que habían visto seguramente era ese mismo.

– Abuelo ¿dónde está Tom? – fue lo primero que preguntó después de alejar un poco a su familiar, quien pasó de la alegría a la seriedad – ¿Dónde está Tom? – repitió con tono severo.

El viejo no respondió.

– ¡Tengo que verlo! – gritó el menor mientras trataba de ponerse en pie.

– ¡No te levantes, Bill! Tu hermano está bien ¿de acuerdo? – le dijo mientras lo obligaba a sentarse de nuevo – Está dormido aún, pero como tú ya despertaste, no creo que tarde mucho en hacerlo.

– ¿Y David? – preguntó, aún inseguro. Su abuelo dudó de nuevo.

– El niño también está bien...

– Entonces tengo que ir a verlos – insistió, tratando de ponerse en pie de nuevo.

– ¡Espera! – lo empujó de nuevo a la cama – Es sobre tu hermano y el niño que quisiera hacerte unas preguntas.

La laguna azul - TWCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora